Industria automotriz venezolana: Un siglo de avances hecho añicos en 12 años y su imposible recuperación con el chavismo

Industria automotriz venezolana: Un siglo de avances hecho añicos en 12 años y su imposible recuperación con el chavismo

 

 





 

 

Cuando un servidor soñaba con escribir sobre carros, veía en ellos conceptos románticos como libertad, velocidad, estilo y demás.  Sin embargo, en el mundo real las motivaciones en torno al tema son menos pasionales, porque la razón de ser de todo automóvil es resolver los requerimientos de transporte de quienes lo usan.

 

Por: Julián AFONSO LUIS / @JAL69

 

El transporte es una de las necesidades más universales y por ello el automóvil es desde hace más de un siglo una herramienta de uso cotidiano. La necesidad de producir esa herramienta y ponerla al alcance de todos, ha creado una fuerte industria de notable impacto en la balanza económica de todos los países.

Hace muchos años un especialista local en industria automotriz, el finado periodista José Jacobi W., explicó a un servidor algo más;  “debido a sus características, la industria automotriz es el termómetro más sensible que pueda usarse para evaluar la economía de cualquier país”.  Su dinamismo permite a esta industria reflejar de inmediato los cambios que plantee cualquier política económica. Para bien y para mal.

Basándonos en lo anterior, no se requieren muchos datos para emitir hoy un juicio sobre la economía venezolana en función del desempeño de su industria automotriz.  Basta decir que en lo que va de año -desde el 1º de enero hasta hoy- entre todas las ensambladoras de vehículos establecidas en nuestro país no han podido armar un solo vehículo. ¡Ni uno!

La marca de cero carros armados en Venezuela –corroborada el pasado domingo en un programa radial especializado por otro gran experto, el comunicador venezolano Raúl Álvarez Mardones-  supone un desplome del 100% frente a lo acumulado durante los dos primeros meses del año 2018, cuando se armaron menos de 200 unidades, que ya eran simbólicas. A partir de ahí es fácil hacer un análisis económico, si es que se puede hablar de industria y economía productiva con estas cifras.

 

EXTREMOS OPUESTOS

 

Los números manejados hoy por la industria automotriz venezolana son opuestos a los de hace ya casi doce años.  En 2007 nuestra industria registró la venta récord de 491.000 unidades de las cuales unas 175.000 fueron ensambladas en el país.  También son muy diferentes a los de 1978, cuando la población venezolana era un tercio de la actual y la industria rozó por vez primera la marca mágica de 200.000 unidades vendidas que, en ese caso, fueron totalmente armadas en el país en el marco de una política que preveía limitar las importaciones de vehículos para propiciar el crecimiento de la industria de ensamble y, en consecuencia, de la ya creciente industria local de autopartes.

Más aún, en 1978 la industria automotriz venezolana debatía sobre conceptos como el desarrollo de una fábrica nacional de motores en una única especificación como suplidor único de todas las ensambladoras locales con la finalidad de reducir costos, propiciar la fabricación local de partes para esos motores y buscar una necesaria unificación de especificaciones en beneficio de industriales, mecánicos y usuarios finales.   Ese concepto –usar motores X en los vehículos armados por W, Y o Z- fue masificándose en la industria mundial algún tiempo después y hoy se aplica con absoluta naturalidad en casi todos lados, menos aquí.

 

EL JUEGO DE LAS DIFERENCIAS

 

Para referenciar el alcance que el sector automotor tuvo dentro del contexto industrial venezolano, valdría recordar que en 2007 el mercado automotor de nuestro país era el tercero en Sudamérica, detrás de Brasil y Argentina. También era el sexto a nivel continental, solo detrás de gigantes de la industria mundial como EE.UU, Canadá, México, Brasil y Argentina.  En comparación, la marca actual de cero unidades ensambladas en lo que va de 2019 no dificulta determinar en qué lugar se halla hoy Venezuela en el ranking americano. Tengamos pudor y no lo digamos, pero precisemos que nuestro país está incluso detrás de naciones cuyas industrias automotrices son simples estructuras de mercadeo y venta sin ningún tipo de infraestructura fabril local como la que hay (o hubo) acá.

Los números de 2007 no nacieron por generación espontánea, ni fueron instantáneos.  Fueron el resultado de un largo recorrido que –con aciertos y errores, altas y bajas, cosas buenas y malas- inició en abril de 1904, cuando llegó al país el primer carro.  Eso ocurrió apenas nueve años después que naciera el primer auto norteamericano y coincidió con la fecha en la cual nacieron las primeras empresas automotrices en ese país, que no tardó en convertirse en líder mundial en producción de autos.

