Desde el primer “turista patológico” hasta el curioso caso de los viajeros competitivos que coleccionan países como misión en la vida. ¿Puede el viaje convertirse en una adicción psicológica, reseñó Traveler.es.
El concepto de “dromomanía” está de moda. Cada persona que conocemos habla de viajar. Queremos viajar. Mucho. A muchos destinos. Descubrir un lado y el otro del planeta. Y sus culturas, sus gastronomías, sus paisajes, sus transportes, sus olores y sus atardeceres. Y fotografiarlo todo.
Todos los caminos y personas nos conducen a algún viaje. Nunca nuestro planeta ha sido tan accesible para los viajeros, ni ha habido un impulso tan palpable de “escapar”.
Pero, ¿qué dice la RAE que es la “dromomanía”? Veamos:
Del lat. cient. dromomania, y este del gr. ?????? drómos ‘carrera’ y -????? -manía ‘-manía’. 1. f. Inclinación excesiva u obsesión patológica por trasladarse de un lugar a otro.
Que levante la mano quien se siga considerando a sí mismo “víctima” de la dromomanía tras haber leído la definición de la RAE. Eso sí, todos encantados de serlos. Pero ¿puede este instinto tan humano y que conlleva conocer el mundo mejor convertirse en una adicción y llevar a alguien a una posible sobredosis? ¿Es posible que viajar pase de ser algo divertido a una obsesión?
Vayamos atrás en el tiempo hasta el año 1886, por aquellos entonces un tal Sigmund Freud y sus teorías psicoanalíticas eran aún unos semi desconocidos. Y un joven francés de 26 años, Jean-Albert Dadas, saltaba a la fama al presentarse en un hospital de Burdeos físicamente exhausto y sin recuerdos de cómo había llegado hasta allí. Lo que sí sabía es que recorrer largas distancias sin saber muy bien el porqué o el cómo era algo que le sucedía a menudo, era parte de su cotidianidad.
Dadas vivía y trabajaba en la propia ciudad de Burdeos, era un empleado de la compañía de gas. Un trabajador con apenas unos estudios básicos y que, desde muy joven, había manifestado los síntomas de una enfermedad realmente curiosa; una especie de sonambulismo viajero.
Al parecer, dicha patología aparecía sin previo aviso y era entonces cuando, de manera aleatoria, aunque periódicamente, sufría claros episodios de enajenación que se caracterizaban por un ansia irrefrenable de viajar (hoy conocido como ‘Wanderlust’).
Dadas perdía el control de sí mismo y se olvidaba de su familia y su trabajo. A veces, incluso, llegaba al extremo de asumir identidades inventadas mientras emprendía sus periplos de larga o media distancia. Al cabo de semanas o meses, su trance errante desaparecía y volvía a ser dueño de sí mismo. Era entonces cuando recordaba quién era, dónde vivía, cuáles eran sus obligaciones y tocaba emprender el viaje de vuelta a casa.
El extraño viajero aseguraba “despertarse” en lugares como Viena, Praga, Constantinopla e incluso Moscú o Argelia, sin tener muy claro cómo había ocurrido. Dadas fue el primer turista patológico. Y ocurrió en una época en la que el turismo como tal sólo se daba en las altas clases de la sociedad.
El desesperado caso de Dadas fue estudiado por un joven psiquiatra del hospital Saint-André de Burdeos, llamado Philippe Tissié, quien buscó pruebas de sus viajes poniéndose en contacto con los consulados de los lugares a los que aseguraba haber viajado durante sus trances.
No sólo sus escapadas eran reales, sino que no eran viajes de placer, pues durante sus periplos sufrió verdaderas penalidades, acabando varias veces en la cárcel por mendicidad o en hospitales por agotamiento.
Además, y contra toda lógica, sus desplazamientos y todo lo que ellos conllevaban acababan con su salud y lo convertían en un ser verdaderamente infeliz, pero esto no le impedían echarse al camino al cabo de poco tiempo.
Fue Tissié quien escribió y documentó la patología de Dadas en su tesis doctoral en 1887.
A partir de sus trabajos, la enfermedad que le impedía tener una vida familiar, social y laboral normal al joven e involuntario trotamundos fue definida con el nombre de dromomanía o automatismo ambulatorio.
Desde entonces, sólo existen unos pocos casos documentados de este fuguismo patológico, todos ellos en Europa y a finales del siglo XIX.
Después del épico trance de Dadas, no se sabe de nadie que se haya desmayado en una odisea de este calibre, pero el término fue incluido como “trastorno del control de impulsos” y “problema psiquiátrico” en la edición del año 2000 del Diagnostic and Statistical Manual of Mental Disorders (Manual diagnóstico y estadístico de desórdenes mentales, publicado por la Asociación de Psiquiatras de América).
Sin embargo, 130 años después de los vagabundeos de Dadas, el concepto “dromomanía” ha resurgido -bastante cambiado y adaptado a los tiempos en los que vivimos, eso sí- para hacer alusión a una curiosa y nueva clase de viajeros competitivos.
Tiempo libre, dinero y compulsión son su mayor alimento. A veces llamados “coleccionistas de países”, este tipo de viajeros han hecho del “fuguismo” su misión en la vida.
Hay quienes coleccionan sellos, monedas, postales vintage y hasta baldosas modernistas.
Estos compulsivos trotamundos han llenado su vida de caminos, aviones, ciudades, visados, pasaportes y remotos lugares haciendo de sus viajes una competición con otros de su condición.
Impulsados por una mezcla de ganas de “conocer” el mundo y de tener el puesto más alto posible en el ranking de los más viajados del mundo.
La pasión por esta forma de vida ha hecho que aparezcan sitios webs como Most Traveled People, The Best Traveled y Shea’s ISO List, donde más de 30.000 personas compiten férreamente para sumar puntos en su marcador y por estar a la cabeza de estas “ligas” de aventureros.
El dromómano experimenta una inmensa sensación de bienestar gracias al chute de dopamina que segrega cuando, por ejemplo, compra un billete de avión. Algo que puede no ser tan inofensivo, tal como sucede con el alcohol, las drogas o los hidratos de carbono, cuando se lleva al extremo.
Sí, viajar puede ser “adictivo” y llegar al punto de la obsesión. Basta con bucear un poco en las listas de estos “coleccionistas de destinos” para ver cómo muchos de ellos han arriesgado todo en la vida para viajar, haciendo de su existencia una competición en la que la meta es ir, literalmente, a todas partes.
Si bien es cierto que sólo ellos pueden deducir realmente si lo que les motiva llega a un nivel más profundo, el impulso de presumir de que han estado en más lugares que -casi- nadie les conduce en ocasiones al desarraigo social, la pérdida de la noción de la realidad o el duelo migratorio.
Llegando al punto de aislar a la persona, producirle un sentimiento incesante de insatisfacción y vacío, conflictos familiares, laborales o personales, como la impresión de no encontrarse a sí mismo. Algo así como lo que le pasaba a Dadas cuando le tocaba sufrir las consecuencias de sus errantes trances.
Parece ser que, paradójicamente, hacer del viaje tu cometido en la vida nos lleva a plantearnos si este estilo de viajeros coleccionistas están más cerca del mundo o, si por el contrario, se alejan de él con cada punto sumado en el ranking de las personas más viajeras del planeta.