Bailey Henke tenía 18 años, vivía en Grand Forks, Dakota del Norte, y era adicto a los opioides. Su muerte en 2015 fue la primera pista que permitió que un investigador de la Agencia para el Control de Drogas (DEA) rastreara hasta China la ruta del fentanilo, una droga sintética de enorme poder letal que se usa para falsificar pastillas de oxicodona y para aumentar el volumen de la heroína, tan barata que genera ganancias astronómicas —y muertes por sobredosis accidentales. Mientras Beijing insistía en que no tenía ningún problema con el fentanilo, Mike Buemi logró armar un caso que involucró víctimas, dealers, presos, compañías farmacológicas, varios países, correos estatales y couriers. Y llegó al corazón del asunto, Zaron Bio-tech, una empresa con sede en Shanghai pero registrada en Hong Kong.
Por Infobae
Entonces la investigación se deshizo en la nada.
Las vías formales de cooperación entre las autoridades se agotaron. El periodista y escritor Alex W. Palmer viajó a China y cayó —como escribió en la revista de The New York Times— en una madriguera de conejo potencialmente sin fin, que impacta de manera directa en la crisis sanitaria que en 2017 causó 72.287 muertes en los Estados Unidos. La historia que narró, que continúa abierta, es la de una peligrosa operación de drogas que en este mismo instante se traslada a los cárteles en México.
En 2013 el agente Buemi había comenzado a investigar una red de West Palm Beach, en la Florida, que importaba Molly, un sustituto del éxtasis que, aunque se ofrece como lo mismo, rara vez tiene más de 15% de MDMA. Luego de varias exploraciones, Buemi había dado con una tal Li Li que parecía ser la vendedora original del producto, en China.
Buemi no pestañó por la lejanía de la casa matriz: sabía que, según el Departamento de Estado, en China hay entre 160.000 y 400.000 empresas químicas que operan “legalmente, ilegalmente o en algún punto intermedio”, explicó Palmer: “una estimación tan amplia que refleja a la vez la vastedad de la industria y la escasez de la información disponible”. Algunas de esas compañías fabrican más de un millón de píldoras por día; otras producen toneladas de precursores. Su negoció representa —cifras de 2016— el 3% de la economía nacional china.
Con 2.000 inspectores que realizan unas 750 investigaciones por año, la supervisión del gobierno chino parecería escasa; además, hay sustancias que son ilegales en algunos países pero en otros no. El caso del fentanilo ha sido legal durante mucho tiempo, y aun hoy tiene usos legítimos.
Y, sobre todo, tiene una rentabilidad única. Un kilo de fentanilo, cuyo costo oscila entre USD 1.400 y USD 3.000, puede mezclarse con otras sustancias y venderse en pastillas que en la calle valen entre USD 1 y USD 2 millones. Para generar ese dinero haría falta mover unos 50 kilos de heroína.
Li Li tenía Molly, y también un extenso catálogo. Buemi encontró una mezcla de oxicodona y algo llamado acetil-fentanilo prensado en píldoras iguales a la del Oxycontin, el nombre comercial del analgésico de Purdue Pharma que está en el centro de las causas judiciales por la crisis de los opioides. Ordenó de las dos.
Como el nuevo cliente parecía interesado en comprar en grandes volúmenes para comerciar a su vez, Li Li le dio a Buemi el nombre y el teléfono de su distribuidor en el área noroeste de los Estados Unidos. El hombre le contó en detalle su negocio. El producto que más lo entusiasmaba era el fentanilo, por su rentabilidad.
Días más tarde Buemi recibió su pedido: venía disimulado en un sobre de Correos de Canadá. Lo había llevado el Servicio Postal de los Estados Unidos (USPS).
Si la cadena era tan simple, el tamaño del problema podría ser enorme. Los envíos por correo desde China a los Estados Unidos habían pasado de 1,2 millones de unidades en 2007 a 20,6 millones en 2015. Encontrar contrabando de una sustancia de escaso volumen como el fentanilo disimulado dentro del envío de un juguete, por ejemplo, era muy, muy improbable.
Buemi también se preguntó por qué, si él había comprado el fentanilo en China, le había llegado via Canadá. Consiguió órdenes de allanamiento para las direcciones electrónicas asociadas con Li Li y encontró una red de clientes, dealers y distribuidores intermedios.
Entre ellos se destabaca el nombre de Jason Berry, a quien rastreó hasta una cárcel en Québec. Estaba allí por haber intentado enviar a Colorado 10.000 pastillas en un microondas y un horno eléctrico. Pero no había dejado de operar. Sólo había cambiado el nombre de su empredimiento, que había pasado de LookChem a Mountain.
