Recientemente se ha confirmado que todavía quedan ejemplares vivos del insecto palo de Lord Howe, considerado extinto desde la década de 1930. Es el último ejemplo de los denominados animales Lázaro: especies dadas por desaparecidas desde hace tiempo y que sorpresivamente han revivido de entre los “muertos”, tras ser redescubiertas. El del insecto palo de Lord Howe no es ni el único, ni el primero, ni tampoco el caso más celebrado. Esta fotogalería presenta alguna de las resurrecciones más sonadas.
INSECTO PALO DE LA ISLA DE LORD HOWE
El insecto palo de Lord Howe (Dryococelus australis) fue descubierto en el siglo XIX cuando la isla que le da nombre, situada en el mar de Tasmania, a unos 600 Kilómetros de la costa este de Australia, se convirtió en asentamiento ballenero. Casi en el mismo momento en que las ratas de los barcos accedían a tierra firme y comenzaban a diezmar la población de este “imponente” fásmido, de 15 centímetros de longitud y 25 gramos de peso.
En 1930 se asumió que el insecto palo había sido exterminado. Sin embargo, en 1964 unos alpinistas encontraron el cadáver de un presunto ejemplar del mismo en la Pirámide de Ball, un escarpado islote a 23 Kilómetros de la isla. Y en 2001, una expedición conseguía localizar 24 ejemplares vivos.
CELACANTO
A partir del registro fósil existente, se consideraba que los celacantos constituían un orden prehistórico de peces óseos. Una rama lateral extinta del linaje de los vertebrados —próxima, aunque separada, de la que conducía al ancestro común de todos los tetrápodos, incluido el ser humano— y que habría poblado los mares del planeta durante el Cretácico, antes de desaparecer hace 65 millones de años, durante la gran extinción que acabó con los dinosaurios.
Pero en 1938 la conservadora del Museo de Historia Natural de Sudáfrica, Marjorie Courtneay Latimer, descubría ejemplares de celacanto inusualmente frescos entre las capturas de un pescador local. La especie fue bautizada como Latimeria chalumnae, y aunque se trataba de un género distinto al de los fósiles existentes, formaba parte del orden de los celacantos.
PETREL DE LAS BERMUDAS
Hubo un tiempo en el que el petrel de las Bermudas o cahow (Pterodroma cahow) era tan abundante en esta isla del Atlántico Norte que los primeros navegantes europeos que la alcanzaron, a finales del siglo XVI, la bautizaron como isla de los demonios y la rehuían por el miedo que les inspiraban las sonoras llamadas de apareamiento de estas aves marinas. No obstante, pronto descubrieron que los responsables eran en realidad un potencial alimento, fácil de cazar y con sus huevos al alcance de la mano, al anidar a ras de suelo.
También lo averiguaron los animales domésticos que introdujeron en la isla. Así, en torno a 1620 el petrel de Bermudas se consideró extinguido, un estatus que conservó hasta que en 1951 se redescubrió una pequeña colonia integrada por 18 parejas reproductoras en 4 islotes rocosos vecinos, de apenas una hectárea de extensión total.
ALMIQUÍ
El almiquí o solenodon cubano (Solenodon cubanus) es un pequeño y primitivo mamífero caracterizado por un hocico alargado a modo de trompa y por producir una saliva venenosa, algo muy inusual en los mamíferos. Con su veneno puede matar pequeños lagartos, ranas, aves o incluso roedores.
A tenor del registro fósil, se considera que especies del género Solenodon habitaron gran parte de América hace unos 30 millones de años. En lo que respecta al almiquí, endémico de Cuba, se cree que en la época precolombina aún poblaba toda la isla, pero con la llegada de los conquistadores españoles y la introducción de ratas y animales domésticos que competían con él y/o lo depredaban, su número habría declinado rápidamente.
En 1861 el solenodon cubano fue descubierto para la ciencia por el naturalista alemán Wilhem Peters. Desde 1890 hasta los 1970 no se identificaron más ejemplares. Y cuando ya los científicos se habían resignado a darlo por extinto, ente 1974 y 1975, fueron capturados
TAKAHE
La historia del calamón takahe (Porphyrio hochstetteri) podría haber sido la de otras aves propias de la fauna neozelandesa como los moas. Se cree que sus ancestros alcanzaron volando Nueva Zelanda desde Australia hace millones de años. Instaladas en el nuevo territorio y ante la ausencia de depredadores naturales fueron aumentando de tamaño al tiempo que perdían su capacidad de vuelo.
Esta circunstancia iba a suponer su sentencia, al convertirse en un alimento tan accesible como sabroso, con la llegada, primero, de los exploradores polinesios y, ya en el siglo XVIII, de los colonos europeos y sus animales “importados”: ratas, gatos, perros, cerdos, ovejas, ciervos… Esto causó un drástico declive en su población y en 1898 fue declarado extinto.
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