El azar y no la voluntad de los electores decidió de la conformación de la asamblea que otro azar convirtió en el único poder reconocido como legítimo por la comunidad internacional. Si nos remitimos estrictamente a los hechos, muy pocos fueron los candidatos que expusieron ante la opinión pública sus peculiares habilidades y los atributos que los hicieron merecedores de un voto reflexivo, sopesado y decidido el 6 de diciembre de 2015. Ya de antes se arrastraban las listas candidaturales decididas arbitrariamente por las cúpulas partidistas, sin la menor incidencia de sus militancias, no digamos de la sociedad civil. ¿Quién se atrevería a hablar de primarias en AD, en PJ, en UNT, en VP? Si el caudillismo autocrático campea por sus fueros en todos los partidos venezolanos, cuyas directivas nacieron apernadas, ¿quién habría de ponerle el cascabel al gato? Desde hace veinte años en Venezuela no circulan aires democráticos en parte alguna. Y nadie sabe, por ejemplo, quién y por qué designó a los llamados representantes diplomáticos del gobierno interino y las autoridades de algunas dependencias del Estado.
Cotos cerrados de dirigencias nunca electas o reelectas, han sido el feudo que ha impedido sistemáticamente la democratización de Venezuela. ¿O es que alguien pondría las manos al fuego por secretarios generales atornillados desde hace décadas en sus cargos, que nacieron adosados a sus partidos en el momento del parto de los mismos, enemigos a muerte de quien pretenda hacerles sombra o destronarlos, monarcas omnipotentes en sus cargos naturales?
De todos los procesos electorales en los que he participado, el del 6 de diciembre de 2015 fue el más dictado por la emotividad y el pase de factura. Se votó al voleo, indiscriminadamente, con el único fin de rechazar al régimen, castigar a Maduro y repudiar la dictadura. Lo único que importó fue votar contra el tirano. El beneficiado por ese monumental acto de protesta, justo castigo a quien ordenará asesinar a destajo a nuestros mártires, recibió su curul por añadidura. Si había o no había hecho mérito, fue absolutamente secundario. Era opositor y contrario al régimen. Punto.
Al hecho de suyo cuestionable, encarrilarnos bajo el chantaje unitario como viene sucediendo desde el mismo inicio del régimen, y no dejarnos otra opción que votar por los candidatos cocinados en los fogones de unos partidos absolutamente divorciados de las querencias de la sociedad civil, habiéndosele negado a los ciudadanos el derecho a primarias, se sumó el peso del contexto: durante los años 2014 y 2015 Nicolás Maduro cometió los más brutales atropellos y crímenes a los derechos humanos. No hubo otra forma de expresar nuestra indignación y nuestro descontento que asistir a las urnas y rechazar en bloque a los candidatos de la tiranía. El voto castigo asumió tal magnitud, que Tibisay Lucena no encontró la manera de volver a estafar a los venezolanos vía Smartmatic. A Vladimir Padrino, recién estrenado como ministro de defensa, no le quedó otro camino de legitimación ni más remedio que convencer al tirano del lógico reconocimiento de los resultados. Embalado secretamente hacia las máximas alturas del Poder, meter a Maduro en el brete de tener que aceptar su derrota y someterse a su voluntad lo acercaba otro paso más hacia Miraflores. Es de talante tan mediocre, gris y oscuro, que muy pocos advirtieron su jugada. Hoy se prepara al asalto del Poder.
Por mi parte vine a saber que había votado por Freddy Guevara, cuando me enteré que le habíamos dado la victoria en El Hatillo. Nuestra candidata natural, como en las últimas parlamentarias, era María Corina Machado. La MUD no sólo aceptó gozosa que fuera inhabilitada: le negó su derecho natural a nominar a quien la supliera. Sin esa ayudita de sus amigos, el dirigente de Voluntad Popular no sería diputado.
No sé cuántos votos obtuvo el segundo de a bordo de Leopoldo López al ser electo diputado por La Guaira, de cuyo nombre nos informamos hace algunos meses por mor de la ruleta constitucional que le cedió el interinato presidencial. Pero de lo que se puede estar seguro es de que nadie votó por él pensando que votaba por el futuro presidente constitucional de Venezuela. Otra cosa es que bajo el imperio arbitrario de las circunstancias haya terminado, sin movelle ni menealle, reconocido por medio centenar de naciones comme I’ll faut, de pantalones largos. Propio de Macondo, propio de la república bananera que hemos vuelto a ser.
La herencia es uno de los más pesados fardos que soportamos. El presidente interino, santificado y heroizado a falta de otra alternativa, puede proceder sin la menor consideración de lo que la inmensa mayoría desea, anhela y exige – la urgente asistencia humanitaria de países amigos para expulsar del poder a quien nos amenaza y, lo que es muchísimo más grave e importante, a quienes con el auxilio de Rusia, China, Cuba y el Estado Islámico, amenaza a la región, al hemisferio y al mundo. Y en un caso francamente aterrador lanzarnos al albur de un pronunciamiento cívico militar improvisado, precipitado y arbitrario, sin otro resultado práctico que la liberación del jefe de su partido, puesto por sobre los intereses nacionales.
Lo digo perfectamente consciente de la andanada de denuestos que lanzarán los irreflexivos adoradores de los personajes. No me aflige: Venezuela bien vale un denuesto