Juan José Capriles Ayala, fue sin duda alguna, uno de mis tíos más cariñosos. Con él crecí, de él asimilé muchos consejos y con él solía tararear una de sus canciones predilectas: El Himno de las Américas.
Recordaré por siempre a mí tío llegar a casa después de cumplir su trabajo en la Cancillería de Venezuela. Casi siempre lo hacía entonando esa estrofa que reza:
Un canto de amistad
de buena vecindad, unidos
nos tendrá eternamente.
por nuestra libertad, por nuestra lealtad
debemos vivir gloriosamente.
Luego en la escuela, esa canción no fallaba en los actos culturales. Fue escrita por Rodolfo Aníbal Scianmmarela, un músico de argentina que logró ensamblar esas notas musicales tan pegajosa y que además terminó siendo un símbolo que da cuerpo sentimental a la concordia y a la unión de las naciones de nuestro continente, convertida en himno.
Ustedes, amigos lectores se preguntarán, ¿y a qué viene este relato? Pues, sencillamente a que pareciera que hay brotes de xenofobia que desdicen del significado de ese himno que “busca promover los lazos naturales e históricos de nuestro hemisferio americano, al mismo tiempo que tiene implícito en su letra y partitura elevar un mensaje de paz y justicia”.
Aclaro, que esos arrebatos de fobia contra inmigrantes venezolanos, afortunadamente, son hechos aislados. La verdad es que en los países a donde hemos ido a parar los millones de ciudadanos venezolanos que formamos parte de esta diáspora, recibimos un trato digno, respetuoso y con mucho afecto.
En el tránsito de los centenares de miles de desterrados se va dejando la buena estela de un pueblo trabajador, decente y con habilidades para desempeñar los más disimiles oficios. Tampoco somos ciegos para dejar de ver y condenar los actos bochornosos protagonizados, también por una minoría, que no puede dar pie para estigmatizar nuestra nacionalidad.
Pero no podemos dejar de advertir que en esos lugares donde se ha pretendido descalificar nuestro gentilicio, o esos eventos marcados por la violencia puesta de manifiesto contra mujeres y hombres de procedencia venezolana, que simplemente tratan de ganarse la vida trabajando en la venta de chocolates, o de empanadas o de tizana, nos preocupan y por lo tanto nos vemos obligados a rechazarlos y a solicitarles a las autoridades competentes a que tales desproporciones sean encaradas tajantemente.