La entrevista al asesino tiene una amplísima literatura. Y escasamente pacífica para decirlo en términos jurídicos. A la pregunta de si un periodista debe entrevistar a un asesino no se puede responder de una manera que sirva para todas las circunstancias. Pero hay una norma obligatoria: si entrevistas al asesino, debes preguntarle por sus crímenes. El mandato no tiene nada de especial. Es pura y canónicamente periodístico. Se hace difícil imaginar que la noticia principal que trae un asesino sea otra que sus crímenes. Incumplirla lleva, comparativamente, a esa situación grotesca en que a una figura del badminton se le exige un diagnóstico de la situación política. En el caso del asesino, a la incompetencia de no preguntarle por su actividad principalísima se añade la concesión moral.
La última represión callejera ordenada por Nicolás Maduro en Venezuela se produjo el pasado 23 de enero. Dejó 26 muertos, según algunas fuentes, y 40 según otras. Esto por lo que respecta a los cadáveres calientes. Algo más fríos están los 250 que adquirieron su condición durante la represión de las manifestaciones convocadas por la oposición al régimen entre 2014 y 2019. No hay cifras sobre los venezolanos asesinados al margen de las manifestaciones, en represalia por sus actividades políticas. No hay cifras, sólo cadáveres. Una explicación de la ausencia de cifras es otra cifra: las 5.535 personas que según el fiable Observatorio de la Violencia Venezolano murieron en 2017 a manos de la policía y los militares. Tendría interés que Maduro contestase algún día a la pregunta de si estas 5.535 acciones fueron las de un Estado que defiende a sus ciudadanos o las de un Estado que los aniquila. O si mitad y mitad.
Jordi podrá hacérsela la próxima vez que viaje al Palacio de Miraflores. El domingo le aseguró al asesino que lo habita que está dispuesto a entrevistarle cada mes (aunque no precisó si en Miraflores o en Guantánamo), y el asesino parecía complacido. Jordi, es verdad, no le preguntó esta vez por esos 5.535 cadáveres. Ni por los 250. Ni siquiera por los calientes. Jordi, a veces, se queda como tonto, y no remata, no remata. Tiene un antiguo problema con los asesinos. Siente su llamada, responde a su magnetismo, llega a ellos con facilidad… pero entonces el asesino empieza a llamarle Jordi y Jordi bizquea, escarba mansurrón con sus patitas y apenas le sale ya un hilillo de voz para hacerle al asesino este implícito reproche: Presidente, ¿cuando va a llevar usted a la Constituyente el matrimonio homosexual?
Publicado originalmente en el diario El Mundo (España)