Vivimos una tragedia sin precedentes. Buena parte del país emigra despavorido. Los connacionales huyen de calamidades sembradas con odio, escapan del caos sórdido creado deliberadamente por el régimen de Maduro para perpetuarse en el poder.
El óleo de Tito Salas sobre la “Emigración a Oriente” en el “año terrible” de 1814, que desde hace más de un siglo quedó impreso en la mentalidad colectiva venezolana como signo irrepetible de un momento de terror en los años de nacimiento de la nación, parece hoy una caricatura ante la imagen recurrente que puede verse con más dramatismo en vivo y a diario en el puente “Simón Bolívar” que lleva a Colombia o en la ruta que por Santa Elena de Uairén conduce al Brasil.
En 2018 la masiva movilización de venezolanos allende las fronteras nacionales, expulsados por el hambre y las enfermedades, sustituyó a las multitudinarias protestas en las calles de la nación en 2017 exigiendo la salida de Maduro del gobierno.
Al ritmo actual no es aventurado pensar que pronto habrá más venezolanos fuera que dentro del territorio nacional. Los números más conservadores de ONU estiman la diáspora de compatriotas en alrededor de 3,2 millones de refugiados, más del 10% del total de la población.
La encuesta de Meganálisis de septiembre reveló que al menos 6 millones de venezolanos (más del 20%) están dispuestos a marcharse del país “si Maduro no sale del poder y la crisis continúa”. La mitad de los cuales lo hará antes de culminar el segundo trimestre de 2019.
¿A qué juega Padrino?
No obstante las magnitudes gigantescas del proceso migratorio venezolano, Maduro persiste en desconocerlo y en negar la causa que lo produce: “En Venezuela no hay crisis humanitaria, eso es una campaña internacional que quiere justificar un golpe de Estado”, dijo con sorna. Como sustento de esa falacia ha promovido una suerte de show denominado “regreso a la patria” en el que venezolanos “engañados” deciden retornar a su tierra.
Las expresiones oficiales desmienten el éxodo en modo deleznable e insostenible. Los venezolanos “emigran por moda y estatus”, dijo con cinismo el teniente Diosdado Cabello, segundo hombre del régimen, quien habría pactado nuevamente con Maduro repartiéndose el control del país. “Si nuestro modelo fuera tan malo, muchos inmigrantes ya se hubieran ido”, añadió.
El empeño por negar el severo drama que destruye la nación ha llevado a Jorge Rodríguez, quien funge de ministro de comunicaciones del régimen, a afirmar con saña goebeliana que “detrás de la migración venezolana hay una estafa gigantesca”.
El afán por desconocer la tragedia nacional ha conducido a extremos cursi y fantasiosos, recientemente Maduro exigió a Colombia pagarnos por millones de colombianos que viven aquí: “Vamos a usar todos los mecanismos internacionales para demandar al gobierno de Colombia por los cinco millones de colombianos que viven aquí y que vinieron a Venezuela en condiciones de pobreza. Todos los colombianos que han recibido atención, salud, educación, sin quejarnos nunca, es una desfachatez la campaña oligarca del gobierno colombiano”.
Maduro miente con descaro pese a que las propias informaciones oficiales le explotan rotundamente sus falacias, los últimos datos publicados por el Instituto Nacional de Estadística en 2011 indicaron que la población colombiana en Venezuela era de 721.791 personas.
Sin embargo no todo es coherencia en el régimen, de su interior afloran las contradicciones. En medio del desesperado intento por negar la realidad siempre se les escapa la liebre. El general Padrino López, personaje clave en la permanencia de la dictadura, sorprendentemente los desmintió a todos, ora por torpeza ora por diferencia de intereses, al admitirle al ministro de la Defensa de Brasil que los “venezolanos emigran por hambre”, aunque trató de justificar el hecho culpando a la “guerra económica”. Joaquín Silva, ministro de Defensa brasileño, aseguró que Padrino admitió que Venezuela “no tiene dinero para alimentar a su pueblo”.
La presión internacional ha producido quiebres en el Pranato gobernante. Las sanciones han surtido efecto, aunque no es fácil predecir su alcance o lo que vendrá luego. Pero la procesión sigue por dentro en el mundo rojo. Se acuerdan hoy y mañana rompen. La tensión interna se acentúa. Es hora de que la oposición deponga intereses, se una para acelerar el cambio y detener la desintegración de la nación.
Se internacionaliza la crisis venezolana
En 2018 el eje de la política de oposición contra el régimen de Maduro de ha desplazado al exterior, la terrible represión madurista ha cerrado los espacios de disidencia y obligado al exilio a buena parte del liderazgo opositor.
Seguir pensando que los venezolanos deben resolver sus problemas sin injerencia externa más que un error es una estupidez, una criatura de la ignorancia. No se trata de sentarnos a esperar la llegada de los marines, como suelen apuntar ciertos payasos presumiendo ironía barata, sino de entender la naturaleza delictiva del régimen que enfrentamos y su disposición a permanecer en el poder a cualquier costo.
