“Los demagogos sociales emplean las promesas del Estado Benefactor y de la política inflacionaria para seducir a las masas y cuesta advertir a la gente de modo convincente acerca del precio que todos habrán de pagar al final.”
Wilhelm Röpke
Nos ha tocado a los venezolanos vivir el engaño más artero, cruel y alevoso que se haya cometido contra todo un pueblo en los anales de la historia contemporánea de Latinoamérica.
Años de abandono y de olvido social por parte de los políticos en la última década del siglo pasado fueron el caldo de cultivo para que una nueva clase aspirante al poder se colara en el ideario de la gente con promesas de cambio, justicia e igualdad social, humanismo, progreso y trabajo. Ofrecimientos estos, que después de 20 años de que los venezolanos, por abrumadora mayoría les entregarán su confianza electoral, solo sirvieron para que un despliegue de populismo y propaganda, ineficacia y corruptelas sin igual hayan sumergido al país con mayor potencial de la región en una crisis sin precedentes a todos los niveles.
Promesas de austeridad institucional, justicia para todos, mayores oportunidades, igualdad, reivindicación a los más desposeídos, cada vez fueron haciéndose más y más descabelladas. Cultivos orgánoponicos en el centro de la ciudad que abastecerían las necesidades alimentarias de los caraqueños, rutas de la empanada, turismo popular en aeronaves del ejército, gallineros verticales, una PDVSA para todos, el tan cacareado Barrio Adentro, el plan Bolívar 2000, la construcción de universidades en cualquier lugar emblemático que se les ocurriera, fundos zamoranos y quién sabe cuántas excentricidades más fueron escondiendo a los ojos de los venezolanos tras un telón rojo, la gran ópera bufa que era el socialismo del siglo XXI.
Nos vendieron una revolución de profundos cambios estructurales y en 20 años el pueblo solo ha obtenido la nada absoluta. Hambre, miseria, enfermedad, escasez, inseguridad, destrucción del aparato productivo, devalúacion, enriquecimiento de unos pocos en detrimento de la mayoría de la población, caída estrepitosa del PIB, aislamiento internacional y un éxodo masivo de ciudadanos escapando de esta catástrofe son los únicos resultados que nos ofrece la fallida y mal llamada revolución.
Definitivamente estamos ante un gobierno, demasiado largo en el tiempo que en vez de obras y resultados solo exhibe un inmenso ramillete de dos décadas de promesas vacías.
El populismo, la demagogia, el clientelismo, el amiguismo, el compadrazgo, el compañerismo, la corrupción, el nepotismo y la impunidad que fueron esgrimidas como banderas fundamentales para alimentar el hambre de cambio de un pueblo, hoy son el común denominador de un sistema de gobierno, impuesto por una nueva élite que no solo faltó a su promesa de erradicarlas, sino que las agravó exponencialmente y que con un agregado de autoritarismo radical ha creado un cóctel de embriagador neototalitarismo cuyo propósito claro y específico es consolidar al costo que sea, el poder omnímodo y total de los señores que hoy nos gobiernan.
Después de veinte años, solo unos cuantos de los más de treinta millones de habitantes de nuestro país, puede decir y demostrar que hoy vive mejor, que comen completo y tienen garantizadas sus medicinas. Todos los venezolanos los conocen y saben quiénes son.
Como decía el mismo Hugo Chávez, “el que tenga ojos que vea”.
Ojalá que no sea tarde para Venezuela
José Manuel Rodríguez
Analista / Consultor Político
josemrbconsultor@gmail.com