Usar la violencia es un plan costoso y amargo para los demócratas. Su empleo, en la situación actual de nuestro país, presupone insuficiencias, vacíos y fallos estratégicos que pondrían en el hombrillo, así sea temporalmente, la acción de los actores internos, necesarios para acordar una resolución pacífica de nuestro conflicto.
Dicen que el fardo mitológico de la izquierda, necesitado de renovar simbologías y relatos, los intereses de la Cuba “revolucionaria” y la búsqueda de protección llevaron a Maduro a internacionalizar y escalar sus posiciones duras. Ese posicionamiento proporciona a la oposición oportunidad para manejar la transición como período, con tensiones, pero con paz, de logro de óptimos equilibrios entre cambios, gobernabilidad y estabilidad.
La aborrecible matemática de las víctimas por enfrentamiento bélico o por hambre no es comparación legítima, sino descargo de conciencia. Las emociones negativas sembradas en años, básicamente odio y miedo, sólo podrán ser removidas con una firme disposición a la reconciliación y a la convivencia entre los seguidores de los dos proyectos de país que se han confrontado rudamente. Esa materia, norte de una alternativa, debería ser un proyecto de ley a considerar por la Asamblea Nacional.
Una discutible, pero eficaz concepción del poder ejercido como voluntad para subordinar a otros, disminuyó la política a simple ornamento para imponer hegemonías contra la democracia. Si esa concepción, constitutiva de la coalición dominante se reproduce en la coalición opositora, la forma de llegar a Miraflores se condensará en ocupar una oficina.
Tendrá detrás sangre, riego más indeseable y dudoso que los votos, para que florezca el árbol de la libertad. Abrirá más heridas difíciles de cerrar. Y cambiará el sentido del día después, especialmente si el diablo nos convence de tomar la vía extremista de tratar al adversario político como enemigo de guerra. El propósito de exterminio es un virus totalitario, excluyente con una alternativa democrática.
Desde antes de elegir al presidente de la Asamblea Nacional defendí respetar el pacto de la oposición, porque restablecía la confianza en su seno; daba chance para recomponer la unidad, expresaba a la oposición identificada con uno de sus líderes, Leopoldo López. Advirtiendo el riesgo, aposté a que Voluntad Popular no ejercería la presidencia de la AN para convertir una lucha de carácter nacional en acto de minorías, reducidas a inutilizar la movilización pacífica de la calle.
La irrupción virtuosa de Guaidó llevó a que una oposición, que oscilaba entre conservar fuerzas y tomar atajos, volviera al ring y le plantara a Maduro un desafío que lo dejó turulato y a la defensiva. Los partidos en el parlamento proyectaron la imagen de unidad. El giro político encarnado sorpresivamente por Guaidó oxigenó a todos; al fin los reparos no se ventilaron a micrófono abierto. Una increíble resurrección de la esperanza se apoderó de la sociedad sufriente y sin alternativas.
Ahora, el más fecundo éxito de Guaidó y la Asamblea Nacional radica en ofrecer ya, a los componentes de la coalición dominante, una oferta clara, completa y concreta sobre beneficios y derechos que les reportaría participar en elecciones justas y libres. O se privilegia la solución política o se favorece el cambio violento del régimen. Las elecciones son el medio de la superación democrática de la usurpación. ¿Las convertirá el presidente Guaidó en elemento principal de negociación? El mantra puede ser cantado de otra manera.
@garciasim