Maduro, Erdogan, el oro venezolano e Irán

Maduro, Erdogan, el oro venezolano e Irán

El presidente turco Tayyip Erdogan y Nicolás Maduro, asisten a una ceremonia de firma de acuerdo entre Turquía y Venezuela en el Palacio de Miraflores en Caracas, Venezuela, el 3 de diciembre de 2018. REUTERS / Manaure Quintero

Tayyip Erdogan sostiene una réplica de la espada de Simón Bolívar durante una ceremonia de firma de acuerdos entre Turquía y Venezuela en el Palacio de Miraflores en Caracas, Venezuela el 3 de Diciembre de 2018. REUTERS/Manaure Quintero

 

Un día después de que Juan Guaidó se proclamara presidente y las principales democracias de América le reconocieran como única autoridad legítima en Venezuela, el dictador turco Recep Tayyip Erdogan transmitió su apoyo a su “hermano” Nicolás Maduro y le pidió que se mantuviera “fuerte”.

Por Marcel Gascón en Revista El Medio

Dos días después de la juramentación de Guaidó, un rastreador de aviones informaba en Twitter de un viaje sospechoso entre Venezuela y Turquía. Un avión turco propiedad de un magnatecercano a Erdogan había salido unas horas antes de Estambul con destino Rusia, desde donde se desplazó a Caracas para emprender el camino de vuelta al Bósforo después de una brevísima parada en suelo venezolano.

Qué (o a quién) iba a llevarse de Venezuela el avión en tan urgente visita es de momento una incógnita. De lo que sí hay más información es del tórrido romance entre Maduro y Erdogan, al que el caudillo chavista llama siempre “Endrogán”.

Desde que la comunidad internacional empezara a aislar a Venezuela (2017), Turquía se ha sumado a China y a Rusia en el club de países importantes que siguen dando apoyo al régimen comunista de Caracas. La clave de esta estrecha relación son las grandes reservas de oro que tiene Venezuela.

La asfixia financiera del régimen chavista

Durante el año 2017, el entonces presidente del Parlamento venezolano, Julio Borges, puso en marcha una estrategia tan poco vistosa como dañina para la dictadura de Maduro. En una serie de cartas y encuentros con directivos de embajadas, bancos e inversores internacionales, Borgesmostró a sus interlocutores las consecuencias que tendría para sus países seguir financiando un régimen como el chavista.

Después de la victoria opositora en las legislativas de 2015, la Justicia del régimen despojó de todas sus atribuciones al Parlamento. La emisión de deuda y otros contratos internacionales que, según la ley, deben ser refrendados por el Parlamento habían pasado a aprobarse por el Ejecutivo y el resto de poderes chavistas, sin la necesaria sanción del Legislativo. Todos los acuerdos que se cerraban con la Venezuela de Maduro eran por tanto ilegales, y eran además perjudiciales para la imagen de las entidades que los firmaban, porque daban oxígeno a un Gobierno autoritario que no respeta los derechos humanos.

La estrategia de Borges funcionó. Cuando en mayo de 2017 compró bonos venezolanos por valor de 2.800 millones de dólares, Goldman Sachs se vio envuelto en un escándalo que dañó su reputación y sirvió de aviso a otros bancos de inversión que pensaran seguir financiando la revolución chavista. Muchos posibles socios de Venezuela empezaron a cuidarse de seguir haciendo negocios con Maduro, y en agosto de 2017 llegaron las sanciones estadounidenses.

En lo que era la primera medida concreta de la comunidad internacional contra el chavismo, Trump prohibió a quienes operan en Estados Unidos comprar deuda venezolana o prestar dinero al Gobierno de Caracas. El grueso de tenedores de bonos interesados en Venezuela tienen su sede en Estados Unidos, por lo que la medida de Washington –que también ha prohibido comprar oro venezolano– secó lo que había sido, junto a la venta de petróleo, la gran fuente de financiación de la revolución chavista desde el principio.

Con la posibilidad de endeudarse prácticamente cerrada, a Maduro le queda el petróleo, que vende sobre todo a Estados Unidos, pero la fallida PDVSA revolucionaria extrae cada vez menos. El régimen obtiene también inyecciones de dinero puntuales de Rusia y China, pero estos dos aliados ya hicieron sus grandes préstamos a Venezuela, que ahora los devuelve con concesiones energéticas y minerales obscenamente ventajosas para estas potencias extranjeras.

Erdogan, al rescate

En esta situación, Maduro necesitaba desesperadamente otra fuente de financiación para seguir comprando la lealtad del Ejército, y así apareció su amigo Endrogán. Maduro empezó a presumir de que a veces le llaman “sultán”, y Venezuela envió a Turquía en los primeros 9 meses de 2018 cargamentos de oro por valor de 900 millones de dólares. Además del dinero que tanto necesita por el metal, el régimen chavista recibe de Turquía los alimentos que reparte en las bolsas de comida subsidiada CLAP, de las que dependen hoy día millones de venezolanos por culpa de (o gracias a, desde la perspectiva comunista de la dictadura) la inflación provocada por las políticas económicas de Chávez y Maduro.

Venezuela no solo vende oro a Turquía. Empresas turcas extraerán oro al sur del Orinoco, y el Banco Central venezolano ha pasado a refinar en el país euroasiático el oro con que intenta llenar las arcas que la revolución ha vaciado para pagar la tremenda deuda pública que contrajo Chávez. Hasta ahora Venezuela refinaba su oro en Suiza, pero en marzo de 2018 el país europeo congeló los bienes de siete capitostes del régimen, que teme que las sanciones puedan alcanzar pronto a su oro. Ante esta posibilidad, la aliada Turquía de Erdogan es una opción más segura para procesar las nuevas reservas venezolanas.

