No es afirmación retórica pensar que en las negociaciones de Barbados puede encontrarse el hilo para alejarnos de lo que hoy somos: un abismo dentro de una pesadilla.
El retrato, oscuro y fulminante, hiere la vista: destrucción, disolución, hundimiento. Somos náufragos de la imposición de un sistema cuyos fracasos asemejan la devastación hipotética de tres tragedias simultáneas: un terremoto, un deslave y un incendio. Sobrevivir obliga a acordarnos o canibalizarnos.
No hay mayor prioridad que salvar a los condenados a perder su batalla contra la falta de pan o medicinas. Política, ética y humanamente es inadmisible que sigan la suerte de los que ya han muerto en el mundo invisible de los vulnerables y más pobres: niños, ancianos, pacientes con tratamientos que no consiguen.
Frente a esto, ¿hay tiempo para aplicar teorías de negociación que cercan la zona de acuerdos posibles con filas de amenazas, sean o no creíbles? No se trata de apuntar contra negociadores que cumplen su misión con empeño, sino de lanzar la exigencia frente a los que deciden las líneas rojas: abran camino a los acuerdos concretos antes que el colapso consuma a Venezuela. Los jefes de los dos bloques antagónicos no tienen derecho a retardos para recomponer sus posiciones pulseando sobre los despojos del país.
Si siguen al pie de objetivos puramente políticos un manual de confrontaciones y divisiones, si sucumben a las ilusiones de un cambio instantáneo o con un solo ganador, seguirán superponiendo fracasos, sacrificios, calamidades y atrasos civilizatorios.
El prólogo a la salvación es un Entendimiento entre actores e instituciones políticas, empresariales, académicas y sociales capaces de producir un nuevo pensamiento que nos saque de la Venezuela que tenemos a la Venezuela que queremos.
Sobre ese nuevo pensamiento cívico debería construirse un trato de tres pisos: unidad de toda la oposición; unión entre los proyectos rivales, chavismo y oposición; unificación de las élites indispensables para asegurar crecimiento económico, desarrollo humano y gobernabilidad democrática durante una década. Acción compartida sin monopolios ni hegemonías de ningún sector.
En ese nuevo entendimiento cabe la formación de gobiernos de coalición y la realización de elecciones libres conforme a los estándares internacionales. Pero la primera casilla es programar el cumplimiento de compromisos comunes, establecer garantías de competencia en la vida pública y definir nuevos esquemas de redistribución equilibrada del poder.
Entenderse es una lucha dura, democrática y pacífica. Una en la que es urgente expresar y contribuir a la activación de la mayoría social inhibida ante el protagonismo antagónico de los dos polos que pugnan por capturar poder y rentas.
Se trata de un tercer polo cuya vocación no es obtener poder sino calidad de vida, no es controlar el Estado sino alcanzar una sociedad mejor y más justa. Fuerzas que surjan no para competir ni sustituir a los partidos sino para fortalecerlos en sus capacidades de oír, dialogar, respetar a los ciudadanos y servir a la sociedad.
Si fracasa la iniciativa de Noruega pierde el país y fracasan, otra vez, los que tienen como deber fabricar soluciones al conflicto. Es el gran desafió de Guaidó, ser el dirigente de la oposición o el líder de una nación que cambie de época. El tiempo se agota.