No se puede hablar de empate frente a un régimen autocrático que controla de manera hegemónica todas las instituciones del Estado y que pisotea la Constitución de manera sistemática. No se puede hablar de empate frente a un autócrata atrincherado en Miraflores con ansias ilimitadas de poder que desconoce la legítima soberanía popular representada en la Asamblea Nacional. No podemos hablar de empate cuando un pueblo que quiere liberarse debe enfrentarse a un tirano que trata de aplastar a la mayoría.
Maduro sabe que está desgastado, sin fuerza ni capacidad para solucionar los gravísimos problemas que confronta la nación. A pesar de las penurias que padece la gente por la escasez de insumos básicos y el colapso de los servicios públicos, la respuesta es más represión, violencia, censura y violación de los derechos humanos, persiguiendo y encarcelando a los disidentes y por último, tomando por asalto al Parlamento, secuestrando y encarcelando a los diputados y diputadas.
Maduro trata de imponer el cierre definitivo de la vía electoral con base al fraude y sin facilitar el cambio político urgente que reclama Venezuela. No quiere negociar, no acepta el único acuerdo posible, que es el de la realización de unas elecciones generales libres y con todas las garantías democráticas, lo que significa realizarlas con un nuevo CNE, sin presos políticos, sin inhabilitados ni exiliados, como lo hemos estado exigiendo.
A pesar de toda la presión internacional y el rechazo de mas del 80% de la población, Maduro se aferra al poder a costa de lo que sea.
Todos queremos un desenlace a la crisis lo menos traumática posible a través de los votos de una poderosa rebelión electoral que es donde radica la ventaja y la fuerza del cambio, y no por medio de las balas de un conflicto armado promovido por el régimen, tratando de atribuirse la falsa e inmerecida épica de una supuesta guerra contra el imperio.
Está claro que en Venezuela quienes ejercen el poder de manera ilegítima y antidemocrática tienen mayor responsabilidad en esta hora cuando sufrimos una emergencia humanitaria.
Debemos aprender, para no repetir, la experiencia de otros países donde los dictadores aferrados al poder y los opositores extremistas no fueron capaces de negociar y sustituyeron las ideas y la racionalidad política por la violencia y el fanatismo.
Conflictos violentos, con cientos de miles de muertos, manchan de sangre las páginas de la historia: Colombia, después de 50 años y más de 200.000 muertos, negoció la paz. En El Salvador, luego de 11 años de guerra y 80.000 muertos, firmaron un acuerdo. Guatemala hizo lo mismo después de un genocidio que acabó con la vida de más de 100.000 indígenas. En Ruanda 800.000 personas fueron asesinadas a machetazos a un ritmo de 5.000 por día, pero al final víctimas y victimarios han tenido que reconciliarse. En Sudáfrica, la terrible segregación racial del apartheid terminó con un acuerdo político. O los casos de España y Chile donde luego de sangrientas dictaduras lograron transiciones pacíficas hacia la democracia.
También surgen interrogantes sobre las invasiones “salvadoras”, como los casos de Libia, Irak y Siria, entre otros, donde los desastrosos resultados están a la vista.
En Venezuela no hay un empate porque es el tirano el que exhibe de manera obscena el control del poder militar, del aparato judicial y policial y de todos los medios de un Estado delincuente que sustituyó a la Ley y la vigencia de la Constitución por un entramado de corrupción e impunidad.
No es un empate porque es la mayoría la que padece y es víctima del fracaso y la violencia de esta dictadura de hambre y corrupción, por culpa de una casta que en nombre de los pobres se adueñó de la riqueza de todos, en su propio beneficio.
Que no vengan ahora a decirnos que la culpa de todo lo que está pasando la tienen los 860 presos políticos, los torturados, los secuestrados, los exiliados, los valientes dirigentes gremiales, sociales y políticos como los diputados y diputadas que se han enfrentado a la tiranía arriesgando su propia vida y la seguridad de su familia. O las 10.000 personas sujetas a procesos penales bajo medidas cautelares por haber defendido su derecho a disentir y a manifestarse.
Es absolutamente desproporcionado e injusto pretender comparar a Maduro con Juan Guaidó que, en un desempeño extraordinario, ha asumido el liderazgo de toda una nación que lucha contra la opresión por la libertad y la democracia.
Los sucesos del pasado 30 de abril, requieren de mayor información para poder sacar conclusiones. Sin embargo, es evidente que se produjo un quiebre en el primer anillo del usurpador. El ambiente en Miraflores está enrarecido por el miedo y la traición. Todos están bajo sospecha. Los eventos siguen en pleno desarrollo.
Una victoria importante que celebramos, es la liberación de Leopoldo López, al que habían amenazado de enviar nuevamente a la cárcel militar de Ramo Verde, quien en estos momentos se encuentra con su familia en la residencia del embajador de España en Caracas.
Ahora nos corresponde defender a la Asamblea Nacional, la cual debe declararse en emergencia y sesión permanente para hacer un llamado a la comunidad internacional a fin de evitar el cierre total del parlamento, la institución con mayor legitimidad para salvar la ruta electoral como salida a esta grave crisis humanitaria que atraviesa Venezuela.
Todos somos la Asamblea Nacional!
@TablanteOficial