El principio de la no injerencia extranjera en los problemas nacionales es hoy un defectuoso ardid nacionalista estimulado por el Pranato para extender el creciente número de muertes por hambre y enfermedades.
La tragedia nacional ya es una tragedia internacional. Los países vecinos se duelen del impacto de millones de connacionales sobre su suelo, sus economías no resisten ese enorme impacto. La valiosa solidaridad prestada ya se resiente pese a la ayuda de los organismos internacionales.
Ninguna nación civilizada es indiferente. Los Estados Unidos persisten en los señalamientos y sanciones contra la pandilla que desgobierna. La señora Nikky Haley, quien preside por ese país el Consejo de Seguridad de la ONU, hizo acusaciones contra Diosdado Cabello de un tenor mayor a las que alguna vez le fueron dispensadas a Manuel Antonio Noriega a las cuales no se ha referido ni el gobierno ni la oposición.
Ningún ente mundial tiene fuera de su agenda a Venezuela. Michelle Bachelet dijo en Ginebra que la migración de venezolanos no tiene precedentes en la región. Sigue llegando información de muertes por malnutrición y enfermedades que se pueden prevenir en Venezuela. En su primer discurso ante el Consejo de Derechos Humanos de la ONU, la nueva alta comisionada aseguró que “en el mismo período continuaron las denuncias de detenciones arbitrarias, maltratos y restricciones a la libertad de expresión en ese país”.
La papa caliente
El consenso internacional es que la crisis venezolana demanda con urgencia una solución. Para luego es tarde. La gravedad de la crisis se acentúa y ha puesto sobre la mesa el escabroso tema de la “intervención militar”.
El secretario general de la OEA, Luis Almagro, no ha ocultado su simpatía por la solución bélica, remachando que no se puede “negar” esa opción y construye argumentos al respecto. El secretario general de la OEA dijo: “hablemos de lo que importa, de las victimas del horror y cómo ayudarlos. Hablemos de lo que tenemos que hablar. Del horror de la dictadura y sus consecuencias y de la fuerza que nos da el Derecho Internacional y los instrumentos del sistema Jurídico Interamericano. El mensaje nuestro integralmente no es de violencia, sino que es precisamente para detener la violencia, para detener la agresión y la represión. Nuestras acciones están dirigidas a hacer esto efectivo”.
Almagro ha sido enfático y contundente en su condena: “La dictadura venezolana querría que me fuera, la dictadura venezolana querría que me callara. Sus cómplices también. Yo seguiré luchando contra la misma hasta que caiga, donde sea, como sea”.
Desde el la esquina de los derechos humanos José Miguel Vivancos también ha sido claro en su planteamiento y posición sobre la salida: “el derecho internacional sólo permite uso de la fuerza en casos similares a un genocidio, lo cual no ocurre ahora en Venezuela (aunque la situación es gravísima).”
Donde el tema de la “intervención militar” resbala hacia el terreno de la cautela y el cálculo es en el Grupo de Lima, en su declaración hubo “discrepancia de términos” y once países mostraron su desacuerdo. Llama la atención que Colombia, el principal afectado, no suscribió el Acuerdo, pese a que el presidente Duque ha reiterado en varias ocasiones su oposición a la solución militar
Washington, por su parte, no afloja en su ofensiva diplomática. Mike Pompeo, Secretario de Estado de EEUU, expresó que su país tomará nuevas acciones sobre Venezuela. Espera que las medidas se anuncien en los próximos días.
El presidente Donald Trump dijo: “No permitiré que Estados Unidos se convierta en la próxima Venezuela”. Y recibirá a Piñera en la Casa Blanca el 28 de septiembre para entre otros temas discutir “los esfuerzos para restaurar la democracia en Venezuela”, informó la Casa Blanca.
Entre tanto, Julio Borges, Carlos Vecchio, y los ex alcaldes Antonio Ledezma y David Smolansky señalaron que “Venezuela se ha convertido en un Estado Fallido que atenta contra la estabilidad de la región y que lamentablemente se han cerrado todas las salidas democráticas para solucionar la grave crisis”.
La respuesta del régimen no ha pasado de uno que otro alarido y su movimiento internacional se ha concentrado en China, un aliado que no oculta su incomodidad su siervo ni su interés en garantizarse a futuro el cobro de sus deudas vía inversión petrolera en Venezuela. Todo lo demás ha sido circo y desparpajo con los excesos gastronómicos de Maduro habano en mano y reloj de oro complaciendo a Cilita engullendo un cordero en Istambul atendidos por un chef payaso mientras el pueblo venezolano muere de hambre.
El tema de la “intervención militar” es peliagudo, una verdadera papa caliente, la rudeza de la expresión ha quedado solo para Almagro y uno que otro funcionario protegido por el fuero diplomático internacional. Entre venezolanos está, comprensiblemente, reducido a susurros. Incluso los más radicales que van de la ONU a la OEA o a la Unión Europea se quedan en el subterfugio de la “intervención humanitaria”.
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