Aumenta la “epidemia” de doctores que abusan de las mujeres en los partos

Aumenta la “epidemia” de doctores que abusan de las mujeres en los partos

Foto: Cortesía

 

El 6 de agosto de 2016, la cifra de 16 millones de dólares resonó dentro del mundo del cuidado de maternidad. Era un monto relacionado con una imagen escalofriante: una mujer en trabajo de parto, gritando de dolor y de terror mientras una enfermera apretaba la cabeza de su bebé contra su vagina, evitando que naciera. Fue el día en que la madre oriunda de Alabama, Caroline Malatesta, ganó una batalla legal increíblemente rara contra Brookwood Women’s Health, el hospital en Birmingham, cuando dio a luz en 2012.

Por: Sarah Yahr Tucker | Infobae





De acuerdo con Yahoo Parenting que publicó su historia por primera vez en 2015, Malatesta escogió a Brookwood porque quería “autonomía”, y fue tentada por una seductora campaña de marketing que promocionaba planes de parto personalizados y elecciones “naturales”. Su experiencia real estuvo muy lejos de esa imagen empoderada. Malatesta había planeado un parto sin medicaciones y quería moverse libremente durante el proceso, pero su enfermera de parto le ordenó entrar a la cama de espaldas y permanecer inmóvil, a pesar de que su bebé no mostraba señales de peligro. El obstetra que le había prometido a Malatesta un monitor inalámbrico y una bañera para un parto en agua no estaba de guardia. Cuando ella protestó, la enfermera ignoró sus preguntas y ordenó a Malatesta obedecer. Como Malatesta escribió después, “Quedó bastante claro que esto no se trataba de salud o de seguridad. Era una lucha de poder”.

En los últimos minutos del parto de Malatesta, ella afirma que esta lucha se convirtió en una agresión física violenta. Ella describe cómo su enfermera la sometió a la fuerza en su cama mientras otra enfermera presionaba la cabeza saliente de su bebé contra su vagina durante seis minutos. Malatesta dice que sus gritos de “¡Alto!” fueron ignorados mientras ella luchaba en lo que denomina una “tortura”. Su hijo Jack nació saludable y sin daños, pero Malatesta sufrió daño cerebral severo como resultado de la agresión. Más tarde fue diagnosticada con Trastorno por Estrés Postraumático (TEPT) y neuralgia del pudendo, una condición extremadamente dolorosa e incurable, que le impide tener sexo y volver a dar a luz otra vez.

En 2016, después de más de dos años de litigio, la demanda de Malatesta no probó que había sido atacada criminalmente por una persona a la que le confió su cuidado; de hecho no existe ninguna ley estadounidense que esté en contra de lo que se le hizo a Malatesta. Pero un jurado civil acordó con que Brookwood había publicitado fraudulentamente sus opciones de parto, y que su enfermera había violado la norma de cuidado.

Después de la decisión, el cubrimiento mediático del caso de Malatesta se enfocó en su experiencia traumática y en el cuidado de maternidad de tipo “señuelo y engaño” que había recibido. Cientos de personas expresaron conmoción, simpatía, y también escepticismo frente al hecho de que una violación así de espantosa hubiera ocurrido en un hospital. Pero para un grupo de personas, la historia de Malatesta no era impactante, aislada, y ni siquiera inusual. Las doulas, o parteras, que son profesionales entrenadas para brindar apoyo físico y emocional, pero no cuidado médico para personas en parto, vieron el caso simplemente como otro incidente de violencia obstétrica: cuidado de maternidad abusivo, que según muchas de ellas es algo de lo que son testigos de forma regular.

El término “violencia obstétrica” no aparece en ninguna parte de la constitución estadounidense, pero otros países como Venezuela y Argentina están comenzando a definirlo como un crimen en contra de las personas que dan a luz. Es un término genérico que incluye actitudes irrespetuosas, coacción, bullying, y discriminación de parte de profesionales del cuidado, falta de consentimiento para exámenes o tratamiento, procedimientos forzosos como cesáreas por orden de la corte, y también abuso físico. En 2016, la American College of Gynecologists and Obstetricians (ACOG) publicó una amplia opinión del comité que afirmaba que una mujer embarazada “capaz de tomar decisiones” tiene el derecho a rechazar tratamientos, y a oponerse “de la forma más severa” al uso de “presión, manipulación, coacción, fuerza física, o amenazas… Para motivar a las mujeres a tomar determinadas decisiones clínicas”. Sin embargo, sus opiniones y resoluciones no son obligatorias.

A pesar de que la violencia obstétrica puede causar tanto daño físico como emocional, observadores legales han encontrado que son muy pocas las mujeres que alguna vez hacen reclamos públicos contra doctores, parteras, enfermeras, u hospitales. Si tanto un bebé como su madre están razonablemente saludables, la mayoría de mujeres prefiere dejar atrás una experiencia de parto traumática mientras se concentran en la maternidad. Lo que fue impactante para las doulas con quienes hablamos, no fue la forma irrespetuosa en que Malatesta fue tratada, ni siquiera su agresión física, sino el hecho de que ella se defendió pública y legalmente en contra de su agresión. Y ganó.

