Aunque las últimas fanfarronadas de Maduro intentan implosionarlas, el brevísimo comunicado de Noruega informó que “continúan las negociaciones” en Barbados, iniciadas en Oslo. Pide además “que se les dé a las partes el espacio necesario para avanzar en un ambiente constructivo”. Y considera muy importante “que la confidencialidad del proceso sea respetada por todos”.
Sencillez y contundencia del lenguaje diplomático de un proceso del cual le será muy difícil zafarse pese a las presiones de Diosdado y el cuchicheo en el oído de Cilia, a los cuales debería prestarles menos atención si no quiere irse por un abismo.
Maduro simple y llanamente está entre la espada y la pared. Si niega las elecciones presidenciales perderá a sus dos principales aliados: Rusia y China, además de poner en vilo a Cuba que sigue con demasiada atención las negociaciones y él se termina de hundir internacionalmente. Si las acepta, perderá el poder y algo más, pero puede dejar en pie su proyecto político, que no es poca cosa. Así que debería decidir por donde pierde menos.
La renuencia de Maduro, expresada en sus ladridos amenazando con llamar solamente a elecciones parlamentarias, y seguramente manifestada en Barbados, ya recibió una tajante respuesta del Secretario de Estado, Mike Pompeo: “Maduro y sus cómplices se tienen que ir. Entonces luego podemos reconstruir el país y hacer elecciones” y advierte: “No se puede trazar otro cronograma. Maduro no puede volver a gobernar”.
De las cuales se pudiera inferir que ya no hay más tiempo y que de Maduro no aceptar prontamente las elecciones presidenciales limpias y con un nuevo CNE, se pudiera poner a un lado el mecanismo de Oslo y pasar a la diplomacia de los cañones a la que tanto ansia el radicalismo delirante.