Sudamérica está revuelta. Diversos eventos sociales y políticos, con sus características y especificidades particulares, llaman nuestra atención, manteniéndonos a la expectativa por lo que pueda traernos en lo sucesivo.
Perú, Ecuador y Bolivia han sido escenario de acontecimientos cuyos desarrollos aún no definitivamente solventados, son motivo de preocupación en términos de estabilidad institucional y democrática.
Lo que nos traigan las elecciones próximas en Argentina y Uruguay es también de gran interés para los que habitamos esta región.
Como a muchos observadores, los recientes sucesos de Chile nos han tomado por sorpresa. Sobre todo, por la intensa violencia mostrada en ellos. La saña destructiva de grupos manifestantes hacia bienes públicos y privados es perturbadora y da cuenta de hasta donde han llegado los ánimos.
Chile es un país que ha sido visto, no solo en nuestro hemisferio, como una democracia sana y una economía pujante con una institucionalidad bien asentada.
Si a sus cifras macroeconómicas nos remitimos, está colocado en los primeros lugares de Latinoamérica, en términos de crecimiento, competitividad, captación de inversiones extranjeras y en bajas tasas de inflación.
A los venezolanos ver lo ocurrido ahora en Chile los traslada a los aciagos sucesos del Caracazo (1989). Entonces, un aumento moderado del precio de la gasolina, justificado en términos de racionalidad económica, desencadenó días de protestas violentas y saqueos generalizados nunca antes vividos por nuestra población durante el siglo XX.
¿Cuáles situaciones, malestares y/o resentimientos estaban larvados en la sociedad chilena que propiciaran tal reacción rabiosa, desproporcionada, ante un incremento del precio del transporte en el metro? Sin duda, nos luce que en el fondo de la sociedad chilena habrían otros descontentos que afloraron para potenciar la protesta frente a aquella medida.
Observado desde lejos este lamentable estallido social, cuyos orígenes de naturaleza económica lucen claros, nos dejan, sin embargo, interrogantes acerca de las formas que adoptó y de los actores políticos que suben a escena de manera oportunista apuntando a cuestiones distintas, que van más allá del malestar puntual por un aumento del precio del transporte público.
Analizados los hechos, incluso los vandálicos, algunos observan una acción organizada y coordinada de grupos políticos, internacionalmente orquestada, que habría aprovechado lo meramente espontáneo, todo lo cual buscaría defenestrar al presidente Piñera y desatar un proceso conducente a una Asamblea Constituyente. Para estos sectores radicales el objetivo no sería revertir la medida gubernamental disparadora del conflicto, sino encaminar al país por otros derroteros políticos. A estos no interesaría que Piñera instrumente medidas en favor de los sectores más vulnerables, como ya lo ha planteado al reconocer necesidades y reivindicaciones postergadas por mucho tiempo, no solo por su gobierno. El propósito de aquellos grupos sería desmontar la institucionalidad democrática chilena para instaurar un sistema de gobierno autoritario.
Se colocan otros en la tesitura que señala a aquellos problemas no resueltos y muy sentidos, como causantes del estallido y derivados de la indiferencia y/o la inacción de la dirigencia política y la elite empresarial acusada -como ocurre siempre en estos casos- de neoliberal. La desigualdad en los ingresos sería así, una causa profunda.
En la protesta, tampoco han faltado las expresiones ideológicas contra el sistema capitalista proferidas por algunos entrevistados en las calles, que hasta al inefable Che Guevara han resucitado.
Lo cierto de todo es que lo de Chile, junto a otras situaciones críticas en el entorno, han producido un hervidero político en la región, que podría repercutir negativamente en la estabilidad y la seguridad colectivas. Ya la enorme migración venezolana provocada por un régimen en descomposición política y moral representa un caldo de cultivo peligroso y una gran preocupación para todos los gobiernos vecinos. Solo resta esperar que los chilenos, con sabiduría, firmeza institucional, apego a la Ley y un amplio diálogo social, logren encaminarse por sendas de prosperidad y paz, ajustando lo que haya que ajustar en el campo socioeconómico.
Nuestra región está lo suficientemente agitada en la actualidad, para que otro país, por caso Chile, se hunda también en una crisis que a nadie en el hemisferio favorece, excepto los que sacan provecho de la ocasión para introducir el caos e intentar imponer regímenes tiránicos forajidos.