Emily Varnam, una doula y pedagoga de la salud reproductiva en Detroit que trabajó previamente en Nueva York, describe la experiencia de presenciar repetitivamente violencia obstétrica como agotadora, indignante, y profundamente traumática. “Básicamente uno ve que las mujeres obtienen el cuidado apropiado en el uno por ciento de las casos”, dice Varnam, quien agrega que vio abusos regulares mientras asistía a partos en casi todos los hospitales de Nueva York. “Ya sea a causa de la falta de un cuidado basado en la evidencia o la falta de compasión, o la falta de respeto hacia la especie humana, uno prácticamente nunca presencia un cuidado que se sienta apropiado, bien sea por la forma en que les hablan, o por exámenes vaginales no consensuados. También se trata de episiotomía no consensuada, coacción, bullying o tácticas de intimidación”.

Como muchas otras doulas, Varnam originalmente consideró su labor como un apoyo para las mujeres embarazadas. Pero pronto se dio cuenta de que su trabajo podría ser mejor descrito como uno de “guardaespaldas”. En lugar de ofrecer medidas de confort o estímulo durante el parto, ella siente que estaba realmente ahí para mantener a sus clientes a salvo, para proteger su autonomía física, para defenderlas de ser victimizadas, y si falla en eso, para servir de testigo de su abuso. Es un trabajo que Varnam cree que no debería existir.

Varnam recuerda haber sido testigo de un incidente particularmente perturbador con una cliente en el que un obstetra entró a la sala de parto usando ropa sudada: sin siquiera presentarse a la cliente ni pedirle permiso, el doctor insertó sus dedos en su vagina e intentó ensanchar manualmente su cérvix ya casi dilatado. Varnam dice que su cliente gritó de dolor y en protesta, pero se necesitó de la insistencia de Varnam para que el doctor se detuviera. “Eso pasa todo el tiempo”, dice. “Es increíble la cantidad de veces en que tengo que decir, ‘Ella está diciendo que no, y tú tienes tu mano en su vagina. Tienes que sacarla’. No puede existir ese tipo de indiferencia hacia el consentimiento”.

Existen datos que soportan la experiencia de Varnam. En una encuesta de 2014 aplicada a más de 2.000 parteras, educadoras, y enfermeras de parto en Estados Unidos y Canadá, se encontró que casi el 90 por ciento había presenciado a algún profesional de la salud participar en procedimientos “sin dar la oportunidad a las mujeres de elegir o considerar”, y casi el 60 por ciento había observado a profesionales realizar procedimientos “explícitamente en contra de los deseos de la mujer”. Muchos que se encuentran fuera del campo de los partos encuentran estas cifras difíciles de creer. Varnam ha luchado para convencer a las personas de que las cosas que ha visto no fueron errores ocasionales de unos cuantos obstetras “vieja escuela”. Ella dice que ha visto ese mismo comportamiento de parte de doctores jóvenes, doctoras, parteras, y enfermeras: está pasando en todos lados.

Mychal Balazs, una doula basada en Los Ángeles, coincide con este análisis. En sus dos años de doula, dice que ha visto toda clase de violencia obstétrica. Balazs siente que particularmente la falta de consentimiento es ignorada como un problema del cuidado de maternidad y es una de las razones principales de los traumas relacionados con los partos. A Balazs le perturba sobre todo una práctica denominada “desgarramiento manual”, que según ella ha visto frecuentemente en hospitales de Los Ángeles. En lugar de la episiotomía que implica un corte quirúrgico para agrandar la apertura vaginal, Balazs dice que ve frecuentemente a profesionales de la salud estirar y desgarrar el perineo de una paciente con sus manos, incluso cuando la paciente no ha recibido anestesia epidural, causándoles dolor intenso.

Balazs afirma que también ha presenciado abuso sexual durante el parto, y hace una distinción entre “manoseo médico indeseado” en la vagina, que algunos consideran como abuso sexual, e incidentes que fueron abiertamente “sexualizados”. “De hecho he escuchado cosas muy explícitas sexualmente dichas a personas que están en labor de parto”, dice Balazs. “Ni siquiera puedo describir lo increíblemente extraño que es ver algo que solo se puede describir como una violación, luego a alguien recibir a su bebé, y luego que ese sea el mejor momento de sus vidas”.

Muchas otras doulas tienen historias similares, y usualmente solo se sienten cómodas compartiéndolas cuando es de forma anónima. Una doula de Alabama que habló de forma anónima en el podcast “Birth Allowed” de 2007, relató ver a un doctor forzar a una paciente en parto desde atrás mientras ella se inclinaba sobre la cama del hospital. La doula dice que su cliente se negó a tener un examen vaginal, y que el doctor le dijo “Entonces, así es como haremos esto”, antes de levantar su falda y forzar su mano toscamente dentro de su vagina desde atrás. “Si eso hubiera pasado afuera del hospital, él estaría en la cárcel”, dijo la doula. “Teníamos todos estos testigos. Fue una violación sexual, y la posición de su cuerpo, fue muy sexual”.

