La profesora Lulexis González decidió migrar hace poco, en uno de esos días sobrecargados de promesas de cambio y salida a la crisis. Temió perder más peso y quedar sin fuerzas para emprender la dolorosa ruta de los caminantes venezolanos que aún repletan las carreteras colombianas.
Hace menos de una semana que esta mujer de 32 años, que impartía clases en Valle de Tuy, próximo a Caracas, se despidió de sus dos hijas y dejó a su madre lo poco que tenía para el cuidado de las tres. Apenas tomó lo necesario para llegar en bus a la ciudad fronteriza de Cúcuta.
De ahí en adelante comenzó su travesía a pie con destino a Cali, a unos 900 kilómetros del lugar donde se sentó, con una botella de agua en la mano, a resumir entre lágrimas lo que ha sido la “horrible” Venezuela desde 2015: escasez “de alimentos, de medicinas, de seguridad, de todo”.
González, con voz todavía entrecortada, cabello suelto y un precipitado envejecimiento, asegura que no podía darle más largas al asunto.
“Adelgacé 15 kilos, ¿qué más voy a esperar? A que no tenga ni fuerzas siquiera para buscar el pan”, reclama.
– ¿Regreso a la vista? –
Ni la presión internacional sobre el gobierno de Nicolás Maduro para que deje el poder, ni la ayuda humanitaria de Estados Unidos que la oposición pretende ingresar en los próximos días desde Cúcuta, disuaden a venezolanos presos en el desespero.
Todavía una sombra discontinua de caminantes recorre las orillas de las carreteras que van de Cúcuta hacia el interior, pasando por el páramo Berlín y sus temidas temperaturas bajas, luego de que el movimiento migratorio alcanzó su pico el año pasado.
El cambio “no no va a ser ni mañana ni pasado… allá no va a llegar la paz sino llega la guerra. Todo se vuelve política pero no hay verdaderas soluciones”, cuestiona la profesora González, apenas repuesta de la “dura experiencia” de recibir un pan por el camino.
Por ahora su plan de huida apenas considera un retorno temporal a Venezuela dentro de seis meses. Después a “regresar y trabajar otra vez” en Colombia.
– “Me regresaría caminando” –
Aunque Maduro niega tanto el éxodo como la crisis humanitaria, la ONU calcula que 2,3 millones de venezolanos migraron desde 2015, lo que representa cerca del 8% de la población del país petrolero.
Solo Colombia asegura haber recibido a poco más de un millón de esos migrantes. El resto se ha dispersado por casi toda América, principalmente.
En pleno forcejeo entre dos gobiernos, el de Maduro y del opositor Juan Guaidó, reconocido por medio centenar de países como mandatario interino, los venezolanos van con sus hijos en hombros, arropados en banderas, con el rostro roto y un puñado de pertenencias.
Quienes están en mejores condiciones trepan por sus propios medios por las estacas de los camiones solidarios que prometen ahorrarles kilómetros de caminata. Los más pequeños son ayudados a meterse dentro de los vehículos.
Con 19 años, Gisselle Delgado abandonó los estudios de ingeniería mecánica que hacía en el estado Monagas (noreste de Venezuela). “Soy joven y estoy viviendo una de las mejores etapas de mi vida, pero en el peor momento de mi país”, afirma.
Delgado dice que ya supo lo que era dormir en la calle y que pese a los rumores de una pronta solución a la crisis, seguirá con sus planes de llegar a Bogotá.
“No falta mucho para una salida, sé que pasará algo este año y en Dios tengo toda la confianza”, afirma.
Pero mientras sucede – enfatiza – “no puedo esperar a que alguno de los dos [bandos] mueva una pieza del ajedrez” global en que se ha convertido la situación en Venezuela, con por un lado Estados Unidos y la mayoría de Sudamérica y del otro Rusia y China junto al líder chavista.
Sin embargo, deja abierta la opción de un regreso anticipado. “Si la situación en Venezuela se acomoda, como todos dicen, yo me regresaría si fuera posible caminado de nuevo (…) por ver a Venezuela como era antes”.