Tiemblan los poderosos con las fotos que encontraron en la casa de Jeffrey Epstein

Tiemblan los poderosos con las fotos que encontraron en la casa de Jeffrey Epstein

Foto de Zuma/Shutterstock

 

NUEVA YORK — Hace casi un año, el 16 de agosto de 2018, fui a reunirme con Jeffrey Epstein en su enorme mansión de Manhattan.

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La principal impresión que me dejó esa conversación de más o menos hora y media fue que Epstein conocía a una cantidad impresionante de personas ricas, famosas y poderosas, y tenía las fotografías para comprobarlo. También alardeó de saber mucho sobre esas personas, y de tener material posiblemente comprometedor o vergonzoso, como detalles de sus preferencias sexuales o de uso recreativo de drogas.

Así que una de las primeras cosas que pensé tras oír que Epstein se suicidó en prisión fue que muchos hombres y algunas mujeres muy reconocidos seguramente suspiraron de alivio al enterarse de la muerte; si Epstein sabía algo, se lo llevó a la tumba.

Durante la conversación, Epstein no escondió los escándalos sobre su pasado que ya habían sido reportados hasta ese momento —que se declaró culpable a nivel estatal de solicitarles servicios sexuales a chicas menores de edad y que ahora estaba en el registro de agresores sexuales fichados—, y reconoció que era un paria ante la gente educada. Al mismo tiempo, no se mostró mínimamente arrepentido. Dijo que, en gran medida, su reputación era uno de los motivos por el cual tantas personas le confiaron información. Insinuó que todos tienen secretos y que, comparados con los de él, parecían inofensivos. Así que, según él, la gente le hacía confidencias sin sentirse incómoda o avergonzada.

No había conocido antes a Epstein. Lo contacté porque mis colegas y yo habíamos escuchado el rumor de que asesoraba a Elon Musk, el director ejecutivo de Tesla, en medio de los problemas que tuvo Musk después de indicar en Twitter que iba a privatizar la compañía.

La Comisión de Bolsa y Valores estadounidense abrió una investigación en reacción a los comentarios de Musk, y empezaron los llamados para que Tesla lo sacara del puesto de director ejecutivo y reclutara a líderes externos. Escuché que Epstein estaba haciendo una lista de posibles candidatos, a pedido de Musk, y que Epstein incluso tenía un correo electrónico en el que Musk lo autorizaba para buscar a un nuevo jefe de la junta directiva.

 

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Musk y Tesla niegan que haya sido así. “Es incorrecto decir que Epstein alguna vez asesoró a Musk sobre cualquier cosa”, dijo Keely Sulprizio, una portavoz del empresario.

Cuando contacté a Epstein hace un año, él aceptó gustoso dar una entrevista, con una condición. Debía ser on background, sin citarlo: yo podía usar la información pero no atribuírsela directamente. (Considero que esa condición caducó ahora que Epstein está muerto).

Insistió en que nos viéramos en su casa, que alguna vez me comentaron era el hogar unifamiliar más grande de todo Manhattan. Esto parece ser cierto: de inicio me pasé la entrada del edificio, en la calle 71 Este, porque pensé que era una embajada o un museo, no una casa. Al lado de las puertas enormes había una placa de bronce con sus iniciales inscritas, “J. E.”, y el timbre. Cuando toqué la campana, me abrió la puerta una mujer joven con cabello rubio amarrado en un moño; saludó con un acento que podría ser de alguien de Europa del este.

No tengo manera de saber cuál era su edad, pero calculo que estaba en su adolescencia tardía o que tenía unos 20 años. Dado el pasado de Epstein, consideré que era un asunto extraño: ¿por qué querría Epstein que la primera impresión de un reportero sobre él fuera el de una mujer tan joven que abría la puerta?

La mujer me condujo por una escalera enorme hacia una habitación en el segundo piso, desde donde se veía el museo Frick, que está del otro lado de la calle. El lugar era silencioso, con una iluminación tenue, y el aire acondicionado estaba prendido a una temperatura muy baja. Epstein llegó después de unos minutos, vestido muy casual en pantalones de mezclilla y una camisa polo; me dio la mano y dijo que le gustaba mucho mi trabajo. Estaba muy sonriente y su actitud era acogedora. Era esbelto y tenía mucha energía; tal vez gracias al yoga que dijo que practicaba. Sin duda era alguien carismático.

Antes de abandonar esa habitación me mostró un muro repleto de fotografías enmarcadas. Señaló una, con un hombre que vestía un traje típico árabe. “Es MBS”, dijo Epstein, en referencia a Mohamed bin Salmán, el príncipe heredero de Arabia Saudita. Epstein aseguró que el líder saudita lo había visitado muchas veces y que conversaban con regularidad.