La mayoría de las doulas coinciden en que el problema de la violencia obstétrica es especialmente severo para las mujeres de color, y que la discriminación basada en la raza, la etnia, la edad, el estatus socio-económico, y el estatus marital es bastante generalizada dentro del cuidado de maternidad. Ravae Sinclair, una doula y abogada en Washington D.C., quien ha asistido a partos por casi 16 años, dice que observa a los profesionales ser aún más autoritarios de lo usual cuando atienden a familias de color, dándoles órdenes, cuestionando sus elecciones, y asumiendo que las parejas no están casadas o no se han educado.

Al ser una nueva doula que está comenzando a trabajar en un hospital local de Milwaukee, Sinclair dice que lo que la aterrorizó más fueron las mentiras; cuando los doctores justificaban actos no consensuados al afirmar falsamente que el bebé o la madre habían estado en peligro. Más recientemente, Sinclair ha encontrado formas asertivas para combatir este tipo de desinformación, y dice que cada vez más y más mujeres negras quieren estar protegidas. Sus clientes negras le dicen: “Quiero algún día —al traer a mi hijo inocente a este mundo— no estar permeada de racismo, teniendo la carga de ser negra. No quiero tener que cargar el equipaje de alguien más, porque me estoy encargando del parto, lo cual ya es importante”.

De acuerdo a los Centros para el Control y Prevención de Enfermedades (CDC), las mujeres negras en Estados Unidos son de tres a cuatro veces más propensas de morir que las mujeres blancas por causas relacionadas con el embarazo o el trabajo de parto. Un informe de 2014 de SisterSong y otras organizaciones de justicia reproductiva encontró que “en algunas áreas de Mississippi, la tasa de muertes maternales para las mujeres de color excede a las de África subsahariana, mientras el número de mujeres blancas que mueren durante el parto es muy insignificante para ser reportado”. Pero a lo largo de ese país, la tasa de mortalidad maternal está aumentando constantemente. La más reciente proporción de parte de los CDC es de 17.3 muertes maternales por cada 100,000 partos en vida; la más alta del mundo desarrollado.

“¿Por qué están muriendo las mujeres?” reclama la Dra. Katharine Morrison, una gineco-obstetra en Buffalo, Nueva York. Morrison cree que la respuesta radica en que el cuidado de la maternidad es dominado por hombres, es acientífico, y normalmente peligroso. Ella señala la tasa de cesáreas en Estados Unidos, que actualmente está sobre el 30 por ciento, más del doble de la cifra recomendada por la Organización Mundial de la Salud. Una cesárea trae consigo riesgos y complicaciones, y la posibilidad de morir puede ser tres veces más alta que en el parto vaginal. “Tiene que ver con esta combinación del modelo de negocio en la medicina y misoginia”, dice Morrison.

Según Morrison, en el cuidado gineco-obstetra estándar, a las mujeres se les prohíbe tomar decisiones de formas que serían impensables en otras situaciones médicas. Ella cree que la raíz de este planteamiento, y de la violencia obstétrica, es la idea de que la madre y el bebé son entes separados, que el bebé tiene “derechos” que superan a los de su madre. “Es así que toda autonomía es arrebatada de la madre”, dice Morrison. “Y las personas que han hecho eso son gineco-obstetras. Las mujeres embarazadas sufren de la violencia obstétrica por parte de las personas a las que acuden para obtener orientación y ayuda”.

Sin ayuda ni orientación por parte del campo médico para enfrentar a la violencia obstétrica, las mujeres están acudiendo al activismo. Muchos en el campo del cuidado de maternidad creen que solo un movimiento de parte de las consumidoras que demande respeto y autonomía podrá reducir el abuso; la regulación interna es improbable, según ellos, y cambios por parte del Estado al código criminal ocurrirían demasiado lento. La organización nacional Improving Birth, ofrece una “caja de herramientas de responsabilidades” para ayudar a las mujeres a presentar quejas sobre su tratamiento. Y defensoras como Cristen Pascucci de Birth Monopoly están trabajando para publicitar las historias de las sobrevivientes de violencia obstétrica. Pascucci está colaborando actualmente con Caroline Malatesta en un documental llamado Mother May I? que se centra en sacar a la luz esta epidemia oculta.

Pero la mejor arma para las mujeres embarazadas es la información, y las doulas son frecuentemente las más conocedoras sobre los proveedores y hospitales locales. Muchas doulas dicen que se niegan a trabajar en determinados hospitales y con determinados doctores a causa del abuso del que han sido testigos, y se empeñan por mantener a sus clientes completamente informadas, sin aterrorizarlas. Otras se sienten obligadas a mantenerse en silencio, temiendo que sus advertencias puedan tener repercusiones profesionales. Esta labor de precaución no hace parte del trabajo de una doula, pero se está convirtiendo en fundamental.

“Es un lugar muy difícil para estar”, dice Mychal Balazs, “porque como una doula certificada y experimentada, no es el trabajo de uno saber en cuáles hospitales es más probable que le violen. Pero si sé algo, lo diré como es”.