Si se examinara el interior de la oposición, se podrían palpar las venas de nuestra contradictoriedad. Múltiples y naturales discrepancias, que no rompen el cascarón porque aún operan como medio de crecimiento y extensión.
Pero el seguro de vuelo exige que las partes eviten constantemente la desviación del rumbo fijado y lo cambien cuando no “hallan nidos donde se pensó hallar pájaros”, para decirlo en frase del ingenioso Cervantes.
Una desviación, que nos está perforando un ala, es el veto y la exclusión en la competencia interna, porque debilitan la eficacia en la externa. Son enormes las evidencias y sin embargo, se mantiene la obsesión por la hegemonía que comienza por recortar amplitud y termina exagerando y persiguiendo las diferencias en vez de tratarlas como un derecho.
Algunos analistas, como Carlos Raúl Hernández y Ramón Guillermo Aveledo, señalan que no existe ánimo de entendimiento ni en el gobierno ni en la oposición. Pareciera existir, en su lugar, el perverso interés de adaptarse a la crisis y normalizar el empate.
Grave señalamiento porque implicaría la obstrucción mutua de posibles soluciones. Protagonistas, indiferentes al clamor del país que sufre la crisis, que achican la política a los intereses de sus juegos de poder. Se nos abre así un vacío, aunque disimulado con acciones decorativas, golpes perdidos, expectativas irreales y proclamaciones de falso optimismo.
En realidad son dos vacíos. Uno creado desde adentro que conduce a una oposición estacionaria y sin éxitos. El otro es inducido desde afuera por el poder autocrático para sofocar las luchas. El primero es inexplicable, la causa invisible del segundo es el desconocimiento de la alternabilidad democrática. El efecto es prolongar la tragedia social y aumentar el vaciamiento poblacional.
El vacío es una ausencia. Fuga de contenido, de eficacia y de dirección. Una soledad, quizá la peor de todas, porque siendo muchos no sabemos actuar unidos. Es travesía por el desierto de nuestros errores, mientras nos exasperamos por autodestruirnos. Es una movilización en círculos que siempre lleva a estadios ociosos, punto cero de energía.
La AN debe aprobar el cronograma de dos elecciones, parlamentarias y presidencial. Sea cual sea su orden, ambas definirán la voluntad de la mayoría y resolverán el tema de la legitimidad, con el apoyo determinante de la comunidad internacional. Los votos son el medio idóneo para sustituir la autocracia.
La AN debe designar en consenso un CNE confiable, que asegure imparcialidad y voto libre. El triunfo de la oposición unida será el detonante para abrir, irremediablemente, una superación negociada del conflicto de poder.
Todo el país, agobiado por años de calamidades que aumentan día a día, quiere un entendimiento nacional sobre la sociedad a reconstruir durante los próximos diez años. Los sectores extremistas no pueden seguir impidiendo ese nuevo consenso..
Es el momento para que la oposición heterogénea se una y formule una estrategia transicional común y un plan que se despida de los medios violentos y la compulsión de resultados inmediatos en base al exterminio político del competidor.
La élite debe cambiar la política o la política cambiará a las élites .No sólo la naturaleza tiene horror al vacío, también la gente cuando la nada amenaza ahogarnos a todos..