Escribir sobre lo que no se sabe pareciera difícil. Pero lo hacemos al referimos a lo que va a ocurrir con el país. Predecir a dónde nos llevarán las negociaciones en Barbados, rodeadas de sorprendente hermetismo, es una apuesta. Otras apreciaciones muestran que si el presente es incierto, más incalculable es ese tiempo que, siguiendo a los de la gramática, pudiéramos llamar futuro próximo.
Las acciones que obedecen a nuestra voluntad, los objetivos que alcanzamos por nuestros propósitos si están más sujetas a nuestras decisiones. Su selección y cómo lograrlas constituye el núcleo de un plan político propio, aunque tengamos que tomar en cuenta variables externas y movimientos de otros actores.
Dejar hacer no es una política sino una inhibición. El pensamiento extremista, en su seducción por lo destructivo, propone esperar la disolución general del país porque el colapso también engullirá al régimen. O sustituir votos por balas. Le son indiferentes las consecuencias humanas de una crisis que ya cobra muertes entre los más vulnerables.
La prioridad es liberar a Venezuela de sus crisis y del gobierno que las genera. Ante el empate catastrófico y la temeraria inclinación a resolverla con armas ajenas, el primer deber es respaldar una estrategia de cambio que intente sustituir enfrentamientos por entendimientos, que busque compromisos por la reconstrucción, la convivencia y la unificación. Una estrategia de nueva gobernabilidad compartida, a mediano plazo y cuya punta sea realizar elecciones libres con garantías posteriores de coexistencia entre los sujetos políticos rivales. Un incentivo fuerte para que el poder cambie de pista.
El dirigente principal de la oposición democrática es Guaidó y hoy resulta inconveniente e ilusorio pretender debilitar su liderazgo o sustituirlo con ofertas de polos minoritarios. Al contrario, hay que plantear el fortalecimiento del liderazgo opositor desde una triple aspiración: ampliarlo, incorporando sectores que no deben estar excluidos; innovarlo, construyendo un discurso de centro independizado de falsos extremismos y potenciarlo, mejorando las capacidades para que Guaidó pase de dirigente opositor a líder de la unidad del país.
La política transicional debe llenar el vacío de ideas y propuestas que permitan expresar y activar a la mayoría social no identificada con ninguno de los dos polos que pugnan por el poder. Es decisivo, para establecer una nueva coalición progresista, que emerja un tercer actor desde lo social con autonomía respecto al Estado y los partidos, que en vez de competir con las organizaciones políticas propicie su cohesión. Un centro democrático progresista definido más por su potencia para formular soluciones a la crisis que por tradiciones doctrinarias o pertenencias partidistas, aunque la disposición a sintetizar fuentes plurales permita incluirlas como referencias.
Ética, política y humanamente es inadmisible dejar que esta crisis humanitaria y civilizatoria continúe. Una verdad que, si es asumida consecuentemente por oficialistas y opositores, obliga a definir un entendimiento en el que ambos polos se comprometan a ser gestores de una transición pacífica hacia la democracia. Es la opción sensata para poner fin a un desastre anclado en visiones hemipléjicas de país.
La responsabilidad de la solución es de los venezolanos. La crisis es inviable, lo viable es el acuerdo para superarla. La propuesta de entendimiento tiene una base social real: más del 80% de la población rechaza al régimen. Es posible resolver el empate o la frágil supremacía de un extremo, desde el centro.