Editorial El Nacional: Bloqueo sangriento

Editorial El Nacional: Bloqueo sangriento

Foto el sábado de un grupo de efectivos de las fuerzas de seguridad de venezuela impidiendo que venezolanos que se oponen al Gobierno de Nicolás Maduro crucen la frontera con Colombia en las afueras de Cúcuta. Feb 23, 2019. REUTERS/Edgard Garrido

 

No vivimos ninguna sorpresa. El horror se hizo presente de nuevo. Apenas se había ocultado unos días y esperaba con impaciencia el retorno, pues no puede existir sin manifestar su ominosa presencia, sin causar el terror que es el fundamento de su actividad. El solo hecho de que el usurpador enviara a la frontera colombo-venezolana a Freddy Bernal como coordinador de las acciones contra la ayuda humanitaria, preludiaba sangre y lágrimas. No se podía esperar otra cosa de un sujeto que une la falta de escrúpulos a la carencia de preparación intelectual, pero también a la ausencia de valores democráticos y de sentimientos de humanidad. Seguramente alguien de su calaña fue también enviado a los territorios cercanos a Brasil, para provocar iguales o mayores desmanes.

Con sujetos de esa estofa como cabecillas, el usurpador llevó a cabo un sangriento bloqueo de la ayuda humanitaria por la cual clama el pueblo venezolano y que procedía de acciones solidarias de la comunidad internacional. Las poblaciones del Táchira, que estaban dispuestas a participar con entusiasmo en el traslado de las provisiones, fueron sometidas al ataque brutal de fuerzas paramitares que actuaron con total libertad a la luz del día. Hechos de mayor calado sucedieron en Santa Elena de Uairén y en otras jurisdicciones limítrofes con Brasil, para que hoy lamentemos el alevoso asesinato de cuatro ciudadanos y la persecución inmisericorde de la comunidad pemón. En las dos zonas los heridos pasan de doscientos, una cantidad que pudo ser mayor si consideramos que en los sucesos solo los oficialistas estaban armados y actuaban sin freno ante personas que solo tenían como defensa su pellejo y sus clamores de justicia y libertad.





El usurpador hace así una declaración de continuismo contra la cual no pueden hacer mayor cosa las peticiones pacíficas y mayoritarias de la sociedad venezolana, ni las conductas hasta ahora mesuradas de las democracias del mundo occidental en pos de su salida. Sabe que apenas cuenta con el apoyo irrisorio de sus seguidores más fanáticos, o más enchufados, pero se la quiere jugar con el frágil soporte. Sabe que apenas puede dominar el territorio que pisa, debido a que todo el mapa de la república le es adverso y se le levanta como cuero seco, pero no duda en actuar como si apenas le adversaran focos minúsculos de oposición. Siente que cuenta con la fidelidad de los cuarteles, sin imaginar que en ellos también se mueven las procesiones del rechazo, pero pretende dirigir una avalancha de tanques de guerra mezclada con peinillas, navajas y pasamontañas que apuntale la corona en su cabeza mientras ahoga en sangre a una colectividad despojada de herramientas de acero.

Como sabe que más temprano que tarde la victoria le será esquiva, el usurpador quiere presentarse ante los ojos del mundo como mártir de una conjura internacional en cuya vanguardia sobresale el imperialismo yanqui. No tiene más remedio. Es la única narrativa a la que puede acudir para no quedar como la minúscula persona que es, como un lamentable sujeto solitario, como el responsable de la tiranía más destructora de la historia de Venezuela. Es la única tergiversación que le pueden aconsejar los asesores cubanos, expertos en la fragua de conspiraciones inexistentes y de ogros desmedidos en cuya acción puedan justificar la ignominia que forma parte de su catadura de depredadores y la incompetencia de su paso por el poder. De allí la búsqueda del auxilio de especímenes como Bernal, señalado al principio, y el despiadado bloqueo del primer intento de llegada de auxilio humanitario a unos seres humanos que lo requieren como el oxígeno para respirar. De allí que nos esperen días terribles, después de los cuales Venezuela saldrá del agujero madurista.