Un siglo costó a nuestra industria automotriz llegar a los niveles de 2007. Que en apenas doce años se haya pasado de las 175.000 unidades ensambladas entonces a las “cero unidades” del primer trimestre de 2019 es claro signo de que esta industria, al igual que el país completo, sufre la aplicación de una receta que ha significado la reducción del consumo, la pérdida de poder adquisitivo, la híper inflación, la desvalorización de los activos industriales y demás.

Habrá quien, dentro de este contexto, quiera llamar un logro el que desde hace algún tiempo en las grandes metrópolis venezolanas haya casi desaparecido el largamente crónico problema del tráfico.  Pero no sería correcto expresarlo así porque no es consecuente con ningún proceso exitoso de racionalización en el uso y consumo de automotores. La responsable del “éxito” es la severa desmovilización del parque automotor del país (algo más de cuatro millones de unidades, según entes gremiales como FAVENPA, CANIDRA o CAVENEZ) en consecuencia con la dificultad para conseguir insumos como cauchos, lubricantes, baterías o repuestos.   Una situación que, al día de hoy, mantiene inoperativa a casi la mitad de ese parque.

 

 

RECETAS PARA UNA RECUPERACIÓN

 

}Reactivar la actividad automotriz industrial es uno de tantos anhelos que hoy tiene Venezuela. Las consecuencias son fáciles de apreciar;  la solución a la demanda de transporte y la generación de plazas de trabajo que alimenten la economía, mejorando la calidad de vida de quienes integren esa cadena industrial-comercial.

Tal recuperación, sin embargo, no pasa por incrementar las ventas de vehículos a través de la exclusiva importación de unidades totalmente armadas (CBU, por sus siglas en inglés). Cualquier dinero colocado en esa óptica será más un gasto destinado a atender una demanda al corto plazo que una inversión para aumentar la producción local de vehículos con un fuerte porcentaje de partes hechas en el país.

Pretender reactivar el sector aumentando la oferta de vehículos importados es un gran sinsentido.  Sobre todo si esa importación ignora todo lo concerniente a repuestos, servicio y lo que tenga que ver con posventa.  Ello solo servirá para gastar una ingente fortuna en autos que muy pronto consumirán su vida útil y luego engordarán el ya vasto inventario de chatarra que en los últimos años tanto ha florecido en nuestro país.

En los últimos años, diversas iniciativas han pretendido “reactivar” la industria a través de la importación de vehículos de bajo precio de marcas no reconocidas. Eso ha hecho que en nuestro país vivamos un gran absurdo;  en la medida en que nuestro carro particular sea más viejo, es menos traumático hallar repuestos porque a mayor edad, es más probable que haya sido armado en el país por una empresa que representaba marcas reconocidas en el contexto mundial, y en su día respaldado por un correcto suministro de repuestos, servicio y reparación -también con base local- a través de una red oficial de concesionarios y talleres autorizados, con empleados bien adiestrados y experimentados.

Algo muy diferente a comprar una flamante 4Runner “del año” en el patio improvisado por el empresario particular que las importa de docena en docena desde donde más barato le sea comprarlas y que al surgir cualquier demanda de servicio no tendrá respuesta.  Eso en caso que no haya decidido antes que falle el carro, dedicarse a vender otra cosa.

Reactivar una industria a través de la producción local y sustentando esta sobre una correcta disponibilidad de marcas de calidad, de planes industriales a diversos plazos según su alcance, de empleados capaces, de redes comerciales y de posventa establecidas con seriedad, y de todo lo que impone el concepto industrial del automóvil no es rápido, ni sencillo, ni barato.  El único modo de conseguirlo es hacerlo bien y eso no solo involucra la inversión en tiempo, esfuerzos y recursos, sino otra importante necesidad;  tener certero conocimiento de lo que se hace y de lo que se pretende hacer.  Eso automáticamente deja cualquier intención fuera del alcance de una persona, de un grupo de gente, o de la simple afirmación pública del deseo de hacerlo.

¿Es posible establecer una industria automotriz sólida y pujante en Venezuela? Evidentemente sí. Ya se hizo una vez, porque hubo personas con el conocimiento necesario, con la capacidad para aprender a través del ensayo y el error, y con el desarrollo de la constancia.  Sin esos elementos –conocimiento, constancia, experiencia y voluntad de mejora constante-  todo lo que se diga es demagogia.