La pálida muerte lo mismo llama
a las cabañas de los humildes
que a las torres de los reyes.
Horacio
Fui una bolivariana a toda prueba – de círculo y comuna – que vivió toda su vida en medio de la egregia experiencia bolivariana que el Líder de Líderes ha soñado por y para nosotros. Me pusieron mis primeros pañales desechables hechos en revolución, los guayucos del Proceso que ahora no se consiguen ni con los buhoneros. Mi madre, adeca de la IV, refunfuñona, recurrió también – por polarizada – a los pañales de tela que de vez en cuando podía lavar cuando el detergente imperialista no escaseaba y el agua llegaba; bebí leche china de esas contaminadas que gracias al ahora Comandante Eterno fueron recogidas unos meses después de que me la tragué y la vomité.
En el Simoncito me contaminé con unas sardinas bolivarianas en mal estado, gracias al proceso sobreviví a un Mal que llaman de Chagas y a un dengue imperialista. Asistí gustosa al Liceo Bolivariano donde no salía de una infección urinaria por la falta de higiene en los baños y donde clases recibía si es que el presupuesto alcanzaba. Le di ¡Vivas! a todos los héroes que tenían sendo afiche en la entrada del liceo: El Che, Fidel. Robinson, Zamora y hasta al mismo Comandante Eterno, cuya foto guardé en libros incompletos, diarios personales y cuadernos sin uso. Obtuve sin problemas mi cédula de identidad, hice las correspondientes colas bolivarianas del Mercal, hasta un pernil conseguí. Aprendí – cadena más cadena menos – que los ricos son malos y los pobres buenos, que la maldad sólo existe en los países del Norte, que los malandros de mi barrio no son así porque quieren sino por necesidad: tienen hambre y adicción, y ganas de amar y ser amados, son buenos en esencia socialista. Así que decidí embarazarme temprano y comunalmente para darle – esperanzada – una vida más a esta peculiar revolución que, paradójicamente, muerte sin distingos ofrece y garantiza.
Ingresé con mi orgullosa barriga bolivariana a una Misión para perfeccionar lectura y escritura y obtener el título de Bachiller Zamorana, en el Carreño me lo dieron. Feliz salí del acto de graduación acompañada por mis padres rezongones e incrédulos. Al barrio dignificado llegamos todos radiantes cuando sin más comenzó una nutrida balacera entre bando y bando, un insignificante ajuste de cuentas; prontamente entendí lo que significaba Patria, Socialismo o Muerte. Las dos primeras consignas las tengo grabadas en la conciencia, las balas perdidas las lleva en el cuerpo esta revolucionaria que hoy entierran en una sola urna junto con el de mi Hija de la Patria – porque para la niña no había – fabricada en revolución con el comunal pino de Uverito.
¡HASTA SIEMPRE COMANDANTE SUPREMO!
¡Nos vemos en la eternidad socialista!