Por primera vez en la historia contemporánea una generación crece como nativa digital, y con ese acceso recibe también se convierte también en la primera que ha crecido con pornografía en línea disponible en cualquier lugar, en cualquier momento y a un click de distancia. Tanith Carey, periodista especializada en familias, se preguntó qué impacto podría tener eso en los adolescentes, y cómo pueden enfrentar la cuestión los padres.
Por Infobae
Para hacerlo habló con varios chicos y jóvenes sobre el tema y presentó algunas estrategias para que las familias no dejen que —como comparó— sus hijos comprendan qué es la pornografía del mismo modo que podrían usar una carretera sin haber dado un examen de manejo: “Puede que se abran camino, pero antes de que puedan tomar el control podrían hacerse daño y hacérselo a terceros”.
En su trabajo publicado en The Guardian, la autora de What’s My Child Thinking? citó la historia de Jed —un seudónimo, como todos los nombres que aparecen en la nota—, que escuchó en la escuela que había sitios donde podía mirar mujeres desnudas.
Tenía 11 años. Cuando llegó a su casa aprovechó que su madre estaba ocupada para escribir en la laptop de la familia “tetas, sexo” en un buscador. “Mi primera reacción fue: ‘Esto es confuso’. Yo sabía un poquito sobre sexo, pero ahí había hombres haciéndoles cosas dolorosas a las mujeres”, recordó.
Aunque borró todo registro para que sus padres no se dieran cuenta, no podía dejar de pensar en lo que había visto. Horas más tarde volvió a mirar. Años más tarde —cuando habló con Carey, cuando cursaba primera año de ingeniería— recordó que creció con el porno y que todavía lo consumía entre cinco y seis horas por semana.
La autora citó un estudio que la Universidad de Middlesex realizó en 2016: entre los menores de 11 a 16 años, el 56% de los varones y el 40% de las mujeres había visto pornografía. Los varones no sólo tendían más a volver una vez que lo habían hecho (59% contra el 25% de las muchachas) sino que tendían más a tener una perspectiva positiva al respecto.
El trabajo de Carey se centró en la pornografía heterosexual, pero si bien hay muchas diferencias —por ejemplo, para los adolescentes LGBTQ es una fuente compensatoria de la falta de recursos de educación sexual en comparación con los heteros— el género en su extensión tiene algo en común: presentan como reales actos sexuales que son ficción. No se trata de un alegato contra la pornografía, sino de un análisis de los problemas que presenta su consumo en personas que están creciendo, que no son adultos.
Como primer efecto perjudicial, los chicos lo consideran algo normal: un bicho raro es aquel que no ha visto pornografía, dijo uno de los entrevistados, de 19 años. Otro, de 17, explicó que es una rutina funcional: marca el comienzo y el final de su día y da “menos trabajo que las chicas”. Uno más, de 16, se molestó cuando sus padres se preocuparon porque su historial de navegación revelaba visitas a páginas de actos extremos. “¿Y qué?”, se quejó. “Todo el mundo sabe que es falso”.
Sin embargo, citó Carey a la socióloga Gail Dines, especialista en pornografía, “puede que se rían al mirar eso, pero también se masturban al mirar eso”. ¿Qué significa que sea falso?, preguntó. “No tenemos un cerebro que procese el material falso y otro que procese el real. Tenemos un cerebro y un cuerpo que se excita. Si alguien comienza a masturbarse ante porno cruel y violento, los estudios demuestran que no va a crecer preparado para la intimidad y la conexión”.
Muchas de las muchachas que citó The Guardian mencionaron que las preocupa, precisamente, la pérdida de la intimidad: “Ellos son los que no saben qué decir en una fiesta, y después escriben comentarios sexuales en tus publicaciones en Instagram”, dijo una chica de 14 años. Y aunque algunas miran porno, la mayoría se exaspera por el modo en que lo citan los chicos.
Como el cuerpo de las mujeres está en el centro de la escena en la pornografía heterosexual algunas chicas visitan los sitios para aprender a usar el propio: una, de 15 años, había mirado uno para saber cómo hacer una fellatio. Pero la lección de poco vale: “La actriz porno despliega una sexualidad masculina”, argumentó Virgninie Despentes en Teoría King Kong, “como un hombre si este tuviera un cuerpo de mujer”.
Lo real, en comparación con la puesta en escena, es completamente otra cosa. Pero la abundancia de pornografía en la adolescencia podría borronear esos límites: “Los muchachos quieren las cosas que han visto en el porno. Si les dices que te duele, no parecen tomarlo en serio. Es como si fuera una parte normal de la experiencia”, explicó una chica de 20 años.
Otra, de 21, recordó que cuando era chica los novios le pedían que reprodujera escenas que habían visto en porno: “No se trataba de lo que yo quería, era como si fuera un prototipo de mujer que ellos hacían que interpretara sus videos favoritos”.
En el fondo, eso tampoco gustaba a algunos varones. Uno de 20 años recordó que en la adolescencia se molestaba porque no podía acceder rápidamente a ver el sexo de una chica, como lo hacía clickeando en un sitio porno: “Hablaba con alguien y me frustraba porque no podía hacer que hubiera sexo y ya”.
Hasta que crecen y sus perspectivas pueden ajustarse (o no), el 53% de los varones y el 39% de las mujeres adolescentes encuestados por la Universidad de Middlesex creían que la pornografía era “una representación realista” del sexo. Para evitar el equívoco, los padres pueden hacer varias cosas, recomendó la nota de The Guardian:
1. No demorar la decisión de hablar con los hijos del tema: conviene “comenzar a una edad temprana y, sin mencionar al porno específicamente, mencionar que hay ciertas partes de internet que no son para menores”.
2. A medida que los chicos entienden más sobre sexo, explicarles que “hay un espectro que va desde lo que sucede en la vida real a lo que sucede en internet”. En un extremo, el sexo puede ser “un acto íntimo y de disfrute mutuo”; en el otro, hay un negocio, que además suele involucrar más agresión y más estereotipos que amor.
3. Explicarles que la pornografía gana dinero al captar la atención del consumidor, lo que se logra “al mostrar las prácticas más extremas, con frecuencia fabricadas, muchas de las cuales tienen poco que ver con la sexualidad”. Es incluye también los atributos físicos de los actores, que pueden hacerlos sentir inferiores.
4. Explicarles que por su lugar social el porno está vinculado a una industria en la que no sólo participan personas libres: “La gente joven me dijo que saber cómo funciona el comercio sexual y que algunas mujeres son abusadas, menores de edad o víctimas de tráfico les dio una razón lógica para dejar de mirar”, contó Carey.
5. Hablarles sobre el consentimiento. “La pornografía alienta la idea de que el sexo está siempre disponible y que nadie dice nunca que no”, agregó la autora. Pero en la vida real no es así.
6. Por último, el artículo citó algunos materiales de Culture Reframed: tranquilizar a los chicos sobre la normalidad de los sentimientos que puede causar el porno (“curiosidad, confusión, disgusto, excitación, culpa”) y recordarles que “sólo porque algo los excite o les dé placer no significa que es bueno para adolescentes”.
De hecho, la organización citó en su sitio estudios que muestran que el consumo de porno en la adolescencia está asociado a “una mayor incidencia de síntomas de depresión, reducción de la capacidad de interactuar en situaciones sociales, mayores niveles de agresión sexual, baja autoestima y mala imagen corporal”, entre otros problemas.