En prisión Berry se había asociado a otro recluso, Daniel Vivas Cerón, detenido por tráfico de cocaína y uso de arma de fuego. Un policía canadiense le explicó al Times: “No es inusual que un nuevo preso con un negocio ilícito floreciente, como Berry, contratara a uno de más tiempo en prisión con teléfono móvil y contactos en el exterior”.
Vivas se comunicaba con el agente de la DEA por e-mail y en Wickr, una app encriptada que permite programar la eliminación de los mensajes. En esos intercambios Buemi se enteró de que la empresa china Zaron Bio-tech era la proveedora principal del fentanilo que Berry y su socio movían en los Estados Unidos.
Buemi sabía que en el pasado todas las investigaciones sobre fentanilo que se remontaban a China terminaban en una vía muerta, porque la venta de esos químicos no era ilegal allí. Tenía que encontrar una manera de probar que el fentanilo fabricado en China había causado sobredosis a ciudadanos estadounidenses para encontrar otro ángulo legal.
Al cruzar información de otros casos, encontró que la muerte de un muchacho de 18 años en Dakota del Norte había sido causada por el fentanilo que su dealer había comprado en Evolution, un sitio de la web oscura, a pdxblack, que la policía local había identificado como Brandon Corde Hubbard, quien a su vez la había comprado via Wickr a Mountain.
Era el caso que necesitaba Buemi.
Supo, además, que la misma noche en que Henke había muerto en Grand Forks se habían producido otras sobredosis de jóvenes que habían sobrevivido, y otras muertes en la semanas siguientes.
El agente de la Florida y las autoridades policiales y judiciales de Dakota del Norte comenzaron una investigación conjunta. A partir de la detención de Hubbard rastrearon sobredosis hasta enero de 2014 que se vinculaban directamente con Zaron Bio-tech. El día que Vivas Cerón salió de la cárcel, Buemi y otro agente lo arrestaron.
Pero el desafío mayor para la DEA seguía en pie: cómo hacer que China se interesara.
Para peor, es territorio ajeno a la DEA. La agencia tiene 11 oficinas en México, siete en América Central y 14 en América del Sur, pero sólo una pequeña dependencia en la embajada de los Estados Unidos en Beijing. Justin Schoeman, un ex agregado, explicó al Times que las diferencias culturales sobre la cuestión eran abismales: si bien China penaliza gravemente el uso de drogas, protege a sus empresas mediante la negación rotunda de problemas en la producción y comercialización del fentanilo.
Entonces, en octubre de 2015, un cambio en la legislación china dio esperanzas a los investigadores. Seis análogos del fentanilo aparecieron entre los 116 químicos sintéticos que las autoridades sumaban a la lista de sustancias prohibidas.
Con ayuda de Schoeman y mediante una dirección electrónica que aparecía en las órdenes de allanamiento aprobadas, Buemi logró contactar a Zaron Bio-tech. Se presentó como un amigo de Berry. Tuvo una respuesta positiva —Berry había dejado de comprar, y ahora la persona que operaba Zaron entendía el motivo— y continuó la comunicación. El agente de la DEA solicitó el allanamiento de todas las cuentas electrónicas asociadas a Zaron. También comenzó a comprar un análogo que no había sido incluido en la lista de prohibiciones de octubre, furanil-fentanilo.
Esta vez el correo llegó desde Los Angeles.
El intermediario en California, Gary Resnik, recibió una orden de 1.000 pastillas poco antes de ser detenido: la había hecho Buemi, que ahora podía preguntarle a Zaron por qué no le llegaba su producto.
Resnik, sentenciado a 27 años de prisión, estaba más arriba en la cadena: tenía acetil-fentanilo en grandes cantidades y un laboratorio casero con cinco moldes de pastillas, de manera tal que sus prensas podían falsificar hasta 40.000 unidades de cinco marcas comerciales de opioides. La sustancia en bruto le había llegado desde china importada como ropa para niños y juguetes.
Era un plan perfecto para conocer, de primera mano, la red de distribución de fentanilo que la empresa china Zaron tenía en los Estados Unidos.
Pero requería algo: máquinas para hacer pastillas que lucieran perfectas.
A Buemi se le ocurrió llamar a las compañías farmacéuticas que hacían las verdaderas. La petición fue polémica: los traficantes usaban esas marcas para, literalmente, matar gente. Pero logró imponer su argumento —era un camino posible para desarmar una red de manera inminente— y recibió miles de placebos de lactosa con la forma y las inscripciones originales.
Así el agente de la DEA se convirtió en el principal distribuidor de Zaron en los Estados Unidos. “Los cargamentos pequeños llegaban en una bolsa plástica dentro de una revista guardada en un sobre; los más grandes escondidos en filmes de poliéster dentro de cajas. En ambos casos, el remitente era la compañía china de transporte de carga que había hecho el envío”, detalló el artículo del Times.
