Enrique Viloria Vera: El Herodes bolivariano del siglo XXI

Enrique Viloria Vera: El Herodes bolivariano del siglo XXI

Entonces Herodes, al ver que había sido burlado por los magos, se enfureció terriblemente y envió a matar a todos los niños de Belén y de toda su comarca, de dos años para abajo, según el tiempo que había precisado por los magos. Entonces se cumplió el oráculo del profeta Jeremías: Un clamor se ha oído en Ramá, mucho llanto y lamento: es Raquel que llora a sus hijos, y no quiere consolarse, porque ya no existen.

Evangelio de Mateo 2, 16-18





Hijo todo te lo perdono

menos que te mueras antes que yo.

EVV

El sanguinario espíritu de Herodes se instaló – vengativo -, en países distintos a la Judea que gobernó. En efecto, la Unión Soviética, Alemania, España, Armenia Vietnam, Camboya, Angola, Ruanda, Mali, Sudan, Afganistán, Siria, y ahora en la Venezuela Bolivariana chavista – madurista – castro – comunista, dan buena cuenta de su presencia genocida. Para los crueles asesinos, los santos inocentes no tienen presente ni futuro; por razones distintas: raciales, ideológicas, tribales, de ineficiencia gubernamental, indolencia o simple indiferencia, los niños del mundo fallecen en el Mediterráneo, en sus casas bombardeadas o asesinados por el machete vengador, exterminados por conflictos fratricidas, o, en el caso venezolano, por la desidia de un gobernante usurpador que prefiere comprar armas en lugar de insumos para los hospitales infantiles: el abominable caso del hospital J. M. de los Ríos- verdadero crimen de lesa humanidad -, es un ejemplo más y vigente de la ignominia socialista del siglo XXI.

Recordemos con dolor los versos de Andrés Eloy Blanco, el poeta del pueblo venezolano, fallecido en el exilio mexicano; leamos algunos versos de su dolido poema Los hijos infinitos:

Cuando se tiene un hijo,
se tiene al hijo de la casa y al de la calle entera,
se tiene al que cabalga en el cuadril de la mendiga
y al del coche que empuja la institutriz inglesa
y al niño gringo que carga la criolla
y al niño blanco que carga la negra
y al niño indio que carga la india
y al niño negro que carga la tierra.

Cuando se tiene un hijo, se tienen tantos niños
que la calle se llena
y la plaza y el puente
y el mercado y la iglesia
y es nuestro cualquier niño cuando cruza la calle
y el coche lo atropella
y cuando se asoma al balcón
y cuando se arrima a la alberca;
y cuando un niño grita, no sabemos
si lo nuestro es el grito o es el niño,
y si le sangran y se queja,
por el momento no sabríamos
si el ¡ay! es suyo o si la sangre es nuestra.