Ante la realidad venezolana actual, vale la pena recordar esas tensiones:
1. Rentabilidad económica vs. costo social: Una empresa productiva y comercial está llamada al mercado, a sus clientes, al servicio, a la innovación, a la competencia con otros agentes económicos que intentan desplazarla o sacarla del mercado. Por supuesto que esta realidad económico – empresarial no excluye la llamada responsabilidad ante el entorno, los clientes y sus propios trabajadores, El asunto se complica cuando la disparidad de objetivos o la acumulación de ellos disloca su razón de ser, y una empresa encargada de producir petróleo termina, dada su eficiencia operativa, productiva y comercial, produciendo, lejos de su sector natural de actividad: carros, puentes, viviendas, tubos, seguros, dormitorios para los que carece de competencias y habilidades empresariales propias. El capital es siempre sectorialmente específico.
2. Autonomía operativa vs. control político: Una empresa mercantil es una empresa comercial, requiere tomar decisiones dinámicas propias de su carácter operativo, en función del mercado, de los suplidores, de los relacionados y de sus competidores, y, en especial de sus clientes; un control político estrecho, desconocedor de la dinámica empresarial, más interesado en el impacto socio – electoral inmediato de las actividades de la empresa pública sobre el colectivo, la distorsiona, alejándola peligrosamente del eficiente y oportuno cumplimiento de sus auténticos objetivos empresariales, sometiéndola al juicio negativo, a la burla y al comentario mordaz de sus consumidores, al escarnio de sus clientes. La mejor contribución política de una empresa del Estado es su eficiencia reconocida y elogiada, su reputación.
3. Profesionalismo vs. clientelismo político: Las empresas estatales requieren de ejecutivos, gerentes, técnicos, personal obrero y administrativo que sepa profesionalmente lo que tiene que hacer más allá de las afiliaciones políticas de turno o de las lealtades a líderes y partidos. La empresa más leal a las políticas de Estado no es aquella que cuenta con la mayor cantidad de compañeros del partido o de camaradas del proceso, es la que puede mostrar sin modestias que su personal de cualquier nivel es de talla mundial, maestro, punto de obligada referencia técnica o profesional, fuente de genuino orgullo para la empresa y el país. Esta tensión se profundiza cuando los Presidentes y directivos de las empresas estatales no provienen de las universidades de prestigio o de las escuelas de negocios sino del patio de la Academia Militar, donde fueron acostumbrados a recibir instrucciones cuartelarías y no a entender de razones gerenciales.
Cuando estas tensiones no están resueltas y se encuentran potenciadas al máximo, la empresa pública es menos empresa y más cualquier otra institución extraña a su propia naturaleza, con los riesgos de fracaso e ineficiencia que desde el punto de vista productivo, financiero, comercial y social implica.
Hace años volé en un avión repleto de gente en una compañía aérea estatal sureña; luego de varios rayos, sustos y corricorris, estabilizado ya el avión luego de una feroz tormenta, el bisoño y políticamente comprometido capitán de la nave, ya serenado y con la boina de rigor, se dirigió a los conmovidos pasajeros y efusivamente pidió: un sonoro grito de Gracias a la Virgen Patrona por su protección, y un fuerte aplauso para el pasajero del asiento 8 E… era el único que había pagado el pasaje.