Los países democráticos de Latinoamérica (LA) organizados en el Grupo de Lima (GL), preocupados por la crisis en Venezuela, saben que el impacto de ésta va mucho más allá del ámbito meramente político e ideológico e impacta progresivamente la estabilidad económico-social de sus países. La migración venezolana, cual éxodo bíblico, se extiende al sur y norte de su epicentro generatriz, Venezuela, afectando incluso el mundo europeo.
Por Justo Mendoza
El GL tienen sobradas razones históricas, pragmáticas y doctrinales para abogar por una solución electoral -segura y justa- para la crisis venezolana.
Primeramente, la historia de Latinoamerica (LA) esta maculada y tachonada por pronunciamientos militares, asonadas y golpes de Estado; historia que poco ayuda a la estabilidad de la región, tanto más por el imaginario del pueblo LA que busca en las charreteras de sargentones uniformados al Bolívar, al San Martín, al O’Higgins que les salve de su malhadado destino, signado por injusticias seculares y experimentos democráticos fallidos. Hoy que ha enraizado, con mayor o menor fuerza, la cultura democrática en los pueblos de LA, la amenaza del mesianismo castrochavismo -como ideología de reemplazo tanto de las tendencias progresistas y conservadoras como del clásico socialismo marxista- alerta a estos vecinos que buscan vacunarse a tiempo de esta enfermedad que hoy acogota a nuestra patria: hambre, crisis humanitaria compleja, inseguridad y violencia, criminalización de la política, abuso y atropello, corrupción institucionalizada, carencia y escasez generalizada, meido colectivo, pretorianismo. En síntesis, inmunizarse contra la dictadura del siglo XXI.
Acobijar la idea golpista -que aquí tiene número, 187:11- es escupir para arriba y dar una flaca contribución al la democracia civilista; tanto más si consideramos -sin temeridad- que en Venezuela hay un régimen pretoriano, corporativo, que ha privatizado la gestión pública al excluir -en términos reales- de la decisión de gobierno a las instituciones constitucionales.
En segundo término, el régimen castrochavista de Maduro tiene un rechazo que bordea el 85/88%, y con una intención de voto que fluctúa entre el 80/82%, contra un 12% a favor de la satrapía. El triunfo electoral de la oposicion es irrefragable, inevitable, si hay elecciones justas y libres.
Por ultimo, tercero, la consulta a la soberanía popular es un acto constitucional, legítimo y de altísimo valor doctrinal frente a las tesis castrochavistas de cooptación, privatización de la opinión popular, esterilización de las instituciones legislativas como órganos de control, y banalizacion del voto; todo con el premeditado propósito de encumbrar al caudillo, afirmar la coyunda cívico-militar y liquidar la esencia política del sufragio como generador de las instituciones.
Visto así, el GL tiene una sólida argumentación para procurar el entendimiento y la negociación que propicie el fin del régimen dictatorial. No menos cierto es que igualmente ratifica la retahíla estratégica de Juan Guaidó (cese de la usurpación, gobierno de transición, elecciones libres) momentos de un único fin como es el rescate de la democracia, y la salvación de Venezuela.
Ahora bien, la demonización del sufragio, y los procesos de elecciones, es una estrategia que siempre ha atentado contra la recuperación de las libertades y derechos civiles: desandar ese camino es una tarea de todos, mostrando claramente las garantías y transparencias del proceso.
Los cultores de la duda y el cuestionamiento a la salida electoral tienen tanto argumentos serios como deleznables. La “exhibición de garantías con un nuevo CNE” entre los primeros. La parada de “negociación y elecciones sin Maduro” entre los segundos.
Taponar los ductos de salida hacia la democracia no solo es una estúpida mezquindad sino una incalificable maldad y atroz daño a Venezuela. Es decapitar su futuro en complicidad con estos alucinados “robespierres” de pacotilla.