¿Cómo es posible que una de las naciones del Tercer Mundo con mayor talento y experiencia política, como lo fuera la Venezuela socialdemócrata de Rómulo Betancourt y Carlos Andrés Pérez, y ese acopio de excelso liderazgo copeyano del socialcristianismo vegete hoy, hilachenta y zarrapastrosa, en el último estado de postración y miseria, sin un solo político notable capaz de asumir con osadía y decisión, con voluntad y coraje la dirección de los asuntos que nos conciernen a todos, pero que sólo ellos deberían poseer bajo la capacidad de gestionar y llevar a buen puerto? ¿Dónde están los Gonzalo Barrios, los Pérez Díaz, los Moisés Moleiro, los Pompeyo Márquez del Gran Encuentro Nacional que los venezolanos reclaman a gritos? ¿Debemos conformarnos y darnos por satisfechos con los herederos de la generación RCTV del 2007, que hacen vida en Voluntad Popular y Primero Justicia? ¿No hay quién de la cara por la Venezuela histórica?
La caída de Carlos Andrés Pérez y el devastador tsunami del caudillismo militarista de los comandantes del 4F, se han traducido en el deslave de lo que en el pasado fuera nuestra clase política. Ni siquiera el arrollador empuje del chavismo logró otro líder de reemplazo que no fuera un colombiano, educado en los criaderos de las guerrillas castristas y especializado en las escuelas de infiltración y espionaje del G2 cubano.
He comprendido desde siempre la maravillosa aventura política como un salto al vacío, dado con lucidez, voluntad y coraje por aquellos escogidos dispuestos a jugarse la vida por una idea, un proyecto, una estrategia. Por el país de sus ideales. No un arrejuntamiento de oportunistas y ambiciosos, mezquinos, inescrupulosos y ansiosos de poder y dinero. Educados en el entendimiento, el acuerdo, la cohabitación con los enemigos de la democracia.
Lo primero que llama la atención al observar los movimientos y el quehacer de quienes ejercen de políticos, es la ausencia absoluta de una idea de país, un proyecto de nación, un ideal republicano. La mayoría de quienes hoy ocupan el escenario político comenzó sus carreras en el conciliábulo, la oportunidad, el acuerdo con las cúpulas para acceder a ellas y labrarse un camino hacia las direcciones de los partidos y un puesto en la administración pública: un consejo, una alcaldía, una gobernación, una curul asamblearia. El propio terreno para el oportunismo, el escalamiento y asegurarse un puesto en el eventual gobierno de sus mayores. Que pasaran antes por los mismos quehaceres y hoy pujan por llegar a la presidencia de la República.
¿Por qué esa carencia de audacia, de voluntad, de grandeza y esa falta de comunión con las aspiraciones libertarias de nuestras grandes masas postergadas? Es una de las más graves fallas de la idiosincrasia nacional: la disposición al diálogo, al entendimiento, a la cohabitación con los enemigos de la libertad. Esa avasallante disposición a volverle la espalda al líder en desgracia, a expulsarlo incluso de sus partidos, para acomodarse en los espacios que les prometen desde la acera de los asaltantes y enemigos de nuestra Libertad. Lo cual se traduce en una lamentable falta de virilidad, honestidad y lucidez. Para insólito infortunio de Venezuela, el caso de Óscar Pérez fue único e irrepetible. Provoca hasta vergüenza.
No se trata de buscar caudillos y Mesías. Se trata de buscar venezolanos y venezolanas que amen a su Patria y estén dispuestos a postergar todas sus ambiciones personales por el logro de la justicia y la paz para nuestros compatriotas. ¿Será tan difícil?