Ciudadano
Nicolás Maduro Moros
Ex Presidente de Venezuela
Palacio de Miraflores.-
Señor Maduro:
Ésta no es la primera vez que me dirijo a usted. La primera tuvo lugar en forma verbal, en el desarrollo de un programa de televisión que se llamaba “YO PROMETO”, dirigido por la periodista Nitu Pérez Osuna. Dicho programa fue el penúltimo que ella realizó, antes de que Raul Gorrín lo sacara del aire. Y eso ocurrió a comienzos de su mandato, en el año 2013.
En esa ocasión le dije, palabras más palabras menos, lo siguiente: “SEÑOR MADURO, YO NO LO CONOZCO A USTED, PERO LE QUIERO DAR UN CONSEJO. HÁGASE UN FAVOR Y HÁGANOSLO A LOS VENEZOLANOS: RENUNCIE ANTES DE QUE ESTO LE ESTALLE EN LAS MANOS”. Me atreví a decírselo no por ser profeta, sino por conocer su capacidad y la ideología que usted profesa. Era lógico pensar que las cosas iban a terminar como están ocurriendo.
Por eso, y pese a las diferencias que nos separan, he considerado conveniente para el interés nacional, escribirle esta carta pública, con el fin de hacerle llegar a usted y a sus colaboradores una propuesta que podría serles de utilidad; si es que están dispuestos a escuchar el consejo de una persona que casi los dobla en edad.
He dedicado muchos años de mi vida a estudiar la historia, porque, además de la política, es una materia que siempre me ha apasionado. Debido a esa afición, he podido identificar en estos últimos días una situación que se ha repetido muchas veces, respecto a mandatarios que se pretenden aferrar al poder, cuando de hecho ya lo han perdido.
Me di cuenta que usted ya no mandaba, cuando escuché el argumento que esgrimieron los militares alzados de Cotiza, para justificar su sublevación. Ellos no lanzaron una proclama política, sino que hablaron del hambre y de las enfermedades que sufren ellos y sus familiares, mientras que sus superiores “se llenan de billete”, expresaron.
La respuesta del general enviado para negociar con ellos no pudo ser más desafortunada. Él no mostró interés en el sufrimiento de sus subordinados, sino en las repercusiones políticas del alzamiento. ¡Cuánta insensibilidad! ¡Qué desfase tan grande con la realidad!
Esa respuesta, hueca y politizada, fue del mismo tenor del discurso que pronunció, dos días más tarde, el general Vladimir Padrino López, acompañado del Alto Mando Militar. No hace falta tener información privilegiada para darse cuenta que existe una enorme fractura dentro de las Fuerzas Armadas, que hasta ahora no ha estallado, pero pronto lo hará.
Al día siguiente, el 23 de enero, fecha en que se conmemoró un nuevo aniversario de la caída de Marcos Pérez Jiménez, tuve la alegría de presenciar lo que seguramente fue la manifestación popular más grande de la historia de nuestro país. Se trató de una protesta espontánea y sincera del pueblo venezolano en contra de su gobierno. Entonces corroboré mi tesis, respecto a que usted ya no manda, y que el gran problema nacional le estalló en las manos.
Esta apreciación quedó plenamente confirmada, cuando, ese mismo día, luego de la juramentación del diputado Juan Guaidó como Presidente (E) de la República, comenzaron a llover los reconocimientos al nuevo mandatario por parte de todas las naciones civilizadas del mundo.
Teniendo estos factores en cuenta –y muchos otros más, como la crisis humanitaria, la hiperinflación y el colapso de los servicios– puedo asegurarle que no hay forma ni manera de que usted pueda permanecer en el poder. Lo único que usted podría hacer para alargar un poco la agonía de su gobierno –y sería un craso error– es reprimir con fiereza y crueldad, como lo ha hecho en el pasado. Este proceder le ha valido varias acusaciones ante la Corte Penal Internacional, por eso esta opción solo le causará más problemas a usted, a sus colaboradores, a su familia, y, aun así, saldrá del poder próximamente.
Dado que se trata de una batalla perdida, me atrevo a recomendarle, en nombre de la sensatez y de la tranquilidad del pueblo venezolano, que abandone usted el poder pacífica y voluntariamente. Algunas naciones le han ofrecido un salvoconducto si usted decide salir del país; no desperdicie esta oportunidad, porque ya no tendrá otra.
No soy un hombre rencoroso ni vengativo. Mi trayectoria de vida así lo demuestra. No estoy clamando por venganza sino por justicia, aplicada con cristiana misericordia, a pesar del daño tan grande que usted le ha causado a nuestra patria.
Acoja estas recomendaciones sinceras en aras del bienestar de nuestro pueblo, y de usted mismo.
Sin más a que hacer referencia, me despido de usted.
Atentamente
Enrique Aristeguieta Gramcko