Los anuncios recientes, de sobra conocidos en cada rincón del país, en materia económica tornan más caótico el caos en el que a diario nos movemos. Pocos elementos de claridad existen para alguna determinación en asunto tan delicado; según el régimen, envuelto en una guerra; si en guerra económica está, así le da armas mortales a sus imaginarios o reales enemigos en ese sentido.
Lo primero en llamar la atención es la eliminación de ceros. Esta acción cumple varios objetivos en la conciencia de los ciudadanos, usuarios de las monedas: hacer creer que los devastadores efectos de la hiperinflación aminoran. Porque ya no tiene que pagar un helado en cifras astronómicas sino en una más maleable cifra, en caso de tener algún poder adquisitivo para hacerse pagando de un helado. También, más profundamente, indica que se procura un cambio. Que se quiere intervenir favorablemente en la defensa de la “guerra económica”. La tiranía, así, envía un mensaje de no quedarse con las manos atadas sino de que está haciendo algo para la defensa y protección económica de los habitantes de este terruño. Algo en lo que casi nadie confía, pero “algo es algo”, pensarán algunos. El cambio viene respaldado por la nueva designación del bolívar, moneda que desde que se adjetiva se devalúa con mayor fortaleza, cuando fue “fuerte” mostró sus mayores debilidades, esas que nos tienen aquí, así, tanto que le quitaron pronto el remoquete. Ahora es “soberano”: como queriendo decir que este disparate es sólo nuestro, muy propio.
Nada de esto, como acción, pasa de ser una engañifa absurda. De las más absurdas engañifas que pudiera registrar nuestra historia. Nuevamente el discurso va dirigido a engatuzar a los más amplios sectores de la población, individuos cada vez menos “engatusables”, por cierto, a los que siempre les ha gustado que les hablen claro. De hecho, una de las expresiones más frecuentes en el habla popular actual, en sectores más desprovistos expresan esa idea con suma franquesa: “habla claro, menor”. El común popular sabe que obteniendo dádivas no va para el baile, o lo que se expresa también en un dicho: “pan para hoy, hambre de mañana”. Lo sabe la comunidad y ante eso reacciona. Sabe que el cierre de una empresa no le conviene; sabe, finalmente, que el empresario no es su enemigo actual, que su enemigo descarado y declarado es el régimen que le ofreció dar y no le cumplió. Sabe que la expropiación además de robo es ruina para lo que sea: la empresa, el terreno, el edificio. La conciencia político-social se ha ampliado en sumo grado en los diversos niveles de la población que ansía su libertad.
La confusión, el caos, puede generar rédito en la postergación, en la prueba a ver si funciona, que es como pedir otra oportunidad de enrumbar el país. Eso, en palabras alienta bobos, pero en la pragmática diaria del ciudadano la claridad está más arraigada: hasta que no produzcamos no habrá bonanza, para nadie. Hasta que no se revitalicen las empresas y el trabajo productivo, no el de desmalezar vías, necesario pero no generador de riqueza; hasta que no se dearrolle con afán el conocimiento para la producción y la innovación no habrá alternativa a este intento renovado de hacerse de todo por parte del régimen dictatorial. La gente sabe lo que se dice y lo que se oculta también: el aumento de la gasolina sin decirlo, el aumento del metro y otros servicios, sin decirlo, el pechar violento al incrementar impuestos, el aumento de todos los productos: el azuzar la hiperinflación de un modo grosero, grotesco, impensable.
El totalitarismo descarado intentó embobar bobalicones, mintiendo como siempre. Pero como nunca, no le creen ya, la tendencia al enrarecimiento lingüístico no le salió nada bien esta vez, generó incertidumbre, una confusión extrema aún no limada, rabia. La gente sabe que traerá más hambre, más desesperación y menos atención de sus necesidades. Así que no hay duda que discursivamente hay que plantársele a la dictadura y espetarle popularmente un ruidoso: ¡HABLA CLARO MENOR!