El negado mundo de Disney
A los asesinos chavistas no le importan sus crímenes, no le interesan sus graves violaciones a los derechos humanos, no le preocupan los juicios en la Corte Penal Internacional, a los asesinos chavistas sólo les afecta que le confisquen el dinero robado, que le impidan ir de compras a Nueva York o Miami y que sus hijos o nietos no puedan visitar el soñado mundo de Disney World.
A los asesinos chavistas lo único que los doblega son las sanciones del gobierno norteamericano, nada más.
Su roñoso nuevo riquismo es su debilidad.
Cero tolerancia con el criminal chavista
Si algún acierto ha tenido la estrategia planteada por el presidente Juan Guaidó es la composición de fuerza estatales extranjeras que han dado reconocimiento y respaldo a su gobierno, y que además han sancionado, perseguido y juzgado a malandros del chavismo, señalándolos, arrinconándolos, desnudando sus fechorías.
Esa exitosa estrategia hay que afianzarla, aislar como ha hecho el Grupo de Lima a cada asesino chavista sobre la faz de la tierra, que no puedan salir, que no puedan moverse, asfixiarlos.
Y en su agonía y angustia, derrocarlos.
Que cicatrice la herida
No me interesa hundir aún más el dedo de mi crítica en la llaga del previsible error estratégico de la negociación de Noruega, no hace falta, lo importante es atender lo que sigue a esta miopía y restablecer, en la medida de lo posible, la creciente desconfianza popular causada por semejante pifia. Noruega causó una herida a nuestra confianza, para cicatrizarla hay que cambiar de actitud.
Entendemos que para algunos líderes había que transitar ese pantanoso terreno, pero llegado a su fin, la cachetada de realidad debe despertarnos.
No sigamos menoscabando la confianza de nuestro pueblo. No más, seamos clementes.
La inclemencia del error
No podemos errar más, es despiadado hacerlo. La oportunidad de derrotar a la peste chavista vuelve a ser irrepetible. Están aislados, por ello montaron el parapeto de traidores que componen Felipe Mujica, Claudio Fermín y Henry Falcón. La última posibilidad –pacífica– que le queda a la mafia chavista para sobrevivir es la convivencia, el acomodo, el falso diálogo.
No nos equivoquemos, volver a la Asamblea Nacional, “convivir”, es la última posibilidad que tiene la tiranía no sólo de permanecer, sino de sobrevivir a la cárcel o a la muerte.
¿Les daremos tranquilidad a los que han arruinado a Venezuela? ¿Lo haremos?
La terrible tara histórica
Como digo antes, el chavismo buscará convivir, acomodarse, mezclarse con la oposición, saben que están perdidos, aislados, sentenciados. Muchos mediocres opositores –la mediocridad timorata, tara terrible de nuestra menguada sociedad frente a la historia– promoverán ese cínico acomodo. A mi juicio es peligrosísimo, suicida. Al chavismo hay que erradicarlo con moral y política, abominarlo como los alemanes abominan al nazismo.
Si aspiramos a la reinvención nacional, a la democracia y a la prosperidad, no hacerlo será mortal.
¿Le besamos la mano a nuestros verdugos o los encarcelamos?
¡Enterrémoslos!
La mejor manera de sentenciar –frente a la historia– al chavismo, de enterrarlo, de modo que podamos reinventarnos y renacer como país, es derrocarlo a través de una monumental rebelión popular. No hay mejor modo. Unir los esfuerzos de la insurrección con fuerzas aliadas internacionales –policiales y militares– para impedir un ataque violento contra nuestra gente. Millones de venezolanos en las calles de toda Venezuela sería el verdadero y definitivo grito de libertad.
Una solución tal, sin convivencia ni acomodos, un rechazo tajante a la infamia sería la semilla de conciencia hacia la Venezuela aspirada. Ojalá nuestro liderazgo político lo entienda. Después de Noruega sólo nos queda luchar. Sólo eso: luchar.
Acomodar al chavismo entre nosotros es darle permanencia eterna. ¡Enterrémoslo!
Llegó el momento…