Una mirada alta sobre la trayectoria seguida desde la cachetada que el 23 de enero estalló contundente en el sorprendido rostro del confiscador del poder, permitiría captar que hemos llegado……al mismo punto del cual partimos.
La apreciación es automáticamente rechazada porque es incómodo reconocer que hemos andado en círculos sobre un plano con altos y bajos. Ahora debemos inventar otro itinerario para vestir al rey antes que termine en bochornoso estrep-tease.
La reacción indeseable es la de prohibir la reflexión crítica sobre los pasos dados, desterrar los análisis sobre las causas de extravíos y estrellamientos y proteger por lealtad burocrática una política que es un balón detenido muy lejos del arco. Debemos rehacer el juego cambiando la estrategia y manteniendo a sus conductores.
La decisión es coherente porque el liderazgo principal nace de la Asamblea Nacional, única institución legítima para abrogarse la representación de la voluntad nacional. Tiene pueblo y comunidad internacional.
La raíz de los errores es de naturaleza colectiva y política, aunque comprometan especialmente a los dirigentes de los principales partidos con presencia en la AN. El defecto de la política no reside en Guaidó, sino en una estrategia que muestra dos protuberantes hinchazones, una por diseño y otra por ejecución amateur.
Ambas deficiencias impiden los avances y detienen los logros. Es inútil ante ese vacío de resultados pretender moralizar el movimiento encendiendo fuegos artificiales para celebrar éxitos que tienen otros padres.
Pierde el presidente (E) Guaidó, el G4 y el conjunto de la oposición si no se modifica y recrea una ruta que ya no se corresponde ni con los objetivos posibles de cambio, ni con la relación de fuerzas, ni con la posición de la comunidad internacional, aspectos claves para vencer las resistencias al restablecimiento de la democracia.
La ruta de los tres objetivos fue un camino a seguir. Ella se basaba en acertada presión interna, amenazas creíbles desde el exterior y acción de fuerzas pertenecientes al bloque dominante dentro de un cálculo de desenlace rápido. Nada de eso ocurrió y apenas si pudimos arañar la coraza del cese a la usurpación.
Los hechos, los análisis, las encuestas y la voz de la calle obligan a concentrar la estrategia sobre elecciones que deben pelearse para hacerlas el 2020. El descontento creciente de la población y la reducción del apoyo social al régimen no son suficientes para abrir un proceso de transición ordenada.
Es urgente que la AN retorne a la negociación de Barbados y reabsorba el acuerdo corto de la casa amarilla para exigir su cumplimiento. Profundizar acuerdos parciales para aminorar el castigo que el régimen descarga sobre la población.
Hay que ampliar la unidad y extender las alianzas; formular un nuevo discurso hacia el campo adversario e instituciones como la Fuerza Armada; concertar la solidaridad internacional con el interés nacional; promover las luchas reivindicativas, sin instrumentalización partidista, como lucha por la reconquista progresiva de derechos confiscados.
La gente no quiere rendir su esperanza. La pelota está en los dirigentes de la oposición, partidista y social. Ya no tienen derecho a equivocarse.