(Además de las sanciones y de ser recientemente declarado ilegítimo, el régimen está implicado en negocios de narcotráfico y otras actividades ilegales, por lo que los bancos de todo el mundo han extremado sus precauciones a la hora de mover dinero venezolano. Maduro lleva semanas intentando repatriar 1.200 millones de dólares de oro que guarda en el Banco de Inglaterra, que se niega a liberar el cargamento a petición de Estados Unidos. El secuestro definitivo de este oro podría ser la primera consecuencia concreta del reconocimiento de Guaidó como presidente legítimo).

‘Oro de sangre’ para Turquía

Buena parte del oro que Venezuela manda a Turquía proviene del llamado Arco Minero del Orinoco, que se extiende por los estados Bolívar, Amazonas y Delta Amacuro. El diputado opositor por el estado Bolívar Américo de Grazia me explica que la práctica totalidad del oro que se envía a Turquía y otros países es extraída de minas ilegales, que operan bajo supervisión del Ejército sin las concesiones públicas elegidas por la ley. “Para entregar una concesión de acuerdo con nuestra normativa constitucional hay que contar con el aval de la Asamblea Nacional [el Parlamento]. Al no tener el visto bueno de la Asamblea Nacional, toda la actividad minera se convierte en una actividad ilícita”, me dice De Grazia.

Estas minas, prosigue el legislador, están controladas por grupos organizados mafiosos, que se quedan una parte de los minerales y venden el resto al Estado, que lo lava haciéndolo pasar por oro extraído por la empresa pública de minería Minerven. En realidad, afirma De Grazia, “Minerven no produce ni siquiera un kilo de oro”, pero es la fachada legal que se utiliza para canalizar el oro hacia las empresas compradoras turcas.

Además de organizaciones criminales comunes, en las zonas mineras venezolanas “entraron a operar el ELN colombiano y Hezbolá, que también lavan el oro a través de Minerven”. De Grazia explica que el grupo terrorista subordinado a Irán extrae oro y diamantes en el río Caroní, algo completamente prohibido y que afecta al embalse del Guri y a la Central Hidroeléctrica Simón Bolívar, que funciona en la represa y es la cuarta central eléctrica del mundo.

La explotación indiscriminada de minerales que promueve el régimen chavista para seguir financiándose tiene efectos devastadores para la naturaleza. La deforestación y la contaminación avanzan a un ritmo alarmante debido a la actividad minera, que se extiende a lugares protegidos como el Parque Nacional Canaima y amenaza también a parte del Amazonas. Los más afectados por esta fiebre del oro desesperada son los indígenas de la zona, que sufren laviolencia de la guerrilla y otros grupos criminales y son expulsados a menudo de su territorio por quienes controlan la extracción de estos “minerales de sangre”.

“Pasamos del rentismo petrolero a la barbarie del extractivismo minero de todo género y de toda índole, porque es un saqueo generalizado lo que está ocurriendo en nuestro territorio”, concluye el diputado De Grazia, que advierte de las ridículas ganancias que obtiene el Estado venezolano de la venta de oro si se comparan con el daño a largo plazo que se están haciendo al patrimonio natural del país.

La conexión iraní

Las implicaciones del negocio del oro entre Maduro y Erdogan comienzan en las comunidades indígenas venezolanas y llegan hasta Turquía, pero no acaban ahí. El Gobierno estadounidense sospecha que el dictador turco envía parte del oro que recibe a Irán, una teocracia islámica con un programa nuclear en marcha que aboga abiertamente por la aniquilación de Israel. La violación por parte de Erdogan de las sanciones contra el mayor patrocinador mundial de terrorismo internacional no es precisamente una novedad.

Las relaciones comerciales ilegales entre Ankara y Teherán quedaron al descubierto con el arresto en 2016 en Estados Unidos del empresario turco-iraní Reza Zarrab, me refiere el periodista turco en el exilio Turkmen Terzi. La colaboración de Zarrab con la Justicia estadounidense permitió conocer la existencia de una red delictiva constituida por empresarios, banqueros y miembros del régimen turco para permitir a Irán sortear las sanciones y exportar gas y petróleo a cambio de oro que Teherán convertía después en dinero líquido.

Virtu

El acercamiento entre Turquía y Venezuela supone la consolidación del club de países conocido como Virtu (Venezuela, Irán, Rusia y Turquía). Los regímenes que lo conforman tienen en común su naturaleza totalitaria y su desprecio por valores surgidos en Occidente como los derechos humanos, el Estado de Derecho, la democracia liberal y el respeto a la legalidad internacional. Todos están sancionados por la comunidad internacional democrática, son dictaduras que no han de responder ante la opinión pública y operan sin ningún escrúpulo moral para proteger sus intereses, que son en realidad los de sus cúpulas dirigentes.

En realidad, el Virtu no es más que una actualización del movimiento comunista internacionalque destruyó la vida de media Humanidad liderado por la URSS y disfrazado de movimiento de países no alineados en algunas partes del mundo. Por fortuna, parece que ha llegado la hora de que al Virtu se le caiga la V, pero sus integrantes harán todo lo posible por evitarlo.


Marcel Gascón es Periodista español radicado en Johannesburgo, Sudáfrica.

Exit mobile version