Los hechos socavan la ruta de la oposición para cesar la usurpación. Mengua la súbita y mayoritaria convicción en ella. La promesa del día D se aplaza recurrentemente y nos planta perplejos ante el error. La realidad contraviene al pregón inmediatista del cambio fácil y la zanahoria del falta poco se decolora. Las ilusiones comienzan a colgar de las espaldas.
Situación paradójica porque el país rechaza con más fuerza el colapso que le impone el régimen. La gente ahueca su dura brega por la subsistencia para avivar esperanzas. El pueblo está dispuesto a soportar su carga en las sanciones a cambio de su efectividad contra el régimen, testaferros y familiares cuyos lujos, en los países sancionadores, ofenden. Esa disposición obliga, ética y humanamente, a no tratar el incremento en pérdida de vidas como simple daño colateral en una sociedad en la que el régimen nos llevó a la condición de sector vulnerable a todos.
No pueden negarse los avances obtenidos con Guaidó ni proclamar sustituciones de ficción. Tampoco tolerar que los errores alcancen a los éxitos. Ese riesgo existe. Se multiplican llamados a introducir ajustes en la ruta y en la estrategia. Ni el 23 de febrero ni el 30 de abril son el camino. Tampoco recomponer amenazas invocando una intervención militar extranjera, que no es creíble para Maduro ni eficaz para atraer a nuestro ejército pasándoles una película donde las miles de lápidas, solo en el raspado quirúrgico de Fuerte Tiuna, tendrían nombres en español.
El sentido común, las matemáticas y la política aconsejan descartar la violencia y acordar, entre venezolanos, una solución política para resolver la contradicción entre el conjunto del país y la permanencia de un régimen que lo destruye. Es necesario retomar la iniciativa política; recuperar la movilización con sentido de organización y enraizada en la defensa de derechos confiscados a la gente; sustituir el quiebre de la Fuerza Armada por un diseño compartido acerca de su rol en el restablecimiento de la vigencia de la Constitución y sus nuevas responsabilidades en la reconstrucción y gobernabilidad del país. Pero hay que debatir, dejar de eludir el análisis sobre la ruta, los cambios en la estrategia de cambio y el empeño por formular una política transicional ajustada a las peculiaridades que hacen de Venezuela un caso singular.
Lo novedoso en la situación es que el pensamiento extremista está disminuyendo su predominio en la conducción de la oposición porque Guaidó no se deja dirigir desde el asiento de atrás y es un radical con freno de mano. Ahora se puede proceder a levantar la exclusión de los moderados y a que Guaidó, entretejiendo una gran coalición alternativa, pase de líder de toda la oposición a líder de todo el país. Ese giro en discurso y propuestas lo solicita un amplio abanico de sectores que están fuera de la pugna interna en la oposición. Figuras como Ugalde y Virtuoso, los firmantes del documento de Provea, las organizaciones sociales que se reunieron en el Palacio de las Academias. Puntas de un clamor subterráneo a favor de cambio pacífico, entendimiento plural y elecciones libres.
Guaidó y la Asamblea Nacional pueden manejar la negociación, alineados con la comunidad internacional, como un tablero que no contradice sino que potencia a los otros. Romper la incoherencia entre debilitar la negociación en el discurso, mientras acertadamente se exploran acuerdos para que el gobierno no pueda seguir bloqueando la apertura de una transición que interesa a todos porque conviene al país.