Buemi guardaba las drogas como pruebas y enviaba los placebos a Nebraska, Maryland, Nueva Jersey, Carolina del Sur, Florida, California y Ohio, entre los puntos principales de la red. Las direcciones eran casillas postales y apartamentos, garajes y casas suburbanas. Los distribuidores intermedios estaban en al menos 11 estados del país, pero los clientes se distribuían prácticamente en los 50. Se hacían miles de envíos por año, calculó el agente.
El principal comprador de Nebraska, involuntariamente, fue el camino al cierre del caso. Cuando la policía lo detuvo, el agente asumió el control de su cuenta en Wickr e hizo una nueva orden. La pagó y esperó a que Zaron le pidiera que hiciera el envío. Cuando eso sucedió, consiguió la prueba que le faltaba para vincular definitivamente a la firma china con la red.
La persona de Zaron con la que el agente de la DEA se comunicaba, que usaba el apodo de Hong Kong Zaron, resultó ser Zhang Jian, un hombre de Qingdao, ciudad en el este de China. Al investigarlo, Buemi se llevó una sorpresa: no era un fabricante, no tenía laboratorios. Era simplemente un comerciante.
Vendía cosas. Había vendido ropa, stevia, juguetes sexuales. Ahora vendía fentanilo. Lo suyo era simplemente obtener una ganancia.
Su operación parecía familiar: sus padres, su esposa y su cuñado iban a Western Union para retirar el dinero que le depositaban en los Estados Unidos. “Parecía un tipo normal, no un traficante”, dijo Buemi al Times. Sin embargo, tenía idea de lo que hacía: muchas veces se refirió al problema de encontrar la fórmula exacta para las pastillas, dada la potencia mortal del fentanilo. “No hay que matar a todos nuestros clientes”, le dijo a Buemi.
Durante meses el agente de la DEA mantuvo dos vidas en distintos husos horarios, mientras la investigación del Ministerio de Seguridad Pública de China también avanzaba. Porque gracias a la intervención de Schoeman, Buemi y otros investigadores habían viajado a Beijing para mostrar a las autoridades locales sus pruebas. “Los chinos habían abierto un caso local contra Zhang, y lo estaban vigilando, monitoreaban su correo y leían atentamente sus documentos de impuestos”, explicó Palmer.
También habían interceptado paquete con un kilo de fentanilo dirigido a Zhang. Todo eso parecía alentador para la DEA. “Que los chinos fueran a capturar a Zhang por tráfico de drogas o evasión fiscal o fraude aduanero no les importaba a los agentes estadounidenses, siempre que lo detuvieran”, agregó el texto.
Acaso fue ese el error en el razonamiento que explica lo que sucedió después.
Buemi, de regreso en West Palm Beach, comenzó la etapa final de su tarea: le propuso a Zhang un negocio enorme, de mucho dinero y mucho riesgo. Tenía un contacto con un cártel mexicano, le explicó. Querían 100 kilos de furanil fentanilo enviado directamente a México.
Zhang enviaría el producto —a un precio más alto que el que pagaba el agente encubierto: USD 3.000 por kilo—, que permitiría la fabricación de unas 50 millones de dosis, o cientos de millones de dólares. Si todo iba bien, sería el comienzo de una rica relación comercial mensual.
En agosto, mientras Buemi terminaba con los detalles del encargo, Zhang dejó de responder en Wickr.
La policía china lo había detenido, sin avisarle a Schoeman ni a la DEA. “Deben de haberlo arrestado por ese kilo de fentanilo que encontraron en su correo, se imaginó Buemi. Pero entonces, apenas semanas después, Buemi supo que Zhang había sido liberado. No lo habían procesado”, escribió Palmer. Había habido un problema con la prueba, fue lo último que los agentes chinos dijeron al estadounidense.
Zhang se esfumó.
La investigación se perdió con él. Aunque en octubre de 2017 Zhang y ocho de sus co-conspiradores en los Estados Unidos —entre ellos, Berry— habían sido acusados ante la justicia de Dakota del Norte por la muerte de cuatro personas —el joven Henke encabezaba la lista— y lesiones graves a otras cinco.
Por primera vez un ciudadano chino era procesado en los Estados Unidos por tráfico de fentanilo; Zhang y otro ciudadano chino, Yan Xiabing, fueron los primeros incluidos por esa razón en la Lista Consolidada de Objetivos Prioritarios (CPOT) del Departamento de Justicia, que incluye a personas “con mando y control” de las redes internacionales más prolíficas de circulación ilegal de drogas y lavado de dinero, como el Cártel de Sinaloa.
China no extradita a sus ciudadanos a los Estados Unidos; salvo que Zhang se vaya de vacaciones a Las Vegas con su pasaporte legal, es improbable que enfrente la justicia.
