Los opositores bolivianos están movilizados para conseguir anular la cuestionada reelección del presidente Evo Morales, pero los grupos cívicos van más lejos: no solo exigen que se vaya el mandatario, sino también su principal rival, Carlos Mesa.
“Ni Evo, ni Mesa”, fue la consigna que corearon miles de ciudadanos en las asambleas populares o cabildos efectuados el jueves en las ciudades más pobladas de Bolivia: La Paz, Santa Cruz (este), Cochabamba (centro) y Potosí (suroeste).
Los cabildos, organizados por un conglomerado de plataformas ciudadanas, proclamaron que su propósito es “ratificar la independencia política” de las protestas ante Morales y Mesa, los dos candidatos más votados en los cuestionados comicios del 20 de octubre.
El objetivo de estas plataformas es lograr la renuncia del mandatario y la convocatoria a nuevas elecciones, sin Morales ni Mesa como candidatos.
Esas plataformas afirman que Morales, de 60 años y en el poder desde 2006, actúa en forma antidemocrática y está empeñado en mantenerse en el poder por encima de la ley.
Pero también tomaron distancia de Mesa, un centrista de 66 años que gobernó Bolivia entre 2003 y 2005, quien se mostraba como la ficha alternativa a la silla presidencial.
– “La antipolítica” –
¿Por qué los activistas cívicos bolivianos rechazan a los dos líderes más votados en las elecciones?
“Es una expresión de la antipolítica, una expresión del rechazo a la política, de rechazo a las posibles salidas en el marco institucional”, explica la politóloga de la Universidad Mayor de San Simón María Teresa Zegada a la AFP.
Zegada indica que esas posiciones suelen aparecer en asambleas o cabildos, donde hay una acción ciudadana o de grupos minoritarios que rechazan a los partidos tradicionales.
El analista Carlos Borth indica a la AFP que los movimientos ciudadanos rechazan a Morales porque lo consideran “antidemocrático” por haber desconocido el referendo de 2016 que le negó su deseo de cambiar la constitución para postularse nuevamente (lo que hizo ahora).
Fue el Tribunal Constitucional, afín a Morales, el que le dio luz verde en 2017 para su nueva candidatura, lo que ha desatado hasta ahora airadas críticas en su contra.
Borth cree que el rechazo a Mesa obedece a dos factores: la desconfianza al no haber demostrado firmeza durante la campaña y la carencia de liderazgo propio, pues muchos lo apoyaron en las urnas solamente como un “voto anti-Evo”.
Durante la campaña se estimaba que Morales contaba con un “voto duro” de alrededor del 30%, principalmente de indígenas y los más pobres, mientras que el voto adverso era similar (30%), mayoritariamente de las clases media altas y altas.
El 40% restante se divide entre los que se abstienen en participar en los comicios, o quienes votan nulo, o gente de la clase media, bastante fluctuante ideológicamente.
– “Difícil previsión” –
¿Se puede hacer política en Bolivia sin Morales ni Mesa?
“Es complicado lo que está sucediendo y es de difícil previsión lo que pueda suceder por estas características”, dice Zegada.
Sin embargo, la politóloga advierte que si los movimientos sociales asumen posiciones radicales, será más difícil encontrar una salida a la crisis política.
Borth, por su lado, cree que las posturas de las plataformas ciudadanas de política sin políticos “se quedan en el seno de la sociedad civil”, sin posibilidad de realización en la práctica.
Bolivia quedó polarizada tras las elecciones en que Morales ganó la reelección con el 47,08% de los votos, frente a Mesa, con 36,51%, según el recuento del Tribunal Supremo Electoral (TSE).
La diferencia entre ambos fue de 650.000 votos, según el cómputo oficial final del TSE.
El gobierno de Morales, con el aval del TSE, aceptó una auditoría electoral de la Organización de Estados Americanos (OEA), pero toda la oposición boliviana la rechaza porque cree que se trata de “una maniobra distraccionista para mantener a Morales en el poder”.
De este modo, Bolivia camina desde hace dos semanas por la convulsión, por choques callejeros entre oficialistas y opositores, que han dejado dos muertos por disparo de bala y unos 140 heridos, según la Defensoría del Pueblo.
Bolivia, que hasta 1982 vivió frecuentes cuartelazos y dictaduras militares, no avizora todavía la luz al final del túnel.
AFP