Toda moneda tiene dos lados. Así las cosas, el conocimiento que se obtiene al mirar sólo uno de ellos, aunque valido, termina siendo insuficiente. Divulgadas ampliamente, las imágenes de cientos de miles de venezolanos abandonando el país a como dé lugar, evidencian la brutal crisis que destroza a nuestra sociedad y sobrecogen el alma de todo aquel que las ve con la sensibilidad adecuada, habida cuenta de que también destacan en el espacio mediático bastardas expresiones de hienas capaces de burlarse del destino en que se ve envuelto cada emigrante. El grueso de los compatriotas que huyen al exterior, comparten la misma certeza: no ven para ellos ni para su grupo familiar futuro alguno que soñar en la tierra donde nacieron o que los acogió de buena manera en el pasado. El anverso de la moneda acuñada para describir esta inmensa tragedia muestra el rostro de su principal responsable: la autodenominada revolución bolivariana. Explicar las razones de que así sea es llover sobre mojado. Todo el mundo las conoce.
Desafortunadamente, pese a lo que en contrario el caso demanda, en la lectura pertinente de la situación descrita se obvia el reverso de la moneda. Poco o nada se puntualiza que el liderazgo opositor es también, en buena medida, responsable de que millones de los nuestros hayan perdido la fe en el mañana. Las incoherencias, las contradicciones, la inconsistencia, el ir y venir, la torpeza, demostrados por ese liderazgo en su acción cotidiana, han coadyuvado inmensamente a sumir en el desespero a importantes sectores de la población, en tanto y cuanto la gente se ha convencido de que con tal dirigencia al frente es cuesta arriba construir una verdadera opción de poder, capaz de impulsar el cambio trascendental y profundo que el país clama, de tal forma que se enrumbe por los alentadores caminos de la reconstrucción. Una oposición desarticulada, ducha en devorarse los hígados, donde abundan los cálculos derivados de propias trayectorias, donde destacan los afanados en encontrar los yerros de los demás para destrozarlos sin piedad en función de anularles todo posicionamiento posible, donde el mayor empeño es despejar el camino para encumbrarse como la cabeza indiscutida de una nueva época que al final de cuentas no llegará, porque las condiciones subjetivas para que ocurra no terminan de edificarse, no puede generar la confianza suficiente en quienes se encuentran atosigados por infinidad de carencias. De una buena vez, el liderazgo en cuestión debería entender que anclado en la ceguera y defendiendo apetitos personales o grupales, extingue la luz que al final del túnel es necesario permanezca encendida para evitar que aquellos a quienes aspira a conducir se hundan en el desaliento.
Quien siente que no tiene nada que perder o nada que buscar, decide marcharse. Dos lados de la moneda: sabe que con este gobierno no tiene futuro; intuye que el liderazgo opositor es incapaz de trazar la hoja de ruta para superar la debacle. Mientras esto pasa, los que con aviesas intenciones destrozan el porvenir, se relamen complacidos. Son expertos en la materia pues aprendieron en buenas escuelas, esas donde se enseña a capear temporales y a usufructuar el poder, independientemente y a costa de la desventura de millones. La historia muestra elocuentes ejemplos de gobiernos que se mantuvieron por décadas a pesar de que por su culpa los pueblos de esos países sufrieron inconmensurablemente. En este sentido, el liderazgo opositor venezolano tiene una tarea pendiente: superar las diferencias y reconquistar el perdido fervor de las masas. Si no se rectifica no habrá salida alguna y el infortunio nos alcanzará a todos; claro está, a algunos más que a otros. En todo caso, la vergüenza cubrirá a quienes no asuman el compromiso.
Mírate en el espejo, hermano. Es criminal desmontar la esperanza colectiva.
Historiador
Universidad Simón Bolívar
@luisbutto3