Maduro subestimó a Juan Guaidó. El poder todo lo subestimó. Lo veían como un blando y lo siguen viendo como un muchacho. Dicen ellos en el Palacio de Miraflores que el mundo es de los duros. Que el poder es de los duros, y ninguno más duro que Hugo Chávez, y en cuanto Nicolas Maduro es hijo de este, entonces también es un duro, y duro es Diosdado Cabello. Aquí está Diosdado, dijo Maduro en medio de las protestas de 2017.
Por: Juan Carlos Zapata | Konzapata
Aquí está Diosdado que es un duro de la revolución. Y Cabello se inflaba. A Cabello le gusta ese rol. Ambos son adictos al poder. Y cada uno compite por quién supera al otro en cinismo, crueldad, estridencia, que son las expresiones con las que ascienden a la categoría de duro.
Tal vez apostaron a que con un par de amenazas Juan Guaidó iba a recular. Tal vez alguien apuntó puertas adentro del Palacio de Miraflores que ese “muchacho” no representa ningún peligro puesto que, habrán dicho, no hay debate en la Asamblea Nacional en el que haya destacado. Más bien, habrá recordado uno en el Palacio de Miraflores, que se burlaban de Guaidó, lo pitaban e insultaban desde la bancada del PSUV, cuando el PSUV todavía iba a las sesiones, las veces que intervenía en la plenaria. Era un individuo de descarte.
Aquí hay que establecer la diferencia. Mientras Maduro y Cabello heredaron un movimiento vigoroso y lo tiraron por la borda, Guaidó recogió un movimiento en ruinas, una oposición desunida, un pueblo en desaliento, sin esperanzas, y a ese movimiento, a ese pueblo, a esa oposición, son a los que Guaidó ha convertido en factor real de cambio. El mismo lo dijo este sábado. Que tiene la absoluta certeza de que el cambio vendrá pronto.
Ya Guaidó es cabeza de un proceso en marcha. Indetenible, dice él. Y Maduro y Cabello y el G-7 como un todo lo siguen subestimando. Hace una semana el propio Maduro siguió diciendo, cuando lanzó la propuesta de diálogo, que estaba dispuesto a reunirse con “ese muchacho” con el fin de dialogar. Es la soberbia del poder. La soberbia que les impide reconocer que no hace falta ser estridente, cruel y cínico para ser fuerte y decidido.
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