La conversación tuvo lugar en el Despacho Oval el lunes al filo de las dos de la tarde, antes de que Donald Trump saliera de la Casa Blanca de camino a Carolina del Norte, donde tenía que participar en un mitin. El presidente estaba muy molesto por cómo la prensa había publicado información sobre el fracaso de una ronda de negociación con la guerrilla Talibán que debía haber tenido lugar en la residencia presidencial de Camp David el domingo. Su principal sospecha era que su propio consejero de Seguridad Nacional estaba tras las filtraciones, algo que tenía sentido: John Bolton llevaba semanas tratando de boicotear el proceso de paz con los islamistas en Afganistán. No pocos analistas habían dicho en prensa, radio y televisión que Bolton, un halcón en política exterior, había salido reivindicado de ese fiasco.
Por David Alandete / abc.es
Y es cierto. Como Bolton había advertido, los Talibán siguieron matando y el jueves de la semana pasada atentaron de nuevo en Kabul, donde murió un soldado, la baja número 2.219 de las fuerzas armadas estadounidenses en los 18 años de guerra en Afganistán. Pero en la Casa Blanca de Trump tener la razón no significa estar a bien con el presidente. En su breve encuentro en el Despacho Oval, este llamó a su principal asesor en materia de seguridad internacional al orden y le conminó a mostrar una mayor lealtad. Según Bolton, en ese momento dimitió. Trump dijo que mejor lo podían hablar al día siguiente.
A pesar de los rumores sobre la marcha de Bolton que ya corrían el martes por los mentideros políticos de Washington, la Casa Blanca pareció atajarlos convocando a una rueda de prensa sobre sanciones al terrorismo con el propio consejero de Seguridad Nacional y dos de sus principales rivales en el gobierno, el secretario de Estado, Mike Pompeo, y el del Tesoro, Steven Mnuchin. Y a pesar de ello, unos minutos después de convocar la rueda de prensa, Trump despidió a Bolton a través de Twitter, diciendo que le había pedido la dimisión «por profundas diferencias de opinión».
Bolton, sin embargo, disiente. Sus subalternos dicen que en secreto, horas antes, le hizo llegar al presidente una nota con una lacónica frase: «Dimito por la presente, de forma inmediata como asesor del presidente en Asuntos de Seguridad Nacional. Gracias por darme la oportunidad de servir a mi país». Nada planes de futuro ni palabras innecesarias de concordia, como suele ocurrir en estos casos. Bolton se iba y no escondía por qué.
Trump, obsesionado con la imagen y la puesta en escena, prefiere siempre un despido a una dimisión. De ahí el raudo mensaje en Twitter, al que Bolton respondió en la misma red social: «Ayer ofrecí mi dimisión y el presidente me dijo que esperara».
Finalmente este 11-S, día de la solemne conmemoración de los atentados terroristas de 2001, Trump seguía dándole vueltas al asunto, obsesionado con que no se percibiera la salida de Bolton como un nuevo episodio del caos permanente en que parece vivir su gobierno. «No estábamos de acuerdo en muchas cosas», dijo el presidente. «Era demasiado duro, tan duro que nos llevó a Irak».
Es cierto, pero Trump, cabe añadir, sabía ya de esa dureza cuando le fichó en abril de 2018. Cualquier exceso es, también, responsabilidad suya.