Se conoce como extremismo una conducta que pretende situarse en la parte más alejada y opuesta a un punto de inicio. En política, el extremismo se desarrolla como un elemento excluyente y agresivamente repelente de las opiniones que se distribuyen en los puntos intermedios.
El extremismo comporta unilateralidad, exageración, prisa compulsiva y frecuentemente una visión de corte autoritaria. En política, las posiciones extremistas restringen o sencillamente niegan el diálogo y la negociación: al enemigo ni agua.
Los objetivos extremistas son frecuentemente irreales. Pero así no tengan siquiera un alfiler para hacerle una raspadura al bloque dominante, convocan a un suicida choque frontal, justificado en la ilusoria, inútil y minoritaria suposición de que la muralla caerá en la próxima embestida. Las pérdidas no cuentan.
La retórica del liderazgo extremista es talla única: todo o nada; ahora o nunca y sin términos medios. La personalidad extremista se mira a sí mismo solo en la arena, flotando en los vítores de la multitud y poniendo su pie sobre el cuerpo inánime del perdedor.
Una fina línea separa dos universos contrarios: radicalismo y extremismo. La diferencia suelen mantenerla la inteligencia de los líderes. Alfredo Maneiro tuvo una visión radical mientras seguidores suyos patinan, con facilidad, hacia el extremismo.
Ser extremista es todo lo contrario a hacer política, arte de transformar progresivamente la realidad, porque el ni un paso atrás, el vete ya o el abstencionismo principista contienen una intransigencia que se niega a asumir la realidad política. Por eso, los extremistas le hacen el trabajo al poder, comenzando por aislarse a sí mismos y estableciendo que no puede haber unidad sino con los puros. Llaman a incendiar el mundo sin tener ni medio palillo de fósforo y sin perturbar el estatus quo. Lo suyo es diferenciarse, proyectar bravura y mantenerse en la engañosa apariencia de la dureza. Nada de ir a las raíces.
El extremismo es un sucedáneo dañino de la política. Sus consecuencias negativas se observan en la oposición venezolana a medida que la estrategia virtuosa ( constitucional, pacífica, democrática y electoral) ha sido sustituida por posiciones fuera de la constitución, que descartan la vía electoral, se saltan la verificación democrática y privilegian falsas salidas como el golpe, la insurrección popular o la invasión extranjera.
Las reducidas vanguardias extremistas, (María Corina, Ledezma, ¿Borges?) ostentan un supremacismo moral, lanzan un anzuelo maximalista y prometen soluciones a corto plazo. Van hilando una trama de política ficción que, en una situación de desesperación frente a la profundización de la crisis, puede resultar atractiva para millones de personas que prefieren un caudillo que una dirección colectiva, un lance en vez de una organización, un resultado instantáneo antes que el paciente trabajo de conquistar una mayoría que sea capaz de derrotara a la maraña del poder en el terreno donde realmente hay que enfrentarlo y abatirlo.
El liderazgo reformador, el que está obligado a trabajar una salida pacífica y negociada con sectores del campo oficialista, ha permitido que el pensamiento extremista gane terreno. Y no podrá avanzar sin vencer esta rémora en las bases opositoras. Es hora de oponerle una política unitaria, alternativa y efectivamente expresiva de los deseos de la mayoría. En esto si hay que ser precisos: o lo hacemos o terminaremos por desaparecer.
@garciasim