Es imposible ignorar los logros obtenidos bajo el liderazgo de Guaidó. Pero sería infantil pretender vivir de ellos, invocarlos para no evaluar errores que nos está prohibido repetir. Un examen destinado a no recaer en los ciclos de esperanza, frustración, desmoralización y para construir una segunda ofensiva virtuosa en la línea de salvar al país. Fin entre los fines.
Existen varias actualizaciones pendientes con miras a repensar como delinear nuevos avances democráticos: 1. Acusamos los embates de una ola represiva del régimen enfilada contra la AN y particularmente contra dirigentes de VP. Una operación ya ensayada en su momento contra Capriles y que no deberíamos encarar con retóricas optimistas. 2. El agravamiento de las dificultades de la mayoría de la población, desplaza la lucha política con la lucha por la existencia. El no saber cómo llevar el diario a la familia es una carga desmovilizadora. Las sanciones que no afectan a los que detentan el poder sino a los que lo sufren, añaden paulas al infierno. 3. Aparecen signos de decaimiento de la movilización política, aunque persisten las protestas ante el colapso de los servicios o en defensa de intereses sectoriales. 4. El incremento del rechazo mayoritario a Maduro no se traduce en agrietamientos visibles en la estructura central de poder. 5. Existen varias iniciativas para explorar pendularmente una negociación, aunque sectores del gobierno y de la oposición, contrarios al entendimiento, intentan bloquearlas. A estas iniciativas debe abrírseles chance en las opciones.
Podría añadirse el aspecto clave de unir las acciones para enfrentar la crisis ahora con el objetivo inseparable de salir de cambiar el gobierno. La separación de la política de su piso social es un aislador. El otro es que la oposición no debe ceder la herramienta de la negociación al gobierno ni a los promotores del exterminio del otro como única vía. Las opciones bélicas, particularmente las que se deciden fuera del país, no son nuestras.
La Asamblea Nacional y los dirigentes de los partidos políticos tienen ante sí la obligación de examinar la estrategia y la ruta sostenidas, determinar si hacen falta cambios e informar al país. Ellos no pueden callar. Una alternativa democrática no puede construirse sin promover la deliberación sobre los lineamientos generales de su política transicional.
Este debate a dos niveles, en dirigentes y dirigidos, es imperativo porque estamos entrando en una zona de turbulencia para la unidad, para sustentar las presiones internas y concentrarse en hechos que contribuyan a acelerar una transición. Aguas abajo del liderazgo real, aceptado o rechazado, se arrastra la tendencia a reproducir en la oposición la intolerancia y el autoritarismo, perversiones propias de sistemas totalitarios. Para decirlo en el viejo lenguaje: un viento de derechización recorre al país bajo la retórica de la violencia. Y eso descalabra la cultura cívica, es decir, desnaturaliza el proyecto de cambio.
La cultura totalitaria no es monopolio del poder. Tiene brotes en las fuerzas de cambio y arraigo en un sonambulismo político aferrado a una pugna por el poder que, a veces, se escala sin conexión con su justificación social y humana. La polarización extremista, basada en eliminar lo opuesto, se filtra hacia la oposición.
Hay que darle oportunidad a la solución política y pacífica. Si en el límite de no soportar más la duración del joropo, lanzáramos al aire una desgastada alpargata, el mensaje sería el mismo caiga suela o capellada: solución política y pacífica. La inevitable, justa y concreta, negociación que una a los venezolanos que no quieren seguir tirándose piedras desde dos aceras.