El estado del debate sobre la salida a la crisis venezolana induce a comenzar por una pregunta: ¿Qué significa una solución “diplomática” a la crisis del “Estado fallido” venezolano para el almirante Kurt Tidd, jefe del Comando Sur de EEUU o en boca de Mike Pompeo, secretario de Estado de EE.UU.?
Arriesgar una respuesta es una temeridad, en especial si es vendida como una conclusión definitiva. El Gobierno norteamericano tiene sobre la mesa “todas las opciones”, como lo han reiterado Trump y muchos otros.
Descartar, por ejemplo, la opción militar supone un adversario con el cual la diferencia en ese terreno no sea tan grotesca. Que no es el caso ni de lejos. Para no recordar que el lenguaje diplomático de la administración Trump es particularmente generoso en ofrecer tela para todos los gustos y su política muy variada con resultados altamente corrosivos, pregúntenle a los chinos, coreanos, sirios e incluso a sus “aliados” de OTAN.
Y si el reparo está orientado hacia el viejo trabalenguas del “yo se los dije” para tener la razón a toda costa, la misma deviene en ignorancia supina sobre la política internacional, la historia del intervencionismo norteamericano y en especial el desconocimiento de la historia de las últimas grandes tendencias mundiales como la dirigida a acabar con las tiranías sobre todo después de la caída del muro de Berlín.
Los tiempos han cambiado
La vieja idea de la obediencia voluntaria de los pueblos a sus gobiernos hace mucho quedó atrás. Ciertamente, hubo un tiempo en el que la fuerza del Estado se imponía sobre la gente o incluso en la que dominaba la premisa de Hobbes de que siempre es mejor un gobierno eficiente que la falta de gobierno.
Pero en la medida en que el desarrollo de la democracia permitió la participación ciudadana en la cosa pública se puso en duda la suposición de la aceptación automática de un poder superior.
Mucho menos cuando el ejercicio de ese poder se pretendió hacer con base a un desideratum ideológico como coartada para perpetuarse en el poder en nombre de los pobres, la igualdad y la justicia, con cero o ninguna eficiencia en la garantía de los derechos humanos más elementales como la vida, la alimentación, la salud, la educación y el trabajo.
La “resistencia” es una poderosa tendencia mundial que cobró una enorme fuerza simbólica contra el colaboracionismo de Petain en la Francia de Vichy y el apaciguamiento de Chamberlain en Inglaterra. Recordemos a Curchill: “Llegaremos hasta el final. Lucharemos en Francia. Lucharemos en los mares y océanos, lucharemos con confianza creciente y fuerza creciente en el aire. Defenderemos nuestra isla, al precio que sea”. Un esquema que, como recuerda Hobsbawm rompió con la reacción clásica de “pactar con la realidad” cuando se ha sido derrotado, bien por la conquista exterior como la invasión nazi bien por la imposición bien por la fuerza represiva de gobiernos internos como en la América Latina del siglo XX.
No creo necesario abundar en ilustraciones históricas y en análisis político. Tenemos veinte años de resistencia y la intensidad de la lucha ha subido y bajado. Eso sí, nunca ha cesado.
Sin duda, no ha sido a la resistencia ante una guerra clásica ni nada equivalente a la 2da Guerra. Pero nadie puede negar el alto sacrificio y la épica de los venezolanos por defender la democracia. La diáspora, incluso, es una poderosa muestra de esa resistencia que hace que Venezuela exista hasta en los confines más insólitos del mundo.
Diosdado vs Maduro
Estamos mal pero el régimen anda peor, podríamos decir recordando al incansable Teodoro Petkoff. La disputa Diosdado-Maduro alcanzó ribetes de decisiones irreversibles. El enfrentamiento tiene tiempo, aunque ahora es cuando aflora públicamente con mayor fuerza, una dirección que no se detendrá. El descalabro es indetenible.
La pelea es típica de las tiranías en sus estertores. Maduro lleva la ventaja del que pega primero. Destruyó la fuerza de su adversario en la Fiscalía y el SEBIN. Tiene la ventaja del control global. Esperen las respuestas.
Entender esas contradicciones y sacarle provecho es un imperativo. Sobre todo porque las diferencias de la oposición pueden ser resueltas a pesar de los grados de ambición personal en disputa, tan legítima como estúpida, por un poder que no se ha alcanzado, en un ejercicio de mediocridad a ser resuelto con la presión que ahora ejercen los aliados internacionales llamándola a acordarse para ponerse al frente y acelerar el cambio político.
Las disparidades del régimen, por su parte, son irreversibles. Se acabó el lubricante de dólares a borbotones que hacía funcionar esa maquinaria del mal, solo quedan la traiciones, enfrentamientos, estafas, crímenes, la rapiña final, la guerra a cuchillo, todas las cosas horribles e inimaginables de un cuerpo en franca descomposición.
La unidad
Se perfilan dos tendencias principales en la oposición. Las que agrupa a factores más radicales y los llamados moderados. Ambas pudieran ser asociadas convencionalmente a algunos partidos. La primera a Vente, VP, PJ y Causa R. La segunda a AD y UNT. No obstante, las dos inclinaciones también se reflejan al interior de las organizaciones. No hay homogeneidad ni aplastante predominio en las filas de ninguna organización. En trance de ejemplo, es bueno recordar las profundas diferencias entre Borges y Capriles en PJ.
Posiciones similares se reproducen al interior del disidente mundo chavista cuya significación es muy valiosa desde el punto de vista cualitativo, aunque sus dimensiones en seguidores son una incógnita, más allá del peso de opinión de sus voceros públicos.
Sin olvidar las posiciones de Avanzada, Cambiemos, MÁS, Copei y otras organizaciones más pequeñas y la posición de algunas individualidades dispuestas a participar en eventos electorales y a dialogar con el régimen a todo evento.
El cuadro de fractura es feo y hasta dramático, pero nada que no se pueda resolver con algo de presión externa e interna. Insistamos en recordar que no habrá “Día D” sin Unidad.
Ojo avizor
Se habla de una nueva ola represiva con cientos de detenciones. Al parecer la nueva dirección del SEBIN está más influenciada por el G2 cubano, organismo experto en acumular detenidos para ser intercambiados en momentos de negociación política.
La negociación del régimen apunta hacia los norteamericanos. La oposición no pesa, por ahora. Lacava es la ficha de Maduro. Los ofrecimientos incluyen entrega de pozos petroleros.
Las sanciones de Trump a la exportación de oro es una carta de mucho peso.
La gasolina, ay la gasolina.
¿Por qué Trump suspendió su viaje a Bogotá?
@FariasJoseLuis