Venezuela es hoy el espejo donde nadie se atreve a mirarse y representa un reto que está dejando como evidencia la incapacidad del sistema internacional de impedir el regreso de los tiranos y de evitar violaciones masivas y sistemáticas de los derechos humanos. Ya no se trata de esa isla exótica del Caribe donde habitaba un espécimen prehistórico al estilo King Kong, sino de todo un Parque Jurásico que pone en riesgo el hábitat de la civilización, la democracia.
Recordemos que todo comenzó con un referéndum consultivo, eso bastó para dividir al pueblo y destruir el Estado. Pero en aquel momento todos parecían fascinados con ese romanticismo rousseauniano que significaba la “democracia directa y participativa” propuesta como sustituto de la democracia representativa por un militar ex golpista que había llegado al poder. Veinte años después en Europa se ponen las manos en la cabeza por el Brexit y el conflicto Catalan, horrorizados con el término de “democracia iliberal” que es exactamente la misma doctrina chavista que tiene ya dos décadas de vigencia en America Latina.
Lo que más preocupa es que la democracia parece no tener dolientes, entre otras cosas porque nadie se acuerda lo que significa ya. La democracia directa no es democracia, poque no puede haber democracia sin derechos de las minorías, lo cual solo es posible con un marco constitucional cuya vigencia no dependa de decisiones electorales. En otras palabras, la democracia es el sistema donde todo poder tiene límites, incluso el de la mayoría. Someter a referéndum cuestiones de Estado es la mejor forma de dividir a un país y de romper el equilibrio del Estado de Derecho y acabar el consenso nacional y por ende, la democracia. En cualquier caso, a Chávez se le permitió imponer su propio modelo de Estado, cambiarle el nombre al país, redactar una nueva constitución a su medida y eliminar los límites temporales para el ejercicio del poder, haciendo su cargo vitalicio. Para eso contó con dos grandes atenuantes, el dogma socialista que impregna de impunidad todos los crímenes, y la chequera petrolera que convierte en excéntrico al más loco.
Pero el episodio que describe mejor la anestesia mundial ante el avance totalitarista en Venezuela y luego en toda Latinoamérica, fue la pandemia de la reelección indefinida, presentada por cierto como un logro más de esa “democracia directa”. Fue así como se fueron entronizando presidentes, sin que nadie defendiera el principio de alternancia, indispensable para preservar la democracia en regímenes presidencialistas. Si no hay límite temporal al mandato de un presidente, este gobernará sin temor a cometer ningún abuso o delito, porque asumirá perpetuo su poder. La garantía de que todo gobernante pasará a la oposición y viceversa, es una de las claves de la democracia para limitar el ejercicio del poder.
Preferir el diálogo y la paz sobre la confrontación no va a resolver el conflicto venezolano, porque no es un problema de deseos sino de realidad. ¿Qué hacer cuando un tirano destruye el Estado y oprime a su pueblo violando todos los derechos humanos que hasta ahora creíamos sagrados? Casi tres mil años después de los primeros tiranos griegos, el mundo admite no tener respuesta. Los complejos de la civilización occidental parecen ser más fuertes que los consensos culturales que ha alcanzado llevando a la humanidad a su mayor explendor, siendo la democracia su mayor y menos defendido logro. Después de dos guerras mundiales, el fracaso de la predicción de Marx y la advertencia de Nietzsche sobre la muerte de Dios, Europa parece haber quedado entrampada en una especie de relativismo nihilista que solo concibe el diálogo estéril como herramienta para resolver cualquier conflicto porque ya no hay verdad por la cual luchar, olvidando que hasta el diálogo parte de un consenso previo no negociable: la democracia.
El dilema de occidente hoy consiste en restituir el consenso sobre los principios republicanos de la democracia liberal, único sistema donde tienen garantías los derechos humanos y la igualdad civil, o abrirle las puertas nuevamente a los hombres fuertes, los cuales sin importar su ideología llevarán a la humanidad a una catástrofe. Venezuela es tan solo el ensayo de lo que pudiera tener muy pronto una escala mundial, aunque algunos intenten tirarla a pérdida como lo hicieron hace mucho tiempo con Cuba, donde lo políticamente correcto parece ser condenar el bloqueo y no condenar el hecho de que una familia haya tiranizado a una población por más de seis décadas.
No hay peor crimen que discriminar el dolor hunano para invisibilizar victimas, como si hubiesen pueblos condenados a vivir en esclavitud, mientras otros gozan de libertades civiles por derecho propio. Nadie está a favor de una guerra en Venezuela, pero liberarla debe ser un compromiso del mundo occidental, que se está jugando su propia cultura en su propio patio. Al final, si Maduro puede, mañana podrán otros tiranos, y será tarde para buscar la verdad que hoy por complejo se quiere negar. ¿Es o no es la democracia, la libertad y los derechos humanos, el consenso de la civilización occidental? Después no nos quejemos. ¡Venezuela Libre!
JOSÉ IGNACIO GUÉDEZ YÉPEZ
Secretario General de La Causa R
Presidente de la Asociación Causa Democrática Iberoamericana