Condenada al ostracismo por su ¿intransigencia o rectitud?, María Gabriela Mirabal Castro, parte de una dinastía política venezolana, decidió usar los medios como tribuna para una campaña contra su propio hermano, Gustavo Adolfo, a quien denuncia como testaferro de Alejandro Andrade, el ex Tesorero Nacional y ex escolta del comandante Chávez que acaba de ser arrestado en Florida. Pero ahora se ha quedado sin ese púlpito por un conflicto con un joven empresario que fue su vecino y que, asegura María Gabriela, actúa en complicidad con su hermano al llevarla a tribunales por unas desavenencias de condominio. Así lo reseña armando.info
Por ANDREINA ITRIAGO
María Gabriela Mirabal Castro no puede contar esta historia. No desde el reciente lunes 26 de noviembre de 2018.
Ese día acudió puntual a la cita en el juzgado 16 en función de Control del Área Metropolitana de Caracas. En un acto de imputación que se celebró a puerta cerrada y con dos horas de retraso porque el expediente estaba incompleto –y, de hecho, hasta esa mañana era desconocido por la defensa de María Gabriela–le dictaron, como medidas cautelares, prohibición de salida del país, prohibición de declarar a la prensa y, peor, prohibición de publicar en las redes sociales, tanto ella como a través de terceros.
De lo que sucedió en aquel recinto ese mediodía, del contenido del expediente y de lo que ha pasado después, no se pueden conocer los detalles. Ni María Gabriela, ni su defensa en nombre de ella, pueden revelarlos. Pero de cualquier manera trascendió por fuentes tribunalicias que le fueron imputados los delitos de violencia privada e instigación, en apariencia por un conflicto vecinal que arrancó en 2013, pero que la acusada ha querido dibujar como un nuevo episodio de un conflicto familiar con ramificaciones políticas que se inició mucho antes, en 2002, y que tuvo su punto de quiebre en 2007.
Un día de ese año 2007, Daniel Andrés, el hijo menor de María Gabriela, no regresó al apartamento en el que vivía con su madre y hermano en la urbanización Bello Monte, un barrio de clase media acomodada en el sureste de la capital venezolana. El joven –que recién había cumplido los 18 años de edad– se montó en un avión privado de su único tío materno y padrino de bautizo, Gustavo Adolfo Mirabal Castro, con destino a Florida, en Estados Unidos. Fue Gustavo Enrique, el hijo mayor de María Gabriela, el que le dio la noticia. Esa separación marcó también para María Gabriela el punto de ruptura definitiva con su hermano y, a la postre, con el resto de su familia.
Los Mirabal Castro eran una familia unida. Con sus problemas, pero unida. Así que cuando se divorció a los 27 años del padre de sus dos únicos hijos, María Gabriela no dudó en convertir al tío Gustavo Adolfo en la figura paterna de los niños. Él cumplió con su rol humildemente: siempre les tenía algún regalito en diciembre y a veces los llevaba a comer en McDonald’s. Pero cuando comenzó a trabajar en el ahora disuelto Banco Industrial de Venezuela (BIV, una institución financiera del Estado), en 2002, junto a su presidente, Leonardo González Dellán, y a los seis meses dejó de vivir alquilado en el modesto Centro Polo, en Bello Monte, y compró aquella casa grande en la urbanización Cumbres de Curumo, en Caracas, y otra en La Romana, en República Dominicana, y otra más en Londres, Inglaterra, y aquel avión para volar hasta esas y otras propiedades, y aquel Maserati para movilizarse por tierra, el tío Gustavo Adolfo se volvió más espléndido.
Empezó por regalarle a su ahijado Daniel Andrés el pasaje para el viaje de graduación del colegio a Cancún, en México, al que su madre no quería que fuera por no haber aprobado el último año de bachillerato, y continuó con aquel traslado a Miami, donde le daría la misma vida de lujos que él y otros miembros de la familia ya vivían, y a la que se incorporaría, cuatro años después, Gustavo Enrique, el hijo mayor de María Gabriela, el más cercano a ella.
A través de González Dellán, Gustavo Adolfo había conocido al extesorero chavista Alejandro El Tuerto Andrade, también ex oficial del ejército y ex escolta personal de Hugo Chávez, sentenciado esta semana en Florida a diez años de cárcel, tras haber admitido que recibió en su momento más de mil millones -un millardo francés, o un billón anglosajón- de dólares en sobornos durante su gestión. Desde el principio a Andrade y a Gustavo Adolfo los unió una pasión: los caballos. Y, quizás, algo más. María Gabriela ha asegurado por las redes sociales que su hermano Gustavo Adolfo se convirtió en “el perfecto testaferro” de Andrade, gracias a su buena posición social de cuna y a sus relaciones.
Ambas cosas cambiaron considerablemente, casi de la noche a la mañana. María Gabriela, que se percató de ello, no quiso que sus hijos gozaran de los beneficios de una fortuna de cuyos orígenes sospechaba. Ella se habría conformado con que sus hijos pasaran sus vacaciones en la isla de Margarita, una meca turística sobre el Caribe venezolano, o, con suerte, llevarlos alguna vez a Miami. Pero Gustavo Adolfo y el nuevo séquito al que se incorporó tenían otros planes.
Un par de semanas después de que Daniel Andrés abordara aquel avión privado que lo llevó a Florida, siempre según lo que ha contado María Gabriela Mirabal en diversas oportunidades previas, recibió una llamada de su cuñada Carolina Mirabal, la segunda esposa de Gustavo Adolfo, en la que esta le propuso que se fuera para allá y que se quedara con ellos, que hiciera las paces con su hermano, que recuperara a sus hijos.
Se negó, con una tozudez que se supone heredada de sus abuelos paternos, y que le ha costado caro.
Rechazó otros acercamientos, rechazó bienes, rechazó dinero. A ella, insistía, nada ni nadie la iba a callar. ¡Ni su propia sangre! De hecho, habló más alto: en programas de radio. Y en las redes sociales comenzó a mostrarse el nombre de Gustavo Adolfo Mirabal Castro, hasta entonces un desconocido para la opinión pública, junto a fotos de lujos excesivos. Pero, en 2013, las cosas se enredaron cuando el problema familiar se mezcló con el vecinal y, finalmente, lograron callarla. Al menos temporalmente.
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