La oferta no puede ser más esperanzadora: una “vacuna” o inmunoterapia contra el cáncer de mama capaz de reducir el tumor y la posibilidad de metástasis. Una opción poderosa en un país donde las neoplasias son la segunda causa de muerte de los venezolanos y donde es cada vez más limitado el acceso a los tratamientos de quimioterapia y radioterapia. Pero esta investigación, desarrollada por el ilustre médico venezolano Jacinto Convit a partir de 2002 y que continúa después de su fallecimiento, acumula imprecisiones y procesos opacos que la hacen tambalear frente al rigor científico, ético y médico, publica armando.info.
Por PATRICIA MARCANO
Cada cierto tiempo, en un aniversario de su natalicio o en la conmemoración de su fallecimiento, circula el mensaje. “Buena noticia para Venezuela y el mundo. Ya está disponible la vacuna contra el cáncer de mama, descubierta por el doctor venezolano Jacinto Convit. Está disponible en el Hospital Vargas de Caracas y la aplicación es gratuita”. Con un número telefónico de Caracas invitan a llamar para obtener más información y en mayúsculas sostenidas finalizan el texto con la frase: “Esta cadena sí vale la pena pasarla”.
Difícil dudar en enviarla cuando se vive en un país donde el cáncer es la segunda causa de muerte registrada por el Ministerio de Salud, con cerca de 25.000 decesos anuales, y el tratamiento básico se ha reducido en su disponibilidad: los 31 medicamentos oncológicos más usados no se consiguen en el país, apenas funcionan cuatro de las 25 unidades de radioterapia y las cirugías se han reducido en 50%, según los reportes de la Red Defendamos la Epidemiología Nacional; cifras que ya registran unos cuatro años en declive.
Desde el año 2010, cuando un gran titular de primera página en el diario de circulación nacional 2001, informó sobre el desarrollo de una vacuna contra varios tipos de cáncer, bajo la dirección del eminente médico y científico Jacinto Convit, ese mensaje comenzó a ser replicado por miles y ha seguido así; desaparece y revive por temporadas, sin perder vigencia aunque carezca de veracidad.
En esta oportunidad fueron las declaraciones dadas a mediados de año, por la secretaria general de la Fundación Jacinto Convit, Ana Federica Convit Guruceaga, nieta del doctor internacionalmente conocido por sus aportes científicos en el tratamiento de la lepra y la leishmaniasis, las que reactivaron el mensaje y avivaron el tema de la posible cura contra el cáncer de mama, uno de los más comunes. “Existe, es una vacuna efectiva y aquí está demostrado, en una revista científica internacional reconocida en cáncer”, dijo al diario El Universal la nieta de Convit.
El mensaje causó ruido. La Academia de Ciencias Físicas, Matemáticas y Naturales (Acfiman), se pronunció a las pocas semanas con un comunicado a la opinión pública. Las entrevistas y notas de prensa institucionales de la fundación posicionaron de nuevo el tema y la academia respondió con una advertencia: “la proliferación de información científica imprecisa y confusa promueve la desconfianza y puede conllevar al ciudadano a tomar decisiones que comprometan su salud, sobre todo si se trata de investigación médica”.
Instaban a la Fundación Jacinto Convit a evitar la creación de falsas expectativas en pacientes oncológicos porque pudieran conducirlos a suspender su tratamiento, y exhortaban a todos los que tuvieran el diagnóstico y se encontraran bajo tratamiento convencional, a no abandonarlo.
La preocupación de la comunidad científica no se reduce a la Acfiman. La directiva de la Academia Nacional de Medicina también lo discutió, y así varios gremios. Hay dudas, muchas dudas, reforzadas por el hermetismo.
El desarrollo de la “autovacuna”, que realmente se trata de una inmunoterapia contra el cáncer de mama, adquirió matices turbios con el transcurrir de los años. Sobre todo cuando Convit decidió seguir con su proyecto experimental aún sin el aval del Comité de Bioética de su propia casa, el Instituto de Biomedicina Dr. Jacinto Convit, que lleva su nombre al haber contribuido con su fundación (primero fue llamado Instituto Nacional de Dermatología), donde desarrolló todas sus investigaciones y que dirigió durante 41 años, desde su designación como director en 1973 hasta su muerte, en mayo de 2014. El respetado científico continuó con su investigación bajo su propio riesgo.
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