Mientras las autoridades federales agradecían “la valiosa ayuda en la investigación brindada por el Ministerio de Seguridad Pública de China”, la DEA informaba a las autoridades de Bejiing sobre la CPOT. La noticia no cayó bien. “China lamenta que los Estados Unidos hayan elegido brindar una conferencia de prensa unilateral para anunciar la búsqueda de estos fugitivos”, dijo Wei Xiaojun, subdirector del área de control de narcóticos dentro del ministerio, en un comunicado. E insistió con la versión oficial sobre el asunto del fentanilo: “Sobre la base de la inteligencia y las pruebas compartidas”, no existe una razón para concluir que “una gran parte” del compuesto mortal que circula en los Estados Unidos llegue de China.
Buemi se preguntaba una y otra vez qué había sucedido. En abril de 2018 del Departamento del Tesoro anunció sanciones contra Zhang, su empresa Zaron y cuatro de sus familiares, por ser “importantes traficantes extranjeros de narcóticos”. Entonces Palmer, el autor de The New York Times, observó que la propiedad de Zaron Bio-tech había sido transferida.
El nuevo dueño era He Wenxiang, de Guangzhou, un hombre que durante mucho tiempo había sido dueño de una compañía de transporte de carga. En cuestión de meses, He se había convertido también en director de otras tres empresas, una de ellas en la ciudad natal de Zhang, Qingdao.
Palmer viajó a Hong Kong para analizar los registros oficiales de las empresas, que si bien operaban en China continental tenían sus sedes oficiales en la isla.
En la primera dirección registrada de Zaron, una mujer le dijo que “docenas de empresas” tenían allí su sede. No tenía idea de a qué se dedicaba cada una ni quería enterarse, llegó a comentar antes de que un hombre se asomara y echara a Palmer.
Su primera impresión del “estrambótico mundo oscuro de las empresas fantasmas de Hong Kong y los servicios de secretaría contratados para ocultarlas”, escribió, le dio una idea bastante exacta de lo que seguiría.
“Hasta marzo de 2018 los servicios de secretaría estaban completamente desregulados. No tenían que cumplir con las leyes contra el lavado de dinero o el financiamiento del terrorismo. Bastaba un día para crear una entidad corporativa en Hong Kong desde cualquier lugar del mundo, y contratar una ‘secretaría corporativa’ era tan simple como buscar en internet y enviar un par de formularios anónimos. Es un negocio de volumen: las empresas aparecen y desaparecen todo el tiempo. Zaron era sólo otro nombre sin rostro en un mar de papeles”, escribió Palmer.
Su peregrinación por los 13 domicilios asociados a Zaron o He dio siempre el mismo resultado: siempre otra empresa de servicios de secretaría. “Las direcciones parecían multiplicarse como muñecas rusas: cada una derivaba a cinco más”, agregó. En una llegó a contar 18.668 compañías registradas.
Rastrear cualquier otro domicilio listado en las empresas fantasmas no conducía a mejor destino: cuando encontró la oficina donde operaba Qingdao Zunyun, otra empresa de Zhang, estaba vacía.
Por fin Palmer se encontró con He. Pero cuando le mostró los documentos que llevaba, según los cuales He estaba a cargo de Zaron y otras tres empresas registradas en Hong Kong, sucedió algo extraño. He comenzó a revolver los papeles, a mirar su firma en cada página, escandalizado. Llamó a su contador para preguntar si él sabía algo; la secretaria ironizó: “¿Usted no sabe cuáles son sus empresas?”. Con el mismo dramatismo, se levantó, fue a una oficina vecina y regresó con una carpeta con la documentación de la que llamó su verdadera compañía.
Una vez él había abierto una empresa fantasma. Pero la había vendido ya que no le servía. ¿Acaso alguien había usado esa transacción, y su firma, para convertirlo en el chivo expiatorio de Zaron?
Palmer lo miró dubitativo. “O era un mentiroso extraordinario o tenía una mala suerte extraordinaria”. He se despidió asegurándole al periodista que nadie, ni la policía ni el Ministerio de Seguridad Pública, lo había contactado antes al respecto.
“La investigación que comenzó la noche de la muerte de Bailey Henke continúa. Ha habido 32 personas acusadas y más de 70 detenciones, y se confiscaron más de 1.000 kilos de drogas y dinero por unos USD 1,5 millones. Se descubrió que Zhang Jian fue la fuente de narcóticos de otras ocho investigaciones federales en el país”, escribió Palmer.
Sin embargo, el negocio en China no parece haber menguado. Ni la ampliación de la lista de sustancias prohibidas en Octubre de 2015, ni otra nueva, de mayo de 2019, hicieron más que cambiar el modelo. Ahora “las empresas chinas se adaptan a la prohibición traficando precursores del fentanilo, que no son sustancias controladas, a los cárteles en México y otros países para su fabricación final y su distribución”, detalló el Times.