Después me llevó a una habitación amplia en la parte trasera de la casa. Ahí había una mesa enorme con unas veinte sillas. Epstein se sentó en la cabecera y yo a su izquierda. Tenía una computadora, una pizarra pequeña y un teléfono a su derecha. Dijo que estaba haciendo comercio en el mercado de divisas.

Detrás suyo había una mesa con más fotografías. Vi una de Epstein con el expresidente estadounidense Bill Clinton y otra de él con el director Woody Allen. De nuevo, me pareció extraño que eligiera exhibir fotografías suyas con personas célebres que han estado involucradas en sus propios escándalos sexuales.

Epstein no quiso dar detalles específicos sobre el trabajo que decía estar haciendo para Tesla. Me dijo que necesitaba mantenerse enigmático, que si se revelaba que estaba asesorando a la empresa ya no iba a poder hacerlo porque era “radiactivo”. Predijo que las personas en Tesla iban a negar que hubieran hablado con él o que tenían una amistad.

Dijo que ya se había acostumbrado a esto, aunque las personas de cualquier manera lo visitaban, iban a sus fiestas y cenas o le pedían dinero. (Por eso, dijo Epstein sin ironía alguna, estaba pensando en volverse pastor para que sus conocidos confiaran en que iba a mantener confidenciales sus conversaciones).

Se mantuvo cauto en el tema de Tesla, pero lucía muy cómodo cuando hablaba de su interés en las mujeres jóvenes. Dijo que penalizar tener sexo con chicas adolescentes era culturalmente aberrante y que en varios momentos históricos fue algo perfectamente aceptable. Señaló que la homosexualidad fue castigada penalmente por mucho tiempo en el mundo, y que en algunas partes la condena seguía siendo la muerte.

Epstein luego dio giros y terminó hablando de otros nombres destacados en el ámbito de la tecnología. Aseguró que las personas en Silicon Valley tenían una reputación de ser adictos al trabajo y de geeks, pero que la realidad era otra: los describió como hedonistas que usan de manera regular varias drogas recreativas. Dijo que había visto personalmente a varias figuras destacadas del mundo de la tecnología drogarse y solicitar servicios sexuales (Epstein luego hizo énfasis en que él nunca bebió alcohol ni tomó drogas de ningún tipo).

Yo quería dirigir la conversación hacia el tema de Tesla, pero Epstein era evasivo. Dijo que había hablado con los sauditas para que posiblemente invirtieran en Tesla, pero luego no quiso dar nombres ni detalles. Cuando le insistí en el tema del supuesto correo electrónico de Musk, respondió que ese mensaje no era de Musk mismo, sino de alguien muy cercano a él. Pero no quiso decir quién era ese alguien. Le pregunté si esa persona estaba dispuesta a hablar conmigo y Epstein dijo que lo iba a consultar. Después me comentó que la persona prefería no decir nada; yo dudo que siquiera le haya preguntado.

Después, al reflexionar sobre la entrevista, me impactó la poca información que siquiera dio Epstein. No puedo decir categóricamente que lo que declaró fue una mentira, pero gran parte de lo que dijo fue vago o muy especulativo y no podía ser comprobado ni desmentido. Al menos sí tenía un vínculo con Musk: hay una foto que ha estado circulando de Musk con Ghislaine Maxwell, la excompañera y confidente de Epstein, la cual fue tomada en la fiesta de Vanity Fair después de los premios Oscar 2014.

“Ghislaine se metió detrás de Musk en la fotografía para la que él estaba posando, sin que él supiera”, dijo Sulprizio, la portavoz de Musk.

Estaba claro que Epstein había exagerado su rol en la situación de Tesla para hacerse parecer más importante y atraer atención; con lo que se sabe ahora, parece que ese era un patrón de conducta suyo.

Alrededor de una semana después de la entrevista, Epstein me llamó y preguntó si me gustaría ir a cenar ese sábado con él y con Woody Allen. Le contesté que no iba a estar en la ciudad. Unas semanas después me invitó a cenar con él, el autor de Fire and Fury Michael Wolff y Steve Bannon, el exasesor de Donald Trump. Rechacé la oferta. (No sé si esas cenas, con esos invitados, realmente sucedieron. Bannon dijo que no fue. Wolff y una vocera de Allen no respondieron a las solicitudes para dar comentarios hechas el lunes 12 de agosto).

Pasaron los meses. Hasta que, a principios de este año, Epstein llamó de nuevo para preguntarme si me interesaba escribir su biografía. Se escuchaba hasta melancólico; me dio la impresión de que en realidad lo que quería era compañía. De ser su biógrafo no tendría opción más que pasar horas con él mientras contaba su saga. Receloso ya de tener cualquier otro vínculo con él, me alivió poder contestarle que no era posible porque yo ya estaba ocupado escribiendo otro libro.

Fue la última vez que supe algo de él. Y ahora, después de su arresto y el suicidio, me pregunto: ¿qué me hubiera dicho?