Vuelvo sobre las imágenes que se hicieron virales. Me niego a creer que todo sea producto de un plan fríamente calculado. Pensando de esa manera determinista, nada puede hacerse. Si todo es parte de un plan, si todo está escrito ya, ¿para qué actuar?, ¿qué sentido tiene intentar un cambio si este intento nuestro también es parte de un plan? Dicho en otras palabras: “ni tan calvo ni con tres pelucas”. Sabio es discriminar entre aquello que es parte de un plan y aquello que no lo es. Lo de la carne, fue un pelón. No cualquier pelon: un grave pelón, que contradice la esencia del mensaje que fundamenta el régimen: ser rico parece que es buenísimo, tan bueno como malo es ostentar de la riqueza. Mientras sometía a su pueblo a progresivas hambrunas, Fidel comía como un multimillonario, pero usted no encontrará nunca una fotografía de Fidel yantando.
La imágenes dicen demasiado. Si usted observa a un mendigo devorando como un glotón en una buena mesa con el mayor lujo, lejos de producirle repulsa e indignación, la situación genera lástima: “pobre hombre -piensa uno- tan maltratado por la vida, Dios le dio una oportunidad de comer”. La antítesis de esta imagen es la de la glotonería de la abundancia: cuando alguien de rolliza figura y buen vestir, con joyas costosas jarta insaciable, produce justamente el efecto contrario: rechazo y animadversión. De hecho, recuerda uno siempre que esa imagen era la que usualmente se usaba en las pintas de izquierda en las calles para emblematizar la burguesía: un tipo obeso, que comía abundantemente, con paltó levita, sombrero de copa y lujo. A su lado siempre figuraba un famélico Juan Bimba que contemplaba con tristeza la escena con su plato vacío, como para que quedara claro al pueblo que sus carencias, necesidades y en definitiva su hambre, era consecuencia de aquella injusta y excesiva abundancia, de alguien que solo podía ser tenido como su enemigo.
Vaya que la vida tiene cosas, giros copernicanos: ponerte a representar el detestable rol en contra del cual luchaste toda tu vida. Verdaderamente el Diablo existe y es en exceso habilidoso. Debemos estar atentos, siempre en vela nuestros sentidos autocríticos: mientras mejor te va, cuando más poderoso eres, más atento tendrías que estar. Me niego a creer que el hombre de la carne tuviese una clara idea de a quien agasajaba y las consecuencias de su gesto, tanto para él como para la humanidad toda que viralizó el hecho. Un hombre con tantos negocios por el mundo, seguramente tiene poco tiempo para sentarse a leer e investigar. Se deja llevar por títulos y etiquetas. Tan fácil que es eso hoy día: te metes en Internet, consultas varias fuentes, llamas a un amigo que conociste de ese país, le preguntas por el personaje, quedas con duda, llamas a otro. Ves un hecho que te llamó la atención, investigas cruzas opiniones. Con una horita bien aprovechada comienzas a sacar tus propias conclusiones, ver si te conviene estar ese día en el restaurante o fingir una gripe, un viaje, tu mamá enferma, cualquier cosa, una excusa de peso. Pero no, vivimos tiempos de ebullición, queremos ser mediáticos, estar en todo y nos equivocamos con frecuencia.
La consecuencia es que por el mundo, muchos de los que no conocían a ambos personajes, comenzaron a conocerlos, con unas imágenes que no fueron la mejor carta de presentación para ninguno de los dos. Vivimos tiempos de redes y viralización, eso es buenísimo y malísimo a la vez, si olvidamos que detrás de todo está el ser humano, la conciencia, la coherencia y los principios.
Para la humanidad entera ha sido imposible desconectar las imágenes aludidas de otras que también se han vuelto virales: la de miles de venezolanos huyendo del hambre. Como en los murales que los militantes de izquierda pintaban en los setenta, a la humanidad le ha quedado claro que el aleteo de un bistec mariposa en Turquía, produce una hambruna en el Caribe.