A Michel Temer un diputado de Bahía le definió en 1999 como un “mayordomo de una película de terror”. Fue en un acalorado debate político. Han pasado 19 años, pero aquella descripción continúa persiguiendo al presidente de Brasil, que no consigue desprenderse de la imagen de mandatario siniestro que le atribuyeron.
Por: Leticia Núñez | Alnavío
Temer, de 77 años e hijo de unos católicos maronitas que huyeron del Líbano, no es un presidente popular. No lo era cuando llegó al poder, el 31 de agosto de 2016 tras el impeachment a Dilma Rousseff, y tampoco lo es dos años y cuatro meses después, cuando se dispone a ceder el testigo al próximo mandatario de Brasil. Este domingo los brasileños tendrán que elegir entre el ultraderechista Jair Bolsonaro, favorito en todos los sondeos, y el sucesor de Lula da Silva, Fernando Haddad, del Partido de los Trabajadores (PT).
Estudios de la encuestadora Datafolha previos a la suspensión de Rousseff -declarada culpable de maquillar cuentas fiscales- señalaban que sólo el 2% de la población votaría por Temer en una elección presidencial. El mismo día de su investidura hubo protestas en las calles de Sao Paulo. Un grito unificó a todos sus críticos: “Fora Temer” (Fuera Temer).
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