Este título no se refiere a ninguna novela de misterio ni a la expulsión de algún embajador de los Estados Unidos. Es la despedida a un restaurante de Caracas que durante 60 años se caracterizó por ofrecer una cocina centrada en carnes a las brasas, aunque de vez en cuando uno pudiera disfrutar un buen bacalao, sin ser sus fogones marineros. Como todo en la vida, eso tiene una razón y vamos a contarla, publica TalCual.
Por Miro Popic
@miropopiceditor
La historia comienza en 1958, como nuestra democracia, luego del alzamiento popular en contra de la dictadura del general Marcos Pérez Jiménez, cuando un norteamericano venido en Texas decidió montar un restaurante de carnes casi en las afueras de la ciudad, en la naciente urbanización de La Castellana. Se llamaba Lee Copper Hamilton. Había nacido en la ciudad de Middletown, en el estado de Maryland, y luego de estudiar hotelería en Nueva York, llegó por estos lados atraído por la fiebre petrolera que trastocó las estructuras sociales del país y pasamos de ser un país rural, austero y sacrificado, a ganarnos la lotería todos los días gracias a la explotación petrolera.
Hamilton tenía una granja en Los Teques donde cultivaba hortalizas que enviaba a la capital para abastecer a los pocos restaurantes que había en la ciudad. Entusiasmado, decidió incursionar en el negocio y lo hizo montado una steack house a la que puso su propio nombre: Lee Hamilton.
Se especializó en carnes a las brasas al estilo norteamericano, con cortes como el T-bond steack, el sirloin, el churrasco New York, entre otros, además de montar un atractivo y excelente salad bar donde servía lo que cultivaba en los altos mirandinos, algo novedoso para la época. Eran famosas las lechugas con queso roquefort. Su época más brillante llegó en la década de los setenta cuando se puso de moda comer con una botella de whisky en la mesa.
El local pasó luego a manos de un restaurador de origen portugués, José Rodrígues. En su transcurrir sufrió una serie de modificaciones pero siguió siempre fiel a la oferta carnívora originaria, con el agregado de nuevas propuestas donde se incluían también pescados y arroces. Recuerdo haber comido un bacalao a las brasas que todavía saboreo a pesar de los años.
Este lunes 10 de septiembre de 2018, Lee Hamilton Steack House cerró sus puertas para siempre. Siendo un restaurante de carnes, no pudo soportar la ausencia de materia prima ni trabajar a pérdida con precios acordados, menos cubrir costos ante la merma de clientes con ingresos cada vez más disminuidos.
Esta misma semana, en otro lado de la ciudad, la arepera El Tropezón, en la zona de Los Chaguaramos, amaneció con su santa maría abajo y un letrero pegado donde se lee: “informamos a nuestra distinguida clientela que estaremos cerrados temporalmente por mantenimiento y reparaciones”. Todos sabemos que estas palabras no son más que un eufemismo que encubre un cierre obligado, por no poder cubrir los gastos de funcionamiento para mantener abierto un local que por más de 50 años estuvo ligado al beisbol y a la actividad universitaria de su vecina UCV. Un tropezón menos en la vida.
Lee Hamilton nació con la democracia y murió con ella, al menos con lo poco nos queda, si es que algo nos queda todavía.