¿Cuánto tiempo dedica la élite dirigente a pensar sobre cómo avanzar hacia los cambios? Es una reflexión escasa y cuando ocurre no se traduce en la pedagogía política que toda lucha requiere para superar carencias y limitaciones.
Estamos concluyendo el año y las fuertes esperanzas que levantó Guaidó se hundieron en invasiones fantasiosas y apuestas perdidas sobre fracturar a la FANB. Errores como el 23f y el 30a pasan sin debate. Hechos y argumentos justifican una revisión de la ruta, balance que es negado sin explicaciones.
El desarrollo del poder dual, efectivo en el exterior; puertas adentro evidencia la naturaleza simbólica de una estrategia que no moviliza sus fortalezas internas y se resiste a trabajar ámbitos donde la coalición dominante tiene sus mayores debilidades. Un inmenso capital de descontento se inutiliza en desplantes agresivos y blufeos, cuando pudiera canalizarse hacia un proceso de masas que permita detonar la expropiación autocrática de la democracia.
Hay motivos para el decaimiento. Pero muchos más para combatir el pesimismo, la resignación o la normalización de un régimen que, carente de soluciones y ocupado sólo en prolongarse, mata al país y condena a su gente a sobrevivir. Estamos pegados al punto de partida del que con tanto entusiasmo arrancamos en enero. La falta de avances ya no puede disimularse con una lista porque son logros qu deben anotarse en la tantera de la comunidad internacional.
Los dirigentes del g4, los diputados de la AN y quienes meten su hombro a la estrategia de los tres pasos no merecen el suicidio. Su fracaso es la derrota de la mayoría de la población porque implicaría una resolución del empate catastrófico a favor de los que gobiernan en y a través de Miraflores. A este abismo conduce la terquedad de no cambiar la estrategia fallida por una que le de prioridad a la solución de la crisis humanitaria, a la conquistar elecciones libres y a reponer la vía del entendimiento nacional para una transición gradual. A las tres metas les huye Maduro.
Las ilusiones siempre resucitan, pero si vuelven a dejarnos más allá del número de vidas de un gato, la estampida de la fe será irremediable. Las montañas rusas emocionales, el zarandeo constante del optimismo, los espejismos de finales fáciles, las decepciones con sus bajaditas del alma pulverizan los proyectos. Y reaparece, en detrimento de todos, la maquinita traga líderes.
Todos, con palas de distintos tamaños, hemos puesto nuestro puñito de errores. Ahora toca romper la calcificación de la política transicional. Un nuevo pensamiento político debe recomponer la estrategia, ampliar el liderazgo, bajarle volumen a las peleas dentro de la oposición y subirlo a las iniciativas que atraigan a quienes aún sustentan al régimen.
Hay que jugar para el país y asegurar aciertos. Abandonar la ruta de Sísifo, dejar de repetir los ciclos de euforia/frustración. En términos objetivos el cambio está en camino, pero las rubieras subjetiva lo extravían. La política no es una trinchera ni una cárcel, es sobre todo, el arte de establecer puentes y túneles para construir triunfos.