Es imposible tapar el sol con un dedo y en el caso de Venezuela, tal afirmación es más que real en cuanto se refiere al aparente bienestar que se respira en ciertos sectores del país; y es que quienes hoy se cuentan en ese sector donde la divisa extranjera fluye con regularidad, disfrutan de esa burbuja de bienestar que solo se consigue cuando hay algo de libertad, que acá más bien es libertinaje, y cual espejismo que encuentras luego de transitar el largo desierto que supuso el estricto, férreo y criminal control discrecional y abusivo de la economía, es solo eso, un mero espejismo, pues tras bambalinas y debajo de la alfombra, lo que hay es igual o peor a lo que había hace apenas unos meses.
Cuando hace más de un año, el 10 de julio de 2018, el economista afín al desgobierno, Jesús Faría, se atrevió a poner sobre la mesa lo que el llamó diecisiete “ideas” para el debate crítico y constructivo en función de la transformación económica, en lo que parecía más bien un recetario de Luis Vicente León, Orlando Ochoa, Oliveros o hasta del Fondo Monetario Internacional, delineó lo que venía y se cocinaba en los fogones de Misia Jacinta, aunque como siempre, en todo cuanto se haga cuando impera el interés personal, corrupto y viciado sobre el bien mayor del colectivo, cualquier rumbo inicialmente correcto, culmina torcido y pervertido, pues no hay ni habrá valor en quien se diga equivocadamente socialista, para asumir el costo de reconocer que lo que pensaron funcionaría, simplemente no funciona ni funcionará.
Faría propuso la liberación y consecuente unificación del tipo de cambio, lo cual ocurrió en la práctica, pero al estilo madurazo, donde sin bombos ni platillos y sin posibilidad de acceder oficialmente a divisas de manera regular, lo que se logró fue fijar una cotización oficial que en la práctica sigue a un mercado negro al cual por cierto oficializó. En fin, al no poder contener la especulación cambiaria, la política del desgobierno se unió a ella convirtiéndose sin rubor en el especulador mayor. También propuso la revisión y flexibilización de la política de control de precios, entendiendo que mientras la amenaza del SUNDDE y un Contreras con su arbitrariedad de gorila se mantuviera sobre los agentes económicos, nada iba a funcionar, por lo que pasamos entonces de la mano de hierro a la invisibilidad y ausencia absoluta de todo control, con lo cual el país se convirtió en un bodegón, repleto de chucherías y cereales, no solo sin regulaciones de precios, sino con ausencia de regulaciones vitales como por ejemplo las sanitarias, traduciéndose todo en un auténtico carnaval irregular, donde cualquier operador o agente económico que juegue con estas condiciones de mera anomia, está sumergido en una obvia precariedad de condiciones que le harán estar sometido a lo que diga o haga el desgobierno.
Pero detrás del carnaval de caramelos, lo importante y lo vital está lejos de resolverse, pues por un lado la disciplina y el orden fiscal brillan por su ausencia; y por el otro, casi sin excepción, las aventuras y emprendimientos existentes son de mero corto plazo y oportunistas, sin planes ni proyectos de largo plazo que se traduzcan en producción, pues se carece de lo más elemental que es la confianza, y donde de hecho, los únicos que “confían”, lo hacen obligados por no poder invertir en otra parte, sea por estar sancionados o porque simplemente han estado cercados por la imposibilidad de convertir bolívares en divisas. Peor aún, siguen sin dar pie con bola, y entre improvisación y corrupción, la producción petrolera no solo no arranca ni aumenta, sino que involuciona día a día, retrocediendo firmemente a lo que podría ser una inviabilidad sin precedentes. Así las cosas, nuestra producción en términos competitivos no existe y ese cocktail aplicado al país, se traduce en que un pirulín sea tan caro como un toblerone, donde el obrero de Maracay gana menos de un dólar diario, mientras el de Berna en Suiza, percibe cien dólares diarios.
Lo que sea que se construya, se cocine y esté en la mente de los arquitectos económicos, si es que los hubiere en el desgobierno, no tiene pies ni cabeza y lo que de allí salga está construido sobre pies de barro y destinado a derrumbarse, salvo que se apliquen oportunamente los correctivos, donde lo que principalmente hay que corregir es el aspecto confianza, lo cual a su vez solo se logrará cambiando el proyecto político que conduce en la práctica y por la vía de los hechos nuestra política económica. El país es noble y ahora mismo en 2019, en medio de una profunda crisis humanitaria, política, social e institucional, ha demostrado que reacciona rápidamente a cualquier estímulo positivo o liberación, así vaya en la dirección equivocada; y por su puesto, los venezolanos hemos demostrado ser los campeones de la resiliencia, pues muy a pesar de las circunstancias, allí estamos, remando para superarlas y trascender. De esa nobleza y de esa resiliencia se aprovecha el desgobierno, pero la convicción general y mayoritaria es firme e inequívoca, pues se sabe que la receta definitiva implica superar al modelo retrógrado que ha imperado en los últimos veinte años, y así lo haremos.
Abogado. Presidente del Centro Popular de Formación Ciudadana (CPFC)
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