El pan, el aceite y el vino son los tres alimentos básicos sobre los que se sustenta la dieta mediterránea, una tradición milenaria fruto del intercambio entre culturas a la que los científicos pusieron nombre solo en el siglo XX.
Los expertos reunidos hoy en la sede de la Organización de la ONU para la Alimentación y la Agricultura (FAO) en Roma hicieron un repaso a los más de 2.000 años de historia de esa dieta, amenazada en la actualidad por nuevos hábitos como el de la comida rápida.
El pan, el aceite y el vino fueron la “tríada” que en la Antigüedad clásica suponía un regalo divino y se relacionaba con los dioses Deméter, Atenea y Baco, respectivamente, señaló Marino Niola, director del Centro de investigaciones sociales sobre la dieta mediterránea (MedEatResearch) con sede en Nápoles (Italia).
Durante el Imperio Romano esos tres alimentos se extendieron por la vasta red de comunicaciones, que hizo posible la llegada a Roma de trigo de Egipto y ánforas cargadas de aceite de oliva de la península Ibérica o el cultivo de uva en las Galias.
“El comercio permitió dialogar a tres continentes”, convirtiéndose la dieta mediterránea en “el fruto de un gran parlamento y una mesa con muchos comensales”, afirmó el divulgador italiano Alberto Angela.
Recalcó que, con el tiempo, se introdujeron más ingredientes y así la pizza italiana, por ejemplo, contiene pan, aceite, tomate de origen americano y mozzarella, que se piensa que podría proceder de búfalas de Asia.
Lo que era un modelo cultural antiguo y compartido por los pueblos que rodean el Mediterráneo no recibió el nombre de “dieta mediterránea” hasta 1975, expresión acuñada por la pareja de científicos estadounidenses Ancel Keys y Margaret Haney.
Como recordó la antropóloga Elisabetta Moro, que también dirige el MedEatResearch, en 1951 se celebró el primer congreso mundial sobre nutrición en la FAO en un intento de combatir el hambre en Europa tras los estragos de la Segunda Guerra Mundial.
Allí Keys presentó evidencias de que en Estados Unidos los infartos eran una importante causa de muerte en adultos, a lo que un profesor napolitano, Gino Bergami, respondió que en su ciudad no se daban esos casos.
Mientras los italianos pobres comían principalmente granos y verduras, los estadounidenses ricos consumían más carne y leche.
Según Moro, el fisiólogo estadounidense tuvo “la intuición genial” de comparar ambos casos -halló la diferencia principal en los niveles de colesterol- y desde 1958 impulsó el llamado Estudio de los Siete Países, con el que llegó a la conclusión de que la alimentación era más sana en Italia, Grecia, Yugoslavia y Japón que en Holanda, Finlandia y EEUU.
Si bien los modelos saludables se pueden encontrar en otras culturas, Moro consideró “importante aprender la lección de la historia y tratar de traducirla en nuevas prácticas”.
La dieta mediterránea, declarada en 2013 patrimonio inmaterial de la Humanidad por la Organización de la ONU para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco), está fundada en la idea de “comer juntos”, la hospitalidad y el diálogo intercultural, resaltó la responsable de ese organismo Ana Luiza Massot.
Para el experto de la Universidad romana de La Sapienza Lorenzo Maria Donini, también son primordiales aspectos como la biodiversidad, los alimentos estacionales y el vínculo con el territorio, por lo que llamó a potenciar la producción local en el Mediterráneo como garantía de “sostenibilidad”.
EFE