“El pegamento que une todas las relaciones (incluidas las relaciones entre el líder y su rebaño) es la confianza, y la confianza se basa en integridad”.
Brian Tracy
Los venezolanos no habíamos vivido nunca tiempos tan convulsos y de tanta confusión como los actuales. Y es que hemos perdido la confianza prácticamente en todo y en todos.
Dejamos de confiar en nuestros líderes, en nuestros semejantes, en nuestro sistema y hasta hemos dejado de creer en nosotros mismos.
Somos un pueblo maniatado que durante los últimos 20 años hemos sido invitados de palo a un proceso de destrucción masiva de nuestro país, de nuestra forma de vida y de nuestras instituciones.
Hemos visto pasar cientos, miles de promesas, de mejoría, de bienestar, de cambio, de justicia, de igualdad social, de progreso y de bonanza y nos abate el duro hecho de constatar que ninguna se ha hecho realidad.
Estamos muy lejos, lejísimos de ser un país potencia, ni aun siendo sabedores de los grandes recursos materiales y humanos del que es poseedora nuestra nación. No vivimos en un “mar de la felicidad” como se nos ofreció. La realidad es que vivimos en un país hecho pedazos, cada vez más pequeños y que diera la impresión que son cada día más difíciles de volver a unir.
Podría yo una vez más sentarme a escribir y a enumerar una por una, todas las carencias y miserias que vivimos los venezolanos a diario, pero ustedes estimados lectores los conocen tan bien como yo, porque las padecemos a diario. Es una calamidad más, evocar a diario la lista de todas las demás calamidades.
Ya los venezolanos no creemos en promesas, nos gustaría ver hechos concretos que nos hagan creer una vez más que la recuperación de nuestro país es una realidad posible.
Una forma cruel de dominación se adueñó de nuestras vidas. Se destruyó el aparato productivo de toda la nación incluida la gallina de los huevos de oro, la industria petrolera. Los campos se quedaron yermos porque a quienes producían alimentos les expropiaron sus tierras para que se conviertieran en cotos de abandono. Las industrias y fábricas fueron intervenidas y condenadas a la improductividad. No tenemos nada porque no podemos producir nada. Las promesas de prosperidad murieron allí. ¿Quien con dos dedos de frente apuesta por invertir en un país donde si no eres del combo te expropian? No hay confianza en un Gobierno que solo garantiza lo que quiere garantizar.
Somos cada día más dependientes de un estado todo poderoso que administra a discreción el hambre y la necesidad de la gente, mientras sus personeros exhiben sin ningún pudor los beneficios producto del ejercicio de un poder desmedido.
Pero aquí nos toca un pedazo del bocado amargo a todos. Y cuando digo a todos es a todos. Tenemos una oposición que ha demostrado estar dispuesta a dar la lucha, pero que no ha encontrado asertividad en ella porque no hay manera de que se ponga de acuerdo en que primero está el país por encima de colores políticos, ambiciones personales o la mejor foto en los medios.
Tenemos a comerciantes e industriales (no todos) que han encontrado en la crisis que padece el pueblo un auténtico filón para incrementar sus ganancias de forma exponencial especulando y jugando una especie de “monopoly” macabro con la miseria de la gente. Y lo más triste nos hemos convertido en elementos indolentes de una sociedad donde lo que priva es esa mala y artera forma de vida que conocemos como “viveza criolla”. No importa lo que le pase al vecino, si no nos pasa a nosotros.
Estamos todos llamados a hacer el esfuerzo por recuperar la confianza en nosotros mismos, de ser capaces de creer que el cambio social, de conciencia ciudadana, moral y politica es posible. Y de decirle a quienes nos tienen jodidos que ya no creemos en ellos ni en sus vacuas promesas que nunca han estado dispuestos a cumplir.
El titánico trabajo de recuperar la confianza es labor de todos.
José Manuel Rodríguez
Analista / Consultor Político
@joserodriguezasesor
josemrbconsultor@gmail.com