El olor a pintura fresca se funde con el aroma de las flores -principalmente lirios y crisantemos- desde primera hora de la mañana en los abarrotados cementerios filipinos, donde sepulcros y mausoleos reciben los últimos retoques para lucir resplandecientes en el Día de Muertos.
En un ambiente festivo y familiar, lejos de la solemnidad con la que el Día de Todos los Santos se celebra en otros países, se espera que unos 15 millones de personas peregrinen hoy a las necrópolis de Filipinas, segundo país del mundo en el que más personas celebran esta fecha después de México.
Manila amaneció casi desierta, sin atascos ni aglomeraciones, pero el habitual ajetreo y bullicio de sus calles se trasladó a los cementerios, donde muchas familias ya acudieron la víspera para velar a sus difuntos, cargados de fotografías, velas y flores, blancas y amarillas en su mayoría.
En el camposanto de Makati, el segundo mayor de la capital, Benjamin Hernández, de 23 años, bosteza y se estira antes de tomarse un café matutino tras pasar la noche en vela, junto con su abuela Belen, rezando por su madre, que murió en 2008 con solo 30 años por culpa de una hepatitis y comparte tumba con su abuelo y bisabuelos.
“Es una tradición para nosotros. Llegamos la pasada medianoche y nos quedaremos todo el día hasta la medianoche. Es para conectar con nuestros seres queridos que ya no están”, contó Benjamin, que viajó a Manila desde la cercana provincia de Rizal.
Filipinas es el país con más católicos de Asia y el tercero del mundo -más del 80 % de sus 108 millones de habitantes profesa esa fe-, que celebra con fervor las fiestas religiosas como Navidad, Semana Santa o el Día de Todos los Santos, que en tagalo se conoce como Undas y se extiende del 31 de octubre al 2 de noviembre.
No muy lejos del sepulcro de los Hernández, Marivi Osorio, de 55 años, apura una sopa de avena mientras espera a que su suegra Merly Balingasay regrese con la nevera llena de agua y refrescos.
“Vamos a estar aquí 24 horas. Son nuestras costumbres. No sé cuantos años más podré seguir viniendo porque estoy mayor y los huesos sufren”, apunta Merly, de 74 años, mientras retoca las flores que adornan la torre de nichos donde reposan su hijo, su marido y sus suegros.
En el cementerio, el recuerdo de los que se fueron se hace entre risas, en una atmósfera relajada y festiva donde algunos incluso cantan y la mayoría aprovecha para tomarse selfies familiares en los panteones, pese a la reprobación de la Iglesia católica.
“Los cementerios son un lugar para rezar por las almas de nuestros seres queridos que partieron, no un lugar de fiesta”, dijo ayer la Conferencia Episcopal.
A media mañana, el olor a pintura y flores se mezcla con el de los guisos de comida, ya que en los cementerios de Manila, junto con los muertos, viven miles de familias pobres que han creado su hogar entre tumbas y mausoleos ante la falta de vivienda.
La mayoría de los habitantes de los cementerios -varias generaciones han nacido y crecido en ellos- se dedican a cuidar los panteones por unos 100 pesos mensuales (1,5 euros), pero en estas fechas es cuando tienen más trabajo, ya que las tumbas deben estar impolutas para la visita de los familiares de los difuntos.
Jessica, de 17 años, tiene su casa dentro de un modesto panteón en el que vive con su padre y su hija de 2 años. Ya lo tienen todo listo para la visita de sus “jefes”, a los que acompañará en su duelo en el Día de los Muertos, pero está ocupada vendiendo botes de pintura a sus vecinos para que rematen su trabajo.
“Nos hemos quedado sin pintura blanca y todavía hay tumbas que necesitan una segunda mano”, explica.
Ruth, de 29 años, no tiene a nadie a cargo del pequeño nicho de su hija, que “murió el año pasado con solo cuatro meses por un problema de corazón”, y su marido lo ha pintado a primera hora, mientras sus otros dos hijos, de 3 y 4 años, correteaban alrededor.
En vez de honrarla con flores, le ofrecen caramelos, galletas y chocolatinas, una escena que se repite en el área del camposanto donde están las tumbas de niños.
Con motivo de Undas, la Policía Nacional está en alerta máxima desde el lunes y ha desplegado 190.000 agentes por todo el país, de los que 35.000 se ocupan de garantizar la seguridad dentro de los cementerios, donde está vetada la entrada de armas, cuchillos, mecheros o cigarrillos.
Pero a la entrada de los cementerios, los contenedores de objetos requisados acumulaban perfumes, antimosquitos o desinfectante, prohibidos porque al contener alcohol son inflamables.
Hasta las 15.00 hora local (07.00 GMT), más de medio millón de personas habían visitado el cementerio de Manila Norte -el más grande y antiguo de la capital- y 300.000 en el de Makati, cifras inferiores a las del año pasado por culpa de la